1. Sigue el tema de los anticristos. Juan llama así a los que no creen en Jesús como el Mesías, el Ungido enviado por Dios, que ha asumido en verdad nuestra carne humana. Y si no creen en Cristo, tampoco creen en Dios Padre. Y al revés, el que confiesa su fe en Cristo, cree también en el Padre.
En su comunidad se ve que algunos, abandonando la doctrina que habían recibido desde el principio, habían ofuscado su fe en Cristo, tanto con herejías doctrinales como con una práctica descuidada en la vida. Juan quiere que sus lectores estén vigilantes y no se dejen seducir.
El verbo que más veces se repite es «permanecer». Un verbo que habla de fidelidad, de perseverancia, de mantenimiento de la verdadera fe, sin dejarse engañar. Permanecer en la doctrina es permanecer en comunión con Cristo y con Dios Padre, ungidos y movidos por su Espíritu, y ésta es la clave fundamental para que nuestra vida sea un éxito y no tengamos que avergonzarnos en su venida.
2. En el evangelio leemos el testimonio que Juan Bautista da de Jesús, siguiendo con la lectura del primer capítulo de Juan.
El Bautista, al que habíamos oído en el Adviento preparando los caminos del Señor, ahora lo señala ya presente en medio de Israel.
Con toda honradez da testimonio de que él, Juan, no es el Mesías: yo no soy.
Yo soy la voz que grita. Al que viene detrás de mí yo no soy digno de desatarle la correa de la sandalia. La Palabra es Jesús: Juan sólo es la voz. La luz es Cristo: Juan sólo es el reflejo de esa luz.
Y anuncia a Cristo: «en medio de vosotros hay uno que no conocéis, que existía antes que yo».
3. a) En los primeros días de este nuevo año, 2015, los que estamos celebrando en cristiano la Encarnación de Dios en nuestra historia, tenemos motivos para llenarnos de alegría y empezar el año en la confianza. El Dios-con-nosotros sigue siendo la base de nuestra fiesta, y permanecerle fieles la mejor consigna para el nuevo año.
Hemos aceptado a Cristo Jesús en nuestra historia, en nuestra existencia personal y comunitaria. No por eso sucederán milagros clamorosos en nuestra vida, pero si Navidad continúa dentro de nosotros, y no sólo en los días del calendario, cambiará el color de todo el año.
El Señor saldrá a nuestro encuentro cada día, en la vida ordinaria, en los días felices y en los de tormenta, para darnos ánimos y sentido de vivir.
b) También nosotros experimentamos la presencia, en nosotros mismos y en el mundo que nos rodea, del mal y de lo que podemos llamar «anticristos», 0 sea, lo que no es Cristo, lo que no es su Evangelio, sino el antievangelio.
Las bienaventuranzas de Jesús no coinciden para nada con las que nos ofrece el mundo. Haremos bien en mantener abiertos los ojos y saber discernir lo que es verdad y lo que es mentira.
Después de una semana de la Navidad, ¿«permanecemos» en la misma clave de fe y alegría, unidos al Padre y a Cristo, movidos por su Espíritu? ¿o ha sido una celebración fugaz y superficial?
Ojalá no nos dejemos engañar y Jesús sea el criterio de vida para todo el año que empieza.
c) Cara a los demás, podemos preguntarnos, siguiendo el ejemplo de Juan Bautista, si somos buenos testigos de Jesús. ¿Somos su voz, su luz reflejada? ¿o nos predicamos a nosotros mismos? ¿sabemos decir, humildemente, «yo no soy»?
Nuestra misión como cristianos -y más si somos religiosos o sacerdotes- es decir a este mundo: «en medio de vosotros está…». Y ayudarles a que lo conozcan.
Ojalá, además, nosotros mismos no seamos anticristos: que no enseñemos lo contrario de lo que nos enseña Cristo Jesús.
Desde Barcelona, con el invierno que tanto me gusta. Feliz y bendecido 2015, en clave cristiana.
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