“Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola: “Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: “Cédele el puesto a este”. Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos… Invita a pobres, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los muertos”. (Lc 14,1.7-14)
Uno se pregunta si muchas cosas del Evangelio las tenemos que tomar en serio.
¿Habrá que tomar en serio esto de las invitaciones?
Si Jesús viviese y hablase así hoy:
Que le hubiesen acusado de comunista.
Que le hubiesen acusado de perturbador del orden social.
Y hasta es posible que la Iglesia lo pusiese en la lista de los “sospechosos”.
De lo que sí estoy seguro:
Es que quien quiera cambiar lo viejo por lo nuevo va a encontrar dificultades.
Es que quien quiera cambiar la de siempre por algo distinto no lo tendrá fácil.
Es que quien quiera cambiar y recrear la historia tiene cambiar muchas mentalidades.
No se cambian las cosas quedándonos en lo de siempre.
No se hace nacer lo nuevo no renunciando a mucho de lo viejo.
No se hace nacer lo nuevo haciendo lo que todos hacen.
Por eso mismo, Jesús dice y hace cosas que, sin duda tienen mucho de revolucionario.
¿A caso el Nuevo Testamento no es revolucionario comparado con el Antiguo?
¿A caso Jesús no es revolucionario comparado con Moisés?
¿A caso Jesús no es revolucionario comparado con la religión de la Ley?
Y la gran revolución, aunque no nos guste la palabra, de Jesús:
Fue un cambio de mentalidad.
Fue un cambio de valores.
Fue un cambio de actitudes.
Nuestra mentalidad está siempre pensando en ocupar los primeros lugares.
Nuestra mentalidad está siempre pensando en la amistad de los grandes.
Nuestra mentalidad está siempre en subir, ascender.
Pero viene El y comienza por “rebajarse”.
Por “hacerse uno cualquiera”.
Por decirnos que entre los hombres:
Los verdaderos valores no son los de “estar primero”.
Los verdaderos valores no son los de “que a uno le den un título”.
Sino que:
El mejor valor es ser “persona”, al margen del lugar que ocupa.
El mejor valor es ser “considerado en su dignidad de persona”, y no la silla donde se sienta.
Y que por lo mismo:
Como personas todos somos iguales.
Como personas todos tenemos la misma dignidad.
Como personas nadie tiene por qué ser excluido.
Como personas todos formamos una sociedad donde todos tenemos los mismos derechos y deberes.
Y el mejor camino para llegar a esa actitud será:
La cultura del rebajarse uno mismo haciéndose igual al resto, que es la mejor manera de elevarnos a todos.
La cultura de no poner al resto de pedestal para que a uno lo vean mejor.
La cultura de valorar a los demás como a uno mismo.
La cultura de querer para los demás, lo que queremos para nosotros.
La cultura de luchar para que todos puedan sentirse valorados y dignos.
Dios tiene que ocupar el primer lugar en nuestro corazón.
Pero Dios, con ello, no nos rebaja a nosotros, sino que los eleva a su misma dignidad.
No se trata de excluir a los vecinos de nuestra mesa.
Se trata de invitarlos a todos, porque todos tienen la misma dignidad, aunque no todos tengan las mismas comodidades.
Clemente Sobrado C. P.
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