Pensamientos de San Agustín (XXIV)


En ocasiones, el paladar espiritual sólo se acostumbra a los sabores y gustos que nos ofrecen cierta literatura espiritual que se pone de moda, gracias a las librerías y a la publicidad, y nos parece que probar otros manjares suculentos se hace difícil o imposible.



La misma imagen que tenemos de los Padres de la Iglesia dificultan nuestro acceso a ellos; los vemos lejanos, imaginamos que son difíciles de leer y entender, y no nos acercamos a la mesa repleta que nos ofrecen, con platos perennes, siempre de actualidad, porque los Padres, cuando se les conoce, nos llaman la atención por la actualidad de sus palabras, por su capacidad de penetración en los corazones.


San Agustín no es la excepción, sino uno más en esa cadena de Padres que siguen ofreciendo manjares que realmente nutren y deleitan. Hay que leerlo, hay que integrar las claves de su doctrina y pensamiento.


La Trinidad nos creó a su imagen y semejanza y en nuestra alma hallamos vestigios trinitarios. Entrando en el alma, conociéndola, podemos elevarnos a la Trinidad eterna y santa. Ese fue el método de san Agustín al exponer la Trinidad tanto en sus libros "De Trinitate" como constantemente en su predicación a los fieles.



¡Mira! El alma se recuerda, se comprende y se ama; si vemos esto , vemos ya una trinidad; aún no vemos a Dios, pero sí una imagen de Dios (San Agustín, De Trin. 14,8,11).


Oración, estudio y apostolado siempre están vinculados y es un trinomio que en todos se ha de dar; en unos, destacará uno de los tres polos, en otro se subrayará otra dimensión. Siempre será la caridad la que determine en cada momento y en cada circunstancia a qué hemos de dedicar más tiempo, en qué habremos de incidir más.



Si nadie nos impone la carga del apostolado debemos aplicarnos al estudio y al conocimiento de la verdad. Y si se nos impone debemos aceptarla por la urgencia de la caridad (San Agustín, La Ciudad de Dios 19,19).


La caridad y la ciencia mantienen una larga relación. La ciencia, el conocimiento, el estudio, se realiza por la caridad porque sin ella, "la ciencia hincha", sirve para vanagloria.


Empléese la ciencia como un cierto andamio por el cual va subiendo la estructura de la caridad, que permanece para siempre, aun después de la destrucción de la ciencia (San Agustín, Ep. 55,21.39).


Al leer las Escrituras hallamos ciencia verdadera (no ciencia en sentido moderno, claro), sabiduría, piedad y caridad, ingredientes todos que deben acompañarnos al leerlas y que hemos de pedir al Señor como un fruto renovado para la vida cristiana.



En estos Libros [Sagradas Escrituras], a cuyo estudio se dedican, podrán leer que el Señor da la sabiduría y de su rostro procede la ciencia y el entendimiento, de quien también recibieron ese mismo deseo de saber, si es que está acompañado de piedad (S. Agustín, De doc. chr. 3,37,56).



San Agustín establece siempre antinomias clarísimas: amemos al pecador, odiemos el pecado. En este sentido, amemos al hombre, odiemos al diablo.



Consideremos a los dos enemigos: al que vemos y al que no vemos. Vemos al hombre, no vemos al diablo. Amemos al hombre, odiemos al diablo; roguemos por el hombre, maldigamos al diablo... (San Agustín, Enar. in ps. 55,4).


Verdadero motivo de gozo para el cristiano es la sabiduría, es la caridad, es la piedad. En ellas el cristiano goza y se alegra con una alegría neuva, honda, serena, distinta.



Gozaos en la verdad, no en la maldad; gozad con la esperanza de la eternidad, no en la flor de la vanidad (San Agustín, Serm. 171,5).


La libertad del corazón requiere que todo sepamos usarlo sin atarnos a nada, buscando un fin noble y honesto. Lo malo es quedarse siempre detenido en los medios, como si fueran lo único, y olvidar el fin bueno que hemos de buscar siempre y en todo.



El que usa una cosa sin amarla es como si no la usase, porque no la usa por la cosa en sí, sino en función de otra que arna por la cual usa la que no ama (San Agustín, Réplica a Juliano 5,16,60).


Antiguo y Nuevo Testamento mantienen relaciones evidentes, pero también hay una gran diferencia entre uno y otro: lo que uno anuncia, el otro lo realiza.



Queda, pues, manifiesta esta diferencia entre el Testamento Antiguo y el Testamento Nuevo: que la ley fue escrita en aquél sobre tablas de piedra, y en éste en los mismos corazones, para que lo que en aquel causaba terror por medio de amenazas exteriores, en éste causara deleite interiormente... (San Agustín, El Espíritu y la Letra 25,42).


¿Y cómo es la Iglesia? Bella, hermosa, variada, extendida por todas las naciones como un Cuerpo diverso, que además traspasa el tiempo abarcando a la Iglesia del cielo y a las almas del purgatorio.



La belleza no consiste en el tamaño, sino en la semejanza y proporción de los miembros (San Agustín, La Ciudad de Dios 11,22).


Los cismas, todos, en la Iglesia nacen de la soberbia más brusca que existe: la de pensar que son justos, puros, perfectos... mientras los demás son imperfectos, pecadores y herejes. Quitan la caridad, florece la soberbia y por tanto nace el cisma.



¿De dónde se parten los cismas? De decir los hombres: somos justos. De afirmar: nosotros santificamos a los impuros, justificamos a los impíos. Pedimos y alcanzamos. (San Agustín, In Ioh. ep., 1,8).



01:48

Publicar un comentario

[facebook][blogger]

SacerdotesCatolicos

{facebook#https://www.facebook.com/pg/sacerdotes.catolicos.evangelizando} {twitter#https://twitter.com/ofsmexico} {google-plus#https://plus.google.com/+SacerdotesCatolicos} {pinterest#} {youtube#https://www.youtube.com/channel/UCfnrkUkpqrCpGFluxeM6-LA} {instagram#}

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.
Javascript DesactivadoPor favor, active Javascript para ver todos los Widgets