Pensamientos de San Agustín (XXVI)


La escuela de los Padres de la Iglesia es una escuela con solera, dada la hondura de su enseñanza y la fidelidad con la que transmite la fe.



Ellos, los Padres, son la Tradición viva de la Iglesia, sus privilegiados y a nosotros nos pueden hacer mucho bien si, con apertura de ánimo y de mente, nos acercamos a ellos. Es verdad que cada Padre de la Iglesia tiene su método propio, sus líneas teológicas, diferente sensibilidad espiritual, y que entre ellos son muy diversos; leyéndolos, los complementamos y nos enriquecemos.


Aquí seguimos, especialmente, la estela de san Agustín, uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia occidental y sus frases, lapidarias, con una forma apta para la memorización y resumir una enseñanza, nos vienen a educar a nosotros, católicos en el siglo XXI como antes lo hizo con tantas otras generaciones.


Actuar buscando la alabanza, y casi la adulación, nunca es motivo recto y pierde todo el "mérito" que a los ojos de Dios pudiera tener: "ya han recibido su recompensa". Pero igualmente es necio quien obrando rectamente, luego se ve alabado y se detiene y recrea en la alabanza. En ese momento ha apartado su vista de Dios para fijarla en sí mismo.



El que es alabado por otros y consiente, no lleva consigo aceite; se le apaga la lámpara y se le cierra la puerta (San Agustín, Enar. in Ps. 69,8).


¿Qué pensamos? ¿Que la fe no es tan importante y que delante de ella van otras virtudes? La moda es pensar que la fe es irracional y puro sentimiento y, por tanto, antes están otras virtudes: fraternidad, tolerancia, respeto, etc., y toda la jerga de "valores" que a veces la misma enseñanza de grupos y catequesis ofrece. Más bien al revés: la fe es la que engendra las verdaderas virtudes, que no son dictados desde fuera, sino verdaderos hábitos y modos de ser que conforman nuestra actuación hasta hacernos "virtuosos".



Nadie comienza a vivir bien si no es por la fe. Luego nuestra fe se halla entre nuestros primogénitos. Cuando se conserva nuestra fe, pueden seguir las demás virtudes (San Agustín, Enar. in Ps., 134,18).




San Agustín, como cualquier buen católico, otorgará un puesto de relieve a la inteligencia -sin rechazarla, sin racionalismo- que es la gran ayuda de la fe, que busca entender. Hechos a imagen y semejanza de Dios, tenemos inteligencia participando del Logos divino, y tenemos amor participando de la caritas divina. ¿Hay que anular la inteligencia para creer? No, hay que emplearla y que sea iluminada por la fe para buscar más y mejor.


Por eso Dios, cuando quiere enseñar, primeramente da la inteligencia, sin la cual el hombre no puede aprender las cosas que pertenecen a la enseñanza divina (San Agustín, Enar. in Ps., 118,17,3).


Gracia y libertad van unidas. Quita la gracia y la libertad se volverá caprichosa, arbitraria, hasta buscar hacerse esclava de lo que sea.



Si queremos defender verdaderamente el libre albedrío, no combatamos aquello que lo hace libre. Quien combate la gracia, que da a nuestro libre albedrío la libertad de apartarse del mal y hacer el bien, quiere que siga cautivo su albedrío (San Agustín, Carta 217,3.8).


Dar a Dios jamás es perder; primero porque cuanto somos y tenemos no es nuestro, por mérito nuestro, sino don suyo; al dárselo a Dios y devolvérselo, lo hallaremos multiplicado, porque Él es el autor de todo bien, de toda gracia y de todo mérito.



Lo que no se le devuelve a El, se pierde; lo que se le devuelve, se añade al que lo devuelve (San Agustín. Carta 127,6).


La bondad de lo creado llevará no a detenerse en el mundo mismo, para gozarlo hasta agotarlo, sino a ver al Dios bueno que todo lo ha hecho muy bueno y se lo ha entregado al hombre. Es otro modo de entender el mundo, o la relación con la naturaleza y la ecología, o de cómo disfrutar de todo lo que está a nuestro alcance.



Una cosa es que uno juzgue que es malo lo que es bueno; otra, que lo que es bueno vea el hombre que es bueno, como sucede a muchos, a quienes agrada tu creación porque es buena, y, sin embargo, no les agradas tú en ella, por lo que quieren gozar más de ella que de ti; y otra, finalmente, el que cuando el hombre ve algo que es bueno, es Dios el que ve en él que es bueno, para que Dios sea amado en su obra (San Agustín, Conf., 13,31,46).


Que Dios sea nuestro amigo, y cultivemos la amistad con Dios, romperá toda soledad y aislamiento, por muy duras que sean las circunstancias que nos toquen vivir. No estamos solos si Dios es nuestro amigo.



No te hallarás sin la amistad de tu prójimo allí donde tendrás a Dios por amigo (San Agustín, Serm. 299D,6).


¿Hemos de alabar o de callarnos? ¿Hemos de reconocer lo bueno que otros realizan, o guardar silencio? Aconseja san Agustín:



Cuando son alabados los buenos, la alabanza aprovecha a quien la da, no a quien la recibe. Por lo que toca al que la recibe, tiene bastante con ser bueno (San Agustín, Carta 231,4).


Para terminar esta enseñanza agustiniana, podremos preguntarnos qué es ser amigo. Unos dirán que una simpatía, otros que el compartir aficiones, otro que salir juntos para divertirse... pero la amistad verdadera, fundada y sólida -y no la olvidemos- radica en una caridad mayor. ¿Cuál?



Nada manifiesta mejor al amigo como llevar la carga del amigo (San Agustín, Ochenta Cuestiones 71,1)



03:14

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