Hoy, Solemnidad de la Santísima Trinidad, he vuelto a rezar en latín, en compañía de siete u ocho personas, el Trisagio Angélico, una antigua plegaria de alabanza y adoración a Dios uno y trino:
V. Tibi laus, Tibi gloria, Tibi gratiarum actio in saécula sempiterna, O Beata Trinitas.
R. Sanctus, Sanctus, Sanctus Dominus Deus exercituum. Pleni sunt caeli et terra gloria tua.
Los versos se repiten nueve veces precedidos de un Paternóster y de una antífona. Se termina con el Gloria y se repite el canto dos veces más.
Todos los años, mientras vivo esta vieja costumbre litúrgica, me veo a mí mismo como un niño chico que canta a grito pelado una canción con palabras aprendidas de sus padres, pero cuyo significado sólo entenderá cuando sea mayor.
¿A quién no le ha ocurrido alguna vez? De pronto nos viene a la memoria una canción que cantábamos de niños; tratamos repetirla y, al hacerlo, la entendemos por primera vez. Quizá sonreímos pensando: “hay que ver qué cosas decía yo entonces sin enterarme…”
Yo, lo reconozco, tampoco entiendo el Trisagio. No soy capaz de penetrar con mi inteligencia en el Misterio de la Santísima Trinidad. Apenas comprendo qué es la Gloria, la alabanza, la Santidad de Dios y por qué debo repetirlo todo tres veces.
Pero un día, con la gracia de Dios, me haré mayor y despertaré en el Cielo. Allí veré al Padre, el Hijo y al Espíritu Santo, y tendré toda la eternidad para penetrar en el Misterio.
Entonces retomaré el canto:
Te Deum Patrem ingenítum, te Filium unigenitum, te Spiritum Sanctum Paraclitun, sanctam et individuam Tr¡nitatem, toto corde et ore confitemur, laudamus, atque benedicimus: Tibi gloria in saecula.
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