El Salvador llega con discreción y humildad



Ayer celebramos la fiesta de la presentación del Señor en el templo de Jerusalén. La primera lectura, tomada del profeta Malaquías, anunciaba la llegada del mensajero de Dios: fuerte, poderoso, "como un fuego fundidor y una lejía de lavandero". Lo mismo cantaba el salmo responsorial, que invitaba a alzar los dinteles para que pueda entrar "el rey de la gloria". Estas son las esperanzas y deseos de los hombres. Pero los caminos de Dios son muy distintos a los que nosotros proyectamos...



Cuando Jesús fue presentado en el templo, nadie se dio cuenta: ni el rey, ni los nobles, ni los sacerdotes, ni el pueblo. Esa familia era demasiado pobre para captar su atención. Ni siquiera tenían para comprar un corderillo, como exigía la ley de Moisés. Algo que solo se hacía una vez en la vida, para rescatar al hijo primogénito. A los pobretones de solemnidad se les permitía ofrecer en su lugar un par de pajarillos. Y eso hicieron José y María...


Solo dos ancianos recibieron a Jesús y le prestaron su atención en ese momento tan solemne. Para los demás pasó desapercibido. Menos mal que siempre queda algún anciano bueno para servir al Señor y acogerle cuando llega...


¿Y nosotros? ¿descubrimos la llegada humilde del Señor a nuestras vidas? ¿o seguimos esperando manifestaciones extraordinarias? ¿lo acogemos cuando llega a nosotros pobre y necesitado de protección? ¿o seguimos sin comprender de qué va el evangelio?

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