“Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás” y el que mate será procesado. Pero yo os digo…” (Mt 7,7-12)
Jesús no juega al mínimo esfuerzo.
Jesús no es de los que se contenta con lo justito, con ser “bueno de calderilla”.
Por el contrario nos propone unas metas más altas.
No se contenta con esos cristianos de los dos mandamientos “yo no mato y yo no robo”.
Bueno, sí aspira a cristianos de dos mandamientos pero distintos: “Amar a Dios y amar al prójimo:
Jesús no quiere cristianos del “no”.
Jesús quiere cristianos del “sí”.
Jesús no quiere cristianos “buenos”, sencillamente porque no son malos.
Jesús no quiere cristianos “buenos” porque no hacen nada malo.
Jesús quiere cristianos “buenos” porque hacen, se complican y se comprometen.
Para Jesús no es suficiente “no matar”.
Jesús quiere cristianos que “den vida”.
No quiere cristianos que “no hacen mal a nadie”.
Jesús quiere cristianos que “hagan el bien a los demás”.
Jesús no quiere cristianos que, sencillamente “no hablan mal de los demás”.
Jesús quiere cristianos que “hablen bien de todos”.
Jesús no quiere cristianos que son buenos porque “no se meten con nadie, ni siquiera saben quién vive en el piso de arriba, ni en el de abajo”.
Jesús quiere cristianos que nos conocemos todos a todos, nos relacionamos con todos, conocemos a todos y los sentimos a todos como prójimos y vecinos.
Jesús no quiere cristianos buenos porque son indiferentes con todo el mundo.
Jesús quiere cristianos que se sienten solidarios y se interesan por todos.
Jesús modifica las relaciones entre las personas.
Incluso llega hasta el extremo de que prefiere tu reconciliación con el hermano aunque llegues tarde a Misa o simplemente la dejes ese domingo porque has ido a almorzar con el hermano con el que no te hablabas.
“Por tanto, si cuando vas aponer tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano y entonces vuelve a presentar tu ofrenda”.
No dice Jesús si “tú tienes quejas contra tu hermano, sino si él las tiene contra ti”.
Para Jesús es más importante la reconciliación que la ofrenda.
Para Jesús es más importante la caridad que el culto.
Para Jesús es más importante el perdón que tu ofrenda y tu culto.
No es que niegue el culto.
Pide que dejes allí tu ofrenda.
Que, ya reconciliado, regreses a ofrecerla.
Pero, ¿y si llegas tarde y la Iglesia está cerrada?
No te preocupes.
El mejor culto será siempre la reconciliación.
El mejor culto a Dios será siempre el amor a tu hermano.
¿De qué te sirve el culto si tu corazón está enemistado?
¿De qué te sirve la Misa si sales de ella, muy fervoroso, pero sin amor a tu hermano?
¿Cuándo será que sales de la Misa, a vas a reconciliarte con tu hermano, y regresáis los dos cogidos de la mano?
Lo que realmente tiene valor no es el gesto externo, sino la actitud interna del corazón.
Lo que realmente tiene valor no es hacer las cosas por cumplir, sino en la medida en que interiormente transformen nuestros espíritu.
Además, el verdadero amor no es solo perdonar el mal que me han hecho.
El verdadero amor es facilitar, hacer más fácil el amor en el corazón de mi hermano.
Es ayudar a mi hermano a limpiar su corazón de los resentimientos que tenga contra mí, porque yo he sido el culpable.
Dios nos amó hasta el extremo y no quiere que nosotros amemos hasta lo mínimo. Amar no es “no hacer daño”.
Amar es “hacer el bien”.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo B, Cuaresma Tagged: culto, misa, muerte, reconciliacion, vida
Publicar un comentario