“Jesús levantando los ojos al cielo, dijo:
“Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo”.
(Jn 17,1-10)
Comenzamos con el capítulo 17 de Juan al que llamamos oración sacerdotal, porque es la oración final de Jesús con el Padre.
Una oración en la que:
Jesús desahoga su corazón.
Jesús le habla al Padre del cumplimiento de la misión.
Jesús habla de que ha llegado la hora de la Muerte.
Por tanto la hora del regreso.
Pero le habla de la suerte de los suyos.
Una oración maravillosa:
Llena de ternura.
Llena de desahogo del corazón.
Llena de confidencias con el Padre y con los suyos.
No sé cuantas horas serán treinta y tres años.
Pero para Jesús la verdadera hora es la de su muerte inminente.
“Una hora que ya ha llegado”.
“Una hora de que el Padre glorifique al Hijo”.
“Una hora de que el Hijo glorifique al Padre.
“Una hora de dar “la vida eterna a a los que me confiaste”.
Y a la vez es la hora:
“De que conozca de verdad al Padre.
Y conozcan de verdad al Hijo enviado”.
Comienza Jesús por traducir el verdadero sentido y valor de su muerte.
No es la muerte que termina en fracaso.
Es la muerte donde El es glorificado por el Padre.
Es la muerte donde El glorifica al Padre.
Es la muerte donde Dios revela su verdad.
Por eso le conocerán en ella.
Es la muerte donde Jesús se revela a sí mismo.
Por eso es el lugar donde podrán conocerle verdaderamente.
Jesús no contempla su hora:
Ni como la hora del sufrimiento.
Ni como la hora del fracaso.
Ni como la hora del triunfo de los hombres.
Ni siquiera como muerte.
Sino como hora de vida.
Sino como hora de revelación.
Una manera nueva de ver su muerte
Una manera de ver como glorioso lo que pareciera total derrota.
Una manera de ver esa hora como la hora más rica de su vida.
Como una manera de encontrar el Padre, el Hijo y nosotros.
Padre e Hijo son glorificados.
Nosotros como renacidos a la vida del Padre y del Hijo.
Y hasta se atreve a confesar:
La fe que ellos ya tienen en él.
El conocimiento que ya tienen de él.
Los diferencia del mundo.
Y los presenta también como del Padre, “soy tuyos”.
Y acepta que, a pesar de ser los hombres quienes lo lleven a la Cruz, sin embargo, no solo se siente glorificado por el Padre, sino que también, “y en ellos ha sido glorificado”.
Con frecuencia:
Nosotros vemos la Pasión y Muerte desde afuera, desde el sufrimiento.
La vemos que el último fracaso de su vida.
Cuando en realidad debiéramos mirar la Cruz:
Como él la mira.
¿Seremos capaces de verla como glorificación?
¿Seremos capaces de verla con los sentimientos del mismo Jesús?
“Sentid en vosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús”.
Es la distinta manera de ver las cosas.
Incluso la muerte.
O la vemos desde su cascarón.
O la vemos por dentro.
O la vemos con los ojos.
O la vemos con el corazón.
¡Linda meditación sobre la muerte de Jesús!
Clemente Sobrado C. P.
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