Y el marco no puede ser más adecuado: la convivencia sacerdotal, que estoy disfrutando estos días.
De todos modos no dejaré de echar en falta mañana a mis compañeros ordenados en ese mismo día (fuimos ocho en total) y a los restantes cuatro compañeros de mi misma promoción que se ordenaron en otras fechas.
Me consuela, sin embargo, que me acompaña estos días uno de esos compañeros, Samuel, que representará adecuadamente a los ausentes.
También tendré muy presentes a los numerosos sacerdotes amigos, con quienes compartí lo mejor de mi vida y a quienes llevo en el corazon.
En fin, que lo celebraré a lo grande, agradecido por el inmerecido regalo del sacerdocio, que ya llega a los treinta y seis ¡Lejos ya, pero siempre recordada, aquella inolvidable celebración de los veinticinco, en otro tiempo, en otro lugar!
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