Este fin de semana vi casi entera la película El Cielo Protector. (Aviso, película con ciertas escenas bastante inconvenientes.) La película, en realidad, nos adentra tímidamente (esto es, poco y mal) en la mucho más apasionante vida del autor de la novela, Paul Bowles. Cuya vida fue el ambiente de Tánger y Marruecos en general.
Viendo cuál fue el mundo de Bowles, compruebo lo distinto que fue su mundo de camellos, casas de adobe, mercados y cafés, con mi mundo catedralicio de grandes liturgias, construcciones teológicas, mármoles e incienso.
Además de que su vida consistía en gran parte en ese desierto y las pequeñas ciudades de ese erial, y mi mundo consiste esencialmente en un mundo intelectual y espiritual. Bowles como escritor se esforzó en mostrar calles, personajes y ambientes sociales. Mis libros tratan fundamentalmente de invisibles construcciones conceptuales. No se me ocurre nada más inmaterial que mi Historia del Mundo Angélico. Historia en la que no hay ni un gramo de materia. Aunque Summa Daemoniaca o Un Dios Misterioso y tantas otras obras mías no contienen mayores dosis de objetos materiales. Sí, nuestros mundos fueron tan diversos. Dos vidas, dos mundos. Dios ha creado una vasta tierra poblada de muchos mundos. El mundo es mejor con tanta variedad.
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