1. (Año II) 1 Reyes 18,41-46
a) Elías estaba seguro de que Dios, después de la profesión de fe que había hecho su pueblo tras el desastre de los falsos profetas de Baal, concedería la lluvia, poniendo final a la larga sequía.
El profeta se puso a orar «encorvado hacia tierra, con el rostro en las rodillas», y su oración fue escuchada. La pequeña nubecilla que su criado vio aparecer en el horizonte (desde el Carmelo se divisa el mar Mediterráneo, que es de donde proceden las lluvias de Palestina), preludiaba el diluvio que todos esperaban.
b) Con razón, en la Carta de Santiago (5, l 8), se cita la oración de Elías como modelo de oración eficaz.
El salmo de hoy recoge esta alegría por el final del castigo: «oh Dios, tú mereces un himno en Sión… la acequia de Dios va llena de agua y las colinas se orlan de alegría».
¿Oramos nosotros con confianza, con insistencia, en favor de nuestro pueblo? ¿presentamos ante Dios -por ejemplo, en la oración universal de la misa o en las preces de vísperas- las diversas sequías de nuestro mundo, para que toque nuestros corazones, nos convierta de nuestras idolatrías y pueda concedernos la deseada lluvia de su gracia y sus bendiciones?
Y luego, ¿tenemos ojos de fe, llenos de esperanza, con una visión pascual, para saber descubrir esas bendiciones en mil pequeños detalles -una nubecilla del tamaño de la palma de una mano- y mirar el futuro con ilusión?
2. Mateo 5,20-26
a) «Pero yo os digo». Jesús, con la autoridad del profeta definitivo enviado por Dios, y sirviéndose de antítesis muy claras, sigue comparando las actitudes del AT y mostrando que ahora deben ser perfeccionadas: «Si no sois mejores que los letrados y los fariseos…».
Hoy trata el tema de la caridad fraterna (¿cuántas veces sale la palabra «hermano»?). Si el AT decía, con razón, «no matarás», el seguidor de Cristo tiene que ir mucho más allá.
Tiene que evitar estar peleado con su hermano o insultarle. Parece una paradoja que Jesús, comparando «culto a Dios» y «reconciliación con el hermano», dé prioridad a la reconciliación con el hermano. Después podremos traer la ofrenda al altar.
b) Preguntémonos hoy cómo van nuestras relaciones con los hermanos, con las personas con quienes convivimos. Naturalmente, no llegaremos a sentimientos asesinos («yo no mato ni robo»). Pero ¿existen en nosotros el rencor, la ira, las palabras insultantes, la maledicencia, la indiferencia?
Jesús quiere que cuidemos nuestras actitudes interiores, que es de donde proceden los actos externos. Si tenemos mala disposición para con una persona, es inútil que queramos corregir las palabras o los gestos: tenemos que ir a la raíz, a la actitud misma, y corregirla.
Antes de comulgar con Cristo, en la misa hacemos el gesto de que queremos estar en comunión con el hermano. El «daos fraternalmente la paz» no apunta sólo a un gesto para ese momento, sino a un compromiso para toda la jornada: ser obradores de paz, tratar bien a todos, callar en el momento oportuno, decir palabras de ánimo, saludar también al que no me saluda, saber perdonar. Son las actitudes que, según Jesús, caracterizan a su verdadero seguidor. Las que al final, decidirán nuestro destino: «tuve hambre y me diste de comer, estaba enfermo y me visitaste».
«Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida» (salmo II)
«El que esté peleado con su hermano será procesado» (evangelio)
«Ve primero a reconciliarte con tu hermano» (evangelio)
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