“A esta generación malvada no se le dará otro signo que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación” (Lc 11, 29-32). ¿Qué signo representó Jonás para los ninivitas? Ante todo, fue un signo de la Justicia Divina, porque Dios, cansado de los pecados de los ninivitas, envió a Jonás para advertirles que, de no cambiar y convertir sus corazones, habrían de perecer en poco tiempo. Los ninivitas, que eran pecadores, escucharon sin embargo la voz de Dios a través de la voz de Jonás y emprendieron un duro proceso de conversión, que comprendía ayuno, penitencia, oración y cambio de vida (lo cual constituye un ejemplo para todo cristiano que quiera vivir el espíritu cristiano de la Cuaresma).
Sin embargo, Jonás fue también un signo de la Misericordia Divina, porque Dios, al ver que los ninivitas hacían penitencia, “se arrepintió” del castigo que iba a infligirles, debido a su gran misericordia. De esta manera, Jonás se convierte en signo de la Justicia Divina y de la Misericordia Divina para los ninivitas, y éste es el mismo signo que constituye Jesús en la cruz, para los hombres de “esta generación”, es decir, para la humanidad de todos los tiempos.
En la cruz, Jesús es signo de la Justicia Divina, porque es castigado duramente a causa de la Ira de Dios, justamente encendida por los pecados de los hombres, y es castigado porque Él en la cruz, con los pecados de todos los hombres sobre sus espaldas, reemplaza a todos y cada uno de los hombres y se pone en su lugar, para que el castigo que debía caer sobre la humanidad, recayera sobre Él, que de esta manera se ofrecía como Víctima Inocente por la salvación de las almas. Así, Jesús es signo de la Justicia Divina, porque Él recibe el castigo que reclamaba esta Justicia Divina, al haber, todos y cada uno de los hombres, encendida la Santa Ira de Dios con nuestros pecados, con nuestra malicia, con nuestras abominaciones de toda clase, las que llevaron a Dios un día a “arrepentirse de habernos creado” (cfr. Gn 6, 6).
Pero al igual que Jonás, Jesús es también signo de la Divina Misericordia: su mismo sacrificio en cruz, su misma muerte, su misma Sangre derramada en el Calvario, constituyen al mismo tiempo el signo más elocuente del Amor, del Perdón, de la Bondad y de la Misericordia Divina, porque si nosotros le entregamos al Padre a su Hijo muerto en la cruz, por nuestros pecados -la cruz y la muerte de Jesús es obra de nuestras manos, porque somos deicidas-, Dios, de parte suya, no nos castiga ni nos fulmina con un rayo –como lo merecemos, por haber matado al Hijo de Dios, comportándonos como los “viñadores homicidas” del Evangelio (cfr. Mt 21, 34-46)-, sino que nos entrega a este Hijo suyo que cuelga del madero, y en quien inhabita “la plenitud de la divinidad” (cfr. Col 2, 9), como signo de su Amor y de su perdón.
“A esta generación malvada no se le dará otro signo que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación”. Jesús, signo de la Justicia y de la Misericordia divinas, se nos ofrece en el signo de la Iglesia, la Eucaristía. Para nosotros, pecadores necesitados de la gracia de la conversión, no hay otro signo que la Eucaristía y nada más que la Eucaristía, y si buscamos “signos” en otros lados (en otras religiones, en sectas, en filosofías anticristianas, etc.), solo encontraremos la nada y la muerte eterna.
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