“Conviértete y cree en el Evangelio”: sobre una predicación a monjes budistas

 Como contábamos más arriba, fin de año debimos pasarlo con el P. Federico entre budistas, vacas y protestantes a raíz de la dolorosa pérdida de una joven y su hijito que no pudieron sortear el parto.

Pocos días después, por pura necesidad material (no teníamos qué comer y necesitábamos comprar algo de combustible natural para el cuerpo) nos dirigimos a “la” aldea comercial de la zona (no imaginen uds. un shopping o algo así: apenas unos cientos de metros con unos cuántos negocios elementales).

Intentamos cambiar dinero y, por la crisis que hay ahora en la zona, nos fue imposible, así que nos conformamos con un par de cosas elementales. Estábamos por emprender el regreso cuando, en la parada del colectivo, nos encontramos con esos típicos y rojizos personajes que uno puede hallar a diario en estos remotos pagos, en pleno Himalaya oriental: los lamas o monjes budistas.

Ya habíamos narrado antes, en “Budismo ‘for dummies’”, nuestra experiencia cercana de tercer tipo, pero aquélla había sido en terreno visitante: un monasterio. Ahora era terreno neutral; el areópago era la calle, la tribuna, los peatones y el tema, como siempre, la religión.

Cabe recordar que los monjes budistas no son amigos de conversar con ajenos; menos que menos con extranjeros. Al ser una doctrina (porque no es religión, al no “religar” con nada) absolutamente “clericalista”, los monjes se encuentran como apartados, en un pedestal santificado. No hemos visto que hablen con la gente, ni que jueguen con los niños, ni que sonrían amablemente…; no. Son seres “separados”, “sacros” y casi intocables incluso cuando se los ve por las calles.

Hasta los hay al estilo de nuestros “seminaristas menores” que, según nos dijo uno de ellos, al menos muchos, ingresan al monasterio por mandato de sus padres y para poder tener un buen pasar económico (todos los monjes que hemos visto, a pesar de andar con sandalias, tienen unos enormes smartphones que serían la envidia de más de uno en occidente).

Pues bien; allí había tres monjes budistas y el diálogo, surgió más o menos de la siguiente manera: 

-          ¡Buenos días!

-          ¡Buenos días! –respondieron ellos un tanto asombrados.

-          Somos sacerdotes católicos (…). Estamos en una aldea vecina.

Luego de las presentaciones de estilo, preguntamos:

-          ¿En qué creen Uds?

-          El budismo cree básicamente lo mismo que el cristianismo –replicaron, siguiendo en esto uno de los lugares comunes de la zona.

Nuestra respuesta fue directa:

-          No, no es así, nuestras creencias son extremadamente distintas, son opuestas entre sí. Hay una enorme diferencia. Para uds. lo más importante es el Buda, pero para nosotros lo más importante es Dios, el único Dios. Para uds. Buda es dios, pero nosotros negamos que lo sea. Nosotros alabamos a Dios, que ha creado todas las cosas, pero Uds. no creen en un Dios Creador. Es más, para uds. no hay creación ya que el budismo tibetano simplemente niega la realidad ¿no es así? Para el budismo, todo es una ilusión. Para el budismo, uds. no existen, uds. son un sueño. 

-          Sí… -dijo tímidamente uno de ellos. El mundo es una ilusión.

-          ¿Así que somos una ilusión? –preguntó el Padre Federico.

-          Sí –respondió el lama.

-          ¡Ajá! –respondió el cura, con brazos en jarra al estilo Don Camilo- ¿y si te tirase hacia abajo desde este pozo?¿dirías lo mismo? –le preguntó desafiante mientras lo agarraba desde los hombros y hacía ademán de lanzarlo hacia abajo mientras lo tomaba de la mochila moviéndolo à piacere, para enfatizarle, de modo chocante, que ambos existían, que eran reales, que no eran parte de un sueño, que no vivimos en una Matrix.

Los monjes no sabían qué responder…

-          Pues sepan que no: ud. es tan real como yo y esa doctrina budista no es lo mismo que Dios mismo nos vino a revelar y que la Iglesia Católica Apostólica y Romana nos enseña.

Los monjes se quedaron pensativos y sin saber qué decir. Entonces, recordamos enseguida aquello que el gran filósofo francés, Étienne Gilson decía en su primer párrafo del “Vademecum del realista principiante

“El primer paso en el camino del realismo es darse cuenta de que siempre se ha sido realista; el segundo, comprender que, por más que se haga para pensar de otro modo, jamás se conseguirá; el tercero, comprobar que los que pretenden pensar de otra manera piensan como realistas tan pronto como se olvidan de que están desempeñando un papel. Si entonces se preguntan por qué, la conversión está casi terminada”.

Y aquello de San Pablo:

“Proclama la Palabra, insiste oportuna e inoportunamente, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Tim 4,2).

Lejos de lo que algún “experto en diálogo religioso” de escritorio pensaría, la conversación continuó lo más afablemente; nos sacamos unas fotos juntos, intercambiamos sinceras sonrisas y números telefónicos y concretamos vernos en otra ocasión.

La misión “ad gentes” es urgente.

Y es un desafío y una aventura.

Quien quiera venirse, al menos unas semanas para experimentarlo, ya sabe dónde debe buscar los datos: aquí.

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi

Misionero temporario en la meseta tibetana

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12:27

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