Cuando teología y santidad caminan unidas, piensan unidas, rezan unidas, entonces esa alianza se vuelve muy fructuosa para la Iglesia y para el pensamiento. El mejor teólogo es el santo, el hombre que piensa, investiga, reflexiona, escribe y explica con un claro compromiso personal de santidad y por eso vive contemplativamente, es orante verdadero que conoce por la fe y por la razón.
La teología sin santidad, lo sabemos, se vuelve mero academicismo, una preocupación histórica alejada vitalmente, y difícilmente conduce a Dios.
La teología sin santidad, buscará su estatuto de ciencia en la historia misma y no en la revelación, y buscará un derivado en la ética y el compromiso; en el plano formal, su preocupación será sólo metodológica, apasionada por la manera correcta de citar en nota a pie de página, pero será árida, con sabor amargo, para quien reciba esa teología sin alma.
La teología es verdadera teología, una palabra sobre Dios, cuando la reflexión y el pensamiento se ven inundados del conocimiento amoroso de la fe y se esponja en la contemplación y la liturgia. Entonces lo que se escriba, lo que se explique en aulas, el libro publicado, iluminará la razón mostrándole horizontes nuevos y lo razonable de la fe, pero iluminará también el corazón inflamándolo en el deseo santo de Dios.
Teología y santidad van unidas, y de esta manera el mejor teólogo es el santo por su propia experiencia de Dios.
"La necesidad de ser científica [la teología] no queda sacrificada cuando se pone en escucha religiosa de la Palabra de Dios, cuando vive de la vida de la Iglesia y se fortalece de su Magisterio.
La espiritualidad no hace que disminuya su carga científica, sino que imprime al estudio teológico el método correcto para poder llegar a una interpretación coherente...
La teología sólo puede desarrollarse con la oración que es capaz de percibir la presencia de Dios y se fía de Él obedientemente. Es un camino que vale la pena recorrer hasta el final" (Benedicto XVI, Mensaje al Congreso internacional de la Universidad pontificia Lateranense sobre Hans Urs von Balthasar, 6-octubre-2005).
Quien se dedica al noble oficio de la teología potenciará el verdadero uso de la razón si vive un anhelo de santidad constante. Sin perder rigor alguno científico, esa teología alcanzará verdadera sabiduría, sabor de Dios, y será un discurso sobre Dios pronunciado santamente, con respeto, adoración y amor. Evitará que la teología se convierta en ideología y servirá pastoralmente, es decir, ayudará al bien de la Iglesia y de sus hijos.
Publicar un comentario