Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Martes de la 11 a. Semana – Ciclo C

Jesús dijo a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo en cambio, os digo: “Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman ¿qué mérito tendréis? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. ( Mt 5,43-48)


Jesús no es de los que se andan con las cosas a medias.

Dios nos a dado dos pies para andar.

Si falla uno, andaremos cojos.

Dios nos ha dado dos manos.

Si nos falta una estaremos mancos.

Dios nos ha dado dos ojos.

Si nos falta uno, seremos bizcos.


En cambio nos ha dado un solo corazón.

Aunque a veces damos la impresión de llevar varios corazones.

Uno para los amigos y otro para los enemigos.

Uno para los que nos quieren y otro para los que no nos quieren.

Uno para Dios y otro para los hombres.


Somos nosotros los que hemos construido dentro de nuestro corazón varias habitaciones.

Una habitación para los que nos caen bien.

Una habitación para los amigos.

Una habitación para los nuestros.

Otra habitación para los que nos caen mal, nos caen “cuadrados”.

Otra para aquellos a quienes odiamos y excluimos.

Otra para nuestros enemigos.

Las primeras las tenemos siempre con la llave puesta y bien amuebladas.

Las otras las tenemos siempre con la puerta cerrada y no dejamos entren en ella.

¿Alguna vez nos hemos tomado el trabajo de fijarnos cuantas habitaciones tiene nuestro corazón?


Dios tiene un solo corazón.

Y en él entramos todos, buenos y malos, justos a injustos, santos y pecadores.

Dios no tiene dos corazones:

Uno para los santos.

Otro para los malos.


Le basta uno solo. Y con él ama a todos, sin excluir a nadie.

Por eso Dios ama a todos: a los que le aman y a los que no le aman.

Mientras tanto, nos olvidamos de que desde que a Dios le ha ocurrido vivir y habitar en nuestro corazón no podemos tener más corazón que el suyo.


Amar a los nuestros, eso no es amar.

Eso es algo que hace todo el mundo.

Donde se conoce la verdad del corazón es:

Cuando soy capaz de amar a los que no me aman.

Cuando soy capaz de amar a los que me han hecho daño.

Cuando soy capaz de amar a los que me odian.

Porque es entonces cuando nuestro corazón se parece al de Dios.

Porque es entonces, lo dice Jesús, “seréis hijos de vuestro padre que está en el cielo”.

Y es por ello que, el mismo Jesús, se atreve a lanzarnos el reto y el desafío de “sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”.


Ya lo sé. Psicológicamente resulta imposible amar lo malo.

Psicológicamente resulta imposible amar al enemigo.

Pero nosotros no solo funcionamos psicológicamente.

Nosotros “somos hijos del Padre celestial”.

Nosotros “llamados a ser perfectos como el Padre”.

El Padre ha derramado su amor a rebosar en nuestros corazones.

Y Jesús se toma el atrevimiento de decirnos “amaos como yo os he amado”.

Sólo así, con un corazón que se parece al Dios podemos amar a nuestros enemigos.

Y aquí sí que tenemos que decir que:

Somos distintos a todo el resto.

Somos diferentes a los demás.

Es lo que nos hace semejantes a Dios.


No llevamos un pedacito del corazón de Dios.

Llevamos el corazón entero de Dios que se ha transformado en el nuestro.


Clemente Sobrado C. P.




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