6 de septiembre.

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1. (Año I) Colosenses 1,15-20


a) Pablo eleva un himno a Cristo, que nosotros repetimos -junto con parte del pasaje de ayer- en Vísperas de cada miércoles.


Quiere completar el conocimiento que ya tienen los Colosenses con una mirada más profunda sobre quién es Cristo en el plan de Dios:


- Cristo es imagen de Dios invisible,


- primogénito de toda la creación, porque todo fue creado “por medio de él”, “por él y para él”,


- es anterior a todo y todo se mantiene en él: existe antes que nada y todo consiste por él,


- es cabeza de la Iglesia,


- el primogénito de los resucitados, el primero en todo,


- en él reside toda plenitud, según la voluntad de Dios


- y en él ha quedado todo reconciliado con Dios, por la sangre de su cruz.


Cristo como centro del cosmos y de la Iglesia, el primero en la creación y en la salvación.


Parece la respuesta de Pablo a las corrientes gnósticas de Colosas, que ponían a los ángeles o a los espíritus astrales por encima de Cristo.


b) Es un himno cristológico profundo, misterioso y consolador para nosotros.


Sobre todo en torno al Jubileo del año 2000, cuando nuestra mirada se ha vuelto a fijar de un modo gozoso en Jesús, nuestro Salvador, es bueno que asumamos esta comprensión de Pablo: Cristo es el que da sentido a todo, a lo cósmico y a lo humano y a lo eclesial. Sólo en él está la clave para entender el plan creador y salvador de Dios, o sea, nuestra identidad como personas y como cristianos, nuestro presente y nuestro destino final.


Ojalá supiéramos también nosotros transmitir con el mismo entusiasmo que Pablo nuestra fe en Cristo Jesús, en medio de este mundo que también parece dar prioridad a otros valores en su comprensión del mundo y de la historia.


2. Lucas 5,33-39


a) Empiezan las discusiones con los fariseos: ¿por qué no ayunan los seguidores de Jesús, como hacen todos los buenos judíos, los fariseos y los discípulos del Bautista? Acusan a los discípulos de que “comen y beben”, lo mismo que achacarán a Jesús (Lc 7,33s).


El tema no es tanto si ayunar o no, o si el ayuno entra en el programa ascético de Jesús.


Él mismo había ayunado cuarenta días en el desierto y la comunidad cristiana, desde muy pronto, dedicó dos días a la semana (miércoles y viernes) al ayuno. Jesús no elimina el ayuno, muy arraigado en la espiritualidad de su pueblo.


El interrogante es si ha llegado o no el Mesías. El ayuno previo a Jesús tenía un sentido de preparación mesiánica, con un cierto tono de tristeza y duelo. Seguir haciendo ayuno es no reconocer que ha llegado el Mesías. Ha llegado el Novio. Sus amigos están de fiesta. La alegría mesiánica supera al ayuno. Luego, cuando de nuevo les “sea quitado” el Novio, porque no les será visible desde el día de la Ascensión, volverán a hacer ayuno, aunque no con tono de espera ni de tristeza.


Sobre todo, Jesús subraya el carácter de radical novedad que supone el acogerle como enviado de Dios. Lo hace con la doble comparación de la “pieza de un manto nuevo en un manto viejo” y del “vino nuevo en odres viejos”.


b) Aceptar a Jesús en nuestras vidas comporta cambios importantes. No se trata sólo de “saber” unas cuantas verdades respecto a él, sino de cambiar nuestro estilo de vida.


Significa vivir con alegría interior. Jesús se compara a sí mismo con el Novio y a nosotros con los “amigos del Novio”. Estamos de fiesta. ¿Se nos nota? ¿o vivimos tristes, como si no hubiera venido todavía el Salvador?


Significa también novedad radical. La fe en Cristo no nos pide que hagamos algunos pequeños cambios de fachada, que remendemos un poco el traje viejo, o que aprovechemos los odres viejos en que guardábamos el vino anterior. La fe en Cristo pide traje nuevo y odres nuevos. Jesús rompe moldes. Lo que Pablo llama “revestirse de Cristo Jesús” no consiste en unos parches y unos cambios superficiales.


Los apóstoles, por ejemplo, tenían una formación religiosa propia del AT: les costó ir madurando en la nueva mentalidad de Jesús. Nosotros estamos rodeados de una ideología y una sensibilidad neopagana. También tenemos que ir madurando: el vino nuevo de Jesús nos obliga a cambiar los odres. El vino nuevo implica actitudes nuevas, maneras de pensar propias de Cristo, que no coinciden con las de este mundo. Son cambios de mentalidad, profundos. No de meros retoques externos. En muchos aspectos son incompatibles el traje de este mundo y el de Cristo. Por eso cada día venimos a escuchar, en la misa, la doctrina nueva de Jesús y a recibir su vino nuevo.


“En Cristo quiso Dios que residiera toda plenitud” (1ª lectura I)


“A vino nuevo, odres nuevos” (evangelio)




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