“Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la ley y los profetas. Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos”. (Mt 7,6.12-14)
¿Conoces alguna casa que no tenga puertas?
Todas las casas tienen sus puertas.
Incluso, algunas hasta tienen esa fea puerta llamada de “servicio”.
También lo malo tiene puertas y caminos.
Y las puertas del mal son bien anchas.
Pero también el cielo tiene las suyas.
Lo que me extraña es lo que nos dice Jesús: “que es estrecha”.
¿Será tan estrecha que son pocos los que dan con ella?
La verdad que no quiero entrar en discusiones con Jesús.
Porque yo no estoy tan seguro que sea tan estrechita que solo entren los flacos.
Señor, ¿no has dicho que tú mismo eres la puerta?
¿Y me vas a decir que tú eres tan estrecho como la Ley, que sí la estrechaba?
Ya sé que el mal tiene puertas muy anchas y también caminos de autopista.
Ya sé que es más fácil lo malo que lo bueno.
Aunque prefiero el dicho: “pórtate bien que nada te cuesta”.
Ya sé que lo malo suele tener mucho más atractivo, aunque tenga mucho de mentira y engaño.
Pero, ¿no eres tú la puerta misma del corazón del Padre?
El que te conoce a ti ha encontrado una puerta tan grande como tu corazón.
El que te sigue a ti ha encontrado una puerta tan grande como el amor que nos tienes.
Claro que, como tú dijiste, los bandidos se saltan la tapia.
Para los malos toda la tapia se convierte en puerta.
Estoy seguro de que quien te ha conocido a ti sabe que la puerta que eres tú es mucho más grande que toda la tapia.
Tú nos has señalado que la verdadera puerta de la salvación es el “amor”.
Primero el amor del Padre.
Segundo el amor a los hermanos.
Y por eso, nos señalas cuál es la verdadera puerta:
“Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”.
Amar al prójimo como a uno mismo:
Es la puerta que nos abre el corazón del Padre.
Es la puerta que nos abre el corazón de los demás.
Es la puerta que nos abre el alma de los demás.
Es la puerta que nos abre la amistad de los demás.
Es la puerta que nos abre el amor de los demás.
Cuando somos capaces de “tratar a los otros como queremos ser tratados”:
Se abren todas las puertas hasta ahora cerradas.
Se abren las puertas de los necesitados.
Se abren las puertas de los grandes.
Se abren las puertas de la solidaridad.
Se abren las puertas de la comprensión.
Se abren las puertas de la generosidad.
Se abren las puertas de la justicia.
Se abren las puertas de la comunión entre todos.
Se abren las puertas de la paz.
Es que, “cuando tratamos a los demás como a nosotros mismos”:
Convertimos a los demás en nuestro “otro yo”.
Valoramos a los demás como nuestro “otro yo”.
Queremos para los demás, aquello que nosotros mismos queremos para nosotros.
Queremos para los demás, la vida que deseamos para nosotros.
Queremos para los demás, las mismas condiciones de vida que deseamos para nosotros.
Queremos para los demás, el mismo trato que deseamos para nosotros.
Señor, “los demás” son muchos.
La puerta de la entrada son los demás.
Señor, gracias porque has hecho de mis hermanos la puerta para llegar a Ti.
Señor, gracias porque me has hecho a mí la puerta grande por donde los demás puedan llegar a Ti.
Tú “eres la puerta”.
A nosotros nos has “hecho tu puerta”.
Clemente Sobrado C. P.
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