“Habían estado discutiendo sobre quién era el más grande” (Mc 9, 30-37). Jesús atraviesa la Galilea con sus discípulos y en el camino les profetiza acerca de su Pasión: les explica que “será entregado en manos de los hombres, que lo matarán y que tres días después de su muerte, resucitará”. Los discípulos, dice el Evangelio, “no entienden lo que Jesús les está enseñando, y por eso no le hacen preguntas; no le dirigen la palabra y se ponen a discutir entre ellos “sobre quién era el más grande”, demostrando así que no solo son incapaces de elevar la mirada hacia el horizonte de eternidad al que los está llamando Jesús, sino que sus corazones están orientados hacia las vanidades de esta vida, sus pompas, sus honras y sus honores, y que lo que buscan, en realidad, no es la gloria de Dios, sino la gloria de los hombres, porque no les interesa alabar a Dios, sino ser alabados por los hombres: “habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”.
Pero con esta discusión acerca de quién es el más grande demuestran también algo mucho más grave: demuestran que Satanás los tiene atrapados en su red, una red fina y sutil, como la red de la araña, con la cual esta atrapa a sus víctimas. Dice San Ignacio de Loyola que la soberbia es el primer escalón que usa Satanás para atraer al hombre para hacerlo caer en pecado mortal.
“Habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”. El antídoto contra la soberbia es la humildad y es por esto que el cristiano, ante la tentación de grandeza humana, debe pedir ser humillado por Dios, considerando como una gracia inmerecida, el recibir la corona de espinas de Nuestro Señor Jesucristo.
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