“Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán.
Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu Santo bajar sobre él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto” (Mc 1,7-11)
De la Epifanía del pesebre, a la Epifanía del agua.
De la Epifanía al mundo pagano, a la Epifanía del desierto.De la Epifanía de la revelación de Dios, a la Epifanía del Dios compartiendo la condición pecadora de la humanidad.
En el pesebre, veíamos a un Niño en carne humana, que nos hablaba de Dios.
En el bautismo en el desierto, vemos a un Dios que nos habla de su rebajarse a la condición del hombre.
En el pesebre no hay más que una palabra silenciosa y callada. El Niño.
En el bautismo en el desierto habla el cielo.
En el pesebre es la fe la que tiene que ver lo divino.
En el Bautismo en el desierto, es el mismo Dios que confiesa oficialmente la condición de Padre y del Hijo: “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”.
Uno no sabe hasta dónde se rebaja más la condición de Dios:
Si cuando se hace niño en un pesebre,
Si cuando se identifica con la condición pecadora del hombre.
Si cuando Dios participa en el bautismo mezclado con todos.
Si cuando Dios se deja bautizar.
En el Bautismo de Jesús “se rasga el cielo”.
En el Bautismo de Jesús, el cielo abre sus puertas y ventanas.
En el Bautismo de Jesús, el cielo entero se asoma a las ventanas para contemplar a Dios mezclado con el mundo de los pecadores.
En el Bautismo de Jesús Dios mira complacido el mundo.
La relación de Jesús con pecadores y publicanos no es exclusiva de su vida pública.
La relación de Jesús con pecadores y publicanos comienza ya desde el principio.
El Bautismo, marca, de alguna manera, lo que será el estilo de Jesús.
En el Bautismo, Jesús queda marcado, señalado en su identidad de “Hijo amado”.
Pero también como “amigo de los pecadores”
En el Bautismo, Dios se revela como voz, como palabra, como confesión.
Revelación del hijo.
Revelación de los hijos.
Si en su muerte todos hemos muerto.
En su Bautismo, de alguna manera, todos hemos sido bautizados.
Será el Bautismo de Jesús el que marcará luego nuestro bautismo.
Porque también en nuestro bautismo:
Se nos abren las puertas del cielo.
Se nos abren las puertas de la Iglesia.
Se nos abren las puertas a la vida de “hijos”.
Se nos abren las puertas a la voz del Padre.
Tal vez en nuestro bautismo no haya habido palomas.
Pero sí hay el Espíritu Santo que se posa también sobre nosotros.
Tal vez en nuestro bautismo no escuchemos más que la voz del sacerdote que nos bautiza.
Pero sí se escucha en silencio la voz del Padre que “nos reconoce y nos llama “hijos”.
Es posible que hayamos dado mucha importancia a nuestra pertenencia a la Iglesia por el bautismo. Y todo ello es verdad.
Sin embargo, lo más bello de nuestro bautismo, es algo que también a nosotros nos debiera marcar para toda la vida.
Dios nos reconoce como hijos.
Dios nos declara como “hijos amados y predilectos”.
Desde un comienzo quedamos marcos como “los predilectos” de Dios.
Y vivir nuestro bautismo es vivirnos a nosotros mismos “como los amados” de Dios.
Nuestra espiritualidad es la espiritualidad del amor.
Nuestra espiritualidad es la espiritualidad de “los predilectos”.
Pero también es la espiritualidad de nuestra solidaridad con los malos.
La espiritualidad de nuestra solidaridad con los pecadores.
La espiritualidad de la presencia del Espíritu en nuestros corazones.
Por tanto la espiritualidad de lo importantes que somos para Dios.
La espiritualidad de la verdadera dignidad de cada uno de nosotros.
La espiritualidad de cómo hemos de ver a los demás.
Clemente Sobrado C. P.
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