“El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz y me siga”



“El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz y me siga” (Mc 8, 34-9,1). En esta sola frase está contenido el secreto que hace feliz a una persona en esta vida y en la eternidad. Si una persona no conociera en toda su vida nada más que esta frase y la aplicara a la perfección hasta el día de su muerte, viviría feliz hasta el día de su muerte, viviría sin angustias, aun en medio de pruebas, tribulaciones y persecuciones, y alcanzaría la bienaventuranza eterna en el momento de morir. El motivo es que la frase nos enseña cómo conseguir la salvación que nos consiguió Jesucristo con su Pasión, una salvación en la que es necesario que intervengamos nosotros con nuestra libertad, demostrando que queremos acceder a ella. En la frase Jesús nos hace ver que Dios necesita saber si nosotros queremos o no queremos los frutos de su Pasión, es decir, la salvación. En otras palabras, Jesús nos ha conseguido la salvación eterna al precio de su Pasión y muerte en Cruz; el fruto está maduro en el Árbol de la Cruz, pero no se nos va a dar ese fruto si no queremos que se nos dé; si queremos el Fruto del Árbol de la Cruz, debemos pedirlo, y esto es lo que Dios quiere de nosotros, que se lo pidamos. Dios quiere que le hagamos saber que nos queremos salvar, por medio de actos y de obras concretas.


Y la primera –y más importante- obra concreta es la del “querer” seguir a Jesús, porque Jesús dice: “El que “quiera” venir detrás de mí…”: el “querer” no es “obligación”, porque Dios no obliga a nadie a seguirlo, ya que respeta al máximo nuestro libre albedrío. Dios no obligará a nadie a ir al cielo. Nadie entrará al cielo forzadamente; nadie entrará si no quiere ir; nadie entrará en el cielo si no lo desea, por eso es que Jesús lo dice claramente: “El que quiera venir detrás de mí”. Jesús no dice: “Vengan”. No nos está obligándonos a ir detrás de Él, nos está invitando a seguirlo: “El que quiera venir detrás de mí”, es decir, el que desee, “el que me ame”, ese es el que seguirá a Jesús.


¿En qué consiste este “querer” seguir a Jesús? Lo dice el mismo Jesús: consiste en “renunciar a sí mismo”, “cargar la cruz” y “seguirlo a Él”, camino del Calvario. Y aquí está el secreto de la vida, el camino de la felicidad, el inicio de la gloria, el sendero de la paz, el triunfo sobre la muerte, el pecado y el demonio, el nacimiento de lo alto, porque llevar la cruz, caminando detrás de Cristo, siguiéndolo a Él hasta la cima del Monte Calvario, significa subir hasta la cima del Monte Calvario para ser crucificados junto con Él, para así dar muerte al hombre viejo junto con sus pasiones, sus pecados, su carne de muerte, su concupiscencia, su tendencia al mal, su irascibilidad, su gula, su malicia, su carnalidad, su apego a las cosas de la tierra, su banalidad, su codicia, su avaricia, su deseo de las cosas bajas; seguir a Jesús camino del Calvario es morir al hombre viejo y es también renacer al hombre nuevo, al hombre que es hijo de Dios por la gracia, al hombre que nace de lo alto, del costado abierto del Salvador, del Agua y del Espíritu, el hombre espiritual, que cultiva en el espíritu y cosecha en el espíritu y que se alimenta, más que de alimentos materiales, del Pan de Vida eterna, la Eucaristía.



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