"En cada uno de nosotros hay tres personas: la que ven los otros, la que vemos nosotros y la que ve Dios"
Miguel de Unamuno
Hay un rostro que nos ponemos por la mañana cuando salimos de casa para la vida diaria; es el más arreglado y presentable, conscientes como somos de que en la sociedad actual las apariencias lo son todo. Góngora decía: “Ay, ambición humana, precavido pavo real que con cien ojos destila llanto y desengaño”.
Por la noche, en la recobrada soledad, si miramos en el revoltijo de nuestra conciencia, vemos la realidad de otro rostro, ensombrecido quizá por las miserias y la vergüenza. Precisamente por eso son pocos los que se atreven a asomarse a su yo, mirando en el espejo del alma.
Pero queda finalmente el juicio divino, que como dice la Biblia “escruta los corazones” (Apocalipsis 2, 23). En esa mirada, movida por el Amor misericordioso, está el reflejo de nuestro verdadero rostro.
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