El viernes pasado terminó el ciclo de infantil un grupo de niños y de niñas a los que he estado siguiendo durante estos tres últimos años. Me parece comprender perfectamente los sentimientos de sus maestras en estos momentos. Sienten un profundo penar porque "sus" niños cambian de ciclo.
El último día de curso suele ser una liberación para la mayoría de los profesores y motivo de gran regocijo para los alumnos. Yo siempre lo he vivido como un día agridulce. He sentido siempre una cierta pena. Ahora comprendo que cuando se trata del ciclo de infantil y también de las guarderías -Kid's Garden-, las maestras tienen ese mismo sentimiento, pero todavía mucho más agudizado. He sabido que para ellas ése es un día triste y regado por las lágrimas. Al fin y al cabo, ellas están muy cerca de esos niños durante muchos días al año y muchas horas cada día. Yo sólo les he ido a visitar casi todas las semanas para estar unos minutos con ellos y hablarles de Jesús. ¡Puedo imaginar lo que sería si hubiese pasado los tres años con ellos!
La semana pasada fui a despedirme de los alumnos de tercero de infantil. Llevé conmigo un plato con aceite de oliva y un salero. Los niños estaban asombrados y no se explicaban cuál era la finalidad de que les llevara estos elementos culinarios.
Juntos fuimos sacando los significados y las utilidades del aceite y de la sal, en los diversos ámbitos de la vida. Fue fácil. El aceite tiene "poderes" curativos, energéticos y es fuente de luz. Les expliqué que los antiguos ungían -es decir, untaban con aceite- a los reyes y a los sacerdotes porque de esta manera significaban un poder que les comunicaba Dios.
Mostrándoles mis manos, exclamé:
-¿Veis estas manos? Hace muchos años, cuando me hice sacerdote, el Papa las ungió con aceite y desde ese momento yo tengo el poder de convertir el pan en el Cuerpo de Cristo, el vino en la Sangre de Cristo y también de convertir los corazones de piedra en corazones de carne!
Era indescriptible la mirada de asombro que ponían. Creían en mis palabras.
Entonces les dije que Jesús también utilizó el aceite para dar su poder a los cristianos.
En el Bautismo se unge con aceite a los niños.
En la Unción de los Enfermos también y así los que sufren una enfermedad tienen la fuerza para llevar los dolores y sufrimientos con alegría y también pueden recibir la curación, si ésa es la voluntad de Dios.
En la Confirmación, también se recibe el santo Crisma, y allí los cristianos experimentan la fuerza y el poder del Espíritu Santo. Explicarles qué es lo que sucedió en Pentecostés y cómo sobre las cabezas de los apóstoles se posó una lengua de fuego es emocionante.
En ese momento se les puede invitar a experimentar un poco la sensación de ser ungidos. Si no son muchos los niños, se les puede invitar a que se acerquen y se les unge con el aceite en el rostro. Para ellos es divertido. La cara se vuelve radiante y se aprecia una sensación de bienestar y de frescor. En ese momento me acordé de las palabras de Jesús: ¡vosotros sois la luz del mundo, vosotros sois la sal de la tierra!
Dichas estas palabras, he hecho el gesto de echarles sal con el salero, sobre sus cabezas. Y les he explicado que la sal es lo que hace que los alimentos sean sabrosos. Entonces he comprendido con claridad cómo estas palabras de Jesús se aplican perfectamente a los niños, puesto que de quienes son como ellos es el Reino de los Cielos. Ellos son realmente la sal de la tierra: el mundo sería inhóspito e insalubre sin su presencia. Así se lo he dicho: ellos son muy importantes para la sociedad, porque con su alegría dan luz y esperanza a las gentes.
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