“Ellos comentaban: “Lo dice porque no tenemos pan”. Dándose cuenta, les dijo Jesús: “¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís? ¿Cuántas cestas recogisteis cuando repartisteis entre siete entre cuatro mil? Le respondieron: “Siete”. Y les dijo: “Y no acabáis de entender?” (Mc 814-21)
Primero son los fariseos los que no ven ni entienden.
Acaban ver la multiplicación los de los panes y le piden una señal para creer en él.
Pero ahora son los mismos discípulos los que tampoco logran ver y comprender.
No basta tener ojos para ver.
Son muchos los que tienen ojos y no ven.
O ven solo la cáscara de la nuez pero no descubren la nuez.
Tampoco ellos han logrado comprender el milagro de la multiplicación.
Tenemos ojos, pero no vemos.
A lo más vemos las apariencias.
Cada día vemos cantidad de manifestaciones de Dios.
Pero en realidad no vemos nada.
No vemos a Dios detrás de ellas.
No vemos lo que Dios quiere revelar y manifestar.
Vemos la Iglesia como misterio y sacramento de salvación.
Y nosotros la vemos como una institución humana.
Y nosotros vemos solo sus defectos.
Y nosotros vemos solo su cáscara humana.
Pero no logramos ver el misterio que encierra.
No logramos ver la presencia de Jesús en ella.
Vemos a los hombres que la representan.
Pero no vemos al Espíritu Santo que es su alma y su dinamismo.
Nos vemos a nosotros como personas.
Pero no vemos nuestra condición de hijos.
No vemos como individuos.
Pero no nos vemos como hermanos hijos de un mismo Padre.
Vemos al que tiene hambre, pero no vemos a Jesús hambriento.
Vemos al desnudo y nos escandalizamos, pero no vemos a Jesús desnudo.
Vemos al enfermo que sufre, pero no vemos a Jesús enfermo.
Vemos al anciano que nos molesta, pero no vemos a Jesús anciano.
Vemos pero sin ver.
Tenemos oídos, pero no oímos.
Escuchamos la lectura de la Biblia.
Pero no logramos reconocer la voz de Dios que nos habla.
Escuchamos las explicaciones de la Palabra de Dios.
Pero solo escuchamos la palabra del que la explica.
“Habla bien”. “Habla bonito”. “Habla mal”.
“Me aburre la predicación”.
Escuchamos el grito del hambriento.
Pero no escuchamos a Jesús.
Escuchamos el grito del que no tiene casa donde vivir.
Pero no escuchamos a Jesús.
Escuchamos al sufre injusticia.
Pero no escuchamos a Jesús.
Escuchamos al excluido que no cuenta para nada.
Pero no escuchamos a Jesús.
Somos muchos los que tenemos ojos.
Pero nos pasamos la vida sin ver a Dios.
Somos muchos los que tenemos oídos.
Pero nos pasamos la vida sin escuchar a Dios.
Somos muchos los que tampoco “acabamos de entender”.
“Señor, que yo vea”.
“Señor, que yo oiga”.
“Señor, que te vea”
“Señor, que te oiga”.
Clemente Sobrado C. P.
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