26 de enero. Santos Timoteo y Tito.

San Pablo, con Timoteo y Tito.

San Pablo, con Timoteo y Tito.

SAN TIMOTEO († 97)

En 1885 el arqueólogo Sterret descubrió unas viejas ruinas romanas junto al actual pueblecito turco de Katyn Serai. Estas se reducían a una piedra impulimentada de altar pagano con una inscripción dedicada a Augusto por los decuriones de la colonia romana. Esto es todo lo que se conserva del antiguo pueblecito de Listra, encuadrado en la provincia de Licaonia.

Capital de la provincia fue Iconio, hoy Conia. Desde aquí huían apresuradamente, en los primeros meses del año 48, Pablo y Bernabé, alegres por haber sido hallados dignos de padecer persecución por el nombre de Jesús.

En su fuga a campo traviesa recorrieron unos cuarenta kilómetros al sur, consiguiendo alcanzar las primeras casas de Listra. Quizá allí no hubiera sinagoga, pero ciertamente no faltaba una familia judía, donde pudieran alojarse los fugitivos.

De esta familia han llegado hasta nosotros los nombres de tres generaciones: Loide, su hija Eunice y el hijo de ésta, Timoteo.

De Eunice sabemos que estuvo casada con un pagano (Act. 16,1). A pesar de su ascendencia paterna pagana. Timoteo podría ser considerado como judío. Y aunque no había sido circuncidado, según la costumbre judía, al octavo día de haber nacido, recibió desde pequeño una sólida y jugosa formación religiosa de labios de su madre y de su abuela.

El mismo Pablo se lo recordará más tarde: “Quiero evocar el recuerdo de la limpia fe que hay en ti, fe que, primero, residió en el corazón de tu abuela Loide y de tu madre Eunice y que estoy seguro que también reside en ti… Ya sabes qué maestros has tenido y cómo desde tus más tiernos años conoces las Sagradas Escrituras” (1 Tim. 1,5; 3,14).

Una buena temporada se pasaron los dos apóstoles en Listra, en el seno de aquella buena familia. Como es lógico, los primeros beneficiarios de la predicación evangélica fueron los que tan generosamente les habían ofrecido hospitalidad.

En el capítulo 14 del libro de los Hechos de los Apóstoles se nos narran los avatares de la actuación apostólica de Pablo y Bernabé en el pueblo natal de Timoteo.

Una tarde, quizá en los alrededores del templo de Júpiter, Pablo hablaba al aire libre a un grupo de gente; Bernabé, alto y corpulento, estaba firme y silencioso a su lado. Entre los oyentes se hallaba un pobre cojo; que escuchaba con gran atención. Viendo Pablo que el enfermo “tenía fe para ser curado, le dijo con voz poderosa: ¡Levántate y tente sobre tus pies! Y, efectivamente, se alzó de golpe y comenzó a caminar”.

A la vista de tan estupendo prodigio los asistentes empezaron a gritar en dialecto licaonio: “¡Los dioses en forma humana han bajado a nosotros!” Y viendo la buena estatura de Bernabé lo tomaron por Júpiter, y a Pablo, que era el orador, lo tomaron fácilmente por Mercurio. Fue la casualidad de que los sacerdotes del vecino templo de Júpiter tenían preparados para el sacrificio dos toros adornados de guirnaldas ,y naturalmente, les pareció magnífica la ocasión para ofrecérselos al propio dios en persona.

Hasta aquí Pablo y Bernabé no habían comprendido el significado de aquel barullo, ya que la turba hablaba en dialecto licaonio, desconocido para ellos, pero a la vista de los preparativos del sacrificio cayeron en la cuenta de la ingenuidad de aquel pueblo crédulo.

Como buenos israelitas, Pablo y Bernabé rasgaron sus vestiduras e hicieron desistir a la turba de semejante idolatría: ellos no eran dioses, sino hombres como el resto de los mortales.

La reacción de la turba, abocada al desengaño, cambió rápidamente de signo y en un gesto brutal de despecho se lanzó sobre los dos apóstoles, apaleándolos ferozmente hasta dejarlos aparentemente muertos. Arrojados así fuera de los muros de la ciudad, fueron a la noche recogidos por los “hermanos”, que, con gran contento, pudieron comprobar que aún vivían los dos misioneros. Con suma cautela fueron llevados de nuevo a casa de Timoteo, donde pernoctaron, para salir al día siguiente de madrugada, a bordó de un jumentillo, con destino a la vecina ciudad de Derbe.

Es de suponer que ya en aquella ocasión Pablo hubiera bautizado a Timoteo, a quien él mismo habría instruido directamente en la fe, ya que lo llama “hijo suyo queridísimo” (1 Cor. 4,17).

Cuando más tarde Pablo, en su segundo viaje misionero, vuelve a pasar por Listra, piensa en Timoteo como posible candidato al ministerio evangélico; pero, no queriendo dejarse llevar por el juicio apasionado del afecto, propuso la candidatura a los cristianos de Iconio y de Listra, “los cuales dieron de él óptimos informes” (Act. 16,2).

Entonces el Apóstol lo toma definitivamente a su servicio y, para hacer más eficaz su apostolado entre los judíos, lo circuncida previamente, ya que por aquella comarca todos sabían que era hijo de padre griego.

Desde este momento Timoteo se convirtió en un compañero fiel y en un valioso auxiliar de San Pablo. Juntamente con él recorrió la Frigia y la Galacia y, después de haber evangelizado el Asia Menor, se trasladó a Europa y anduvo al lado de su maestro por Filipos, Berea y Atenas, y con él asimismo volvió a Jerusalén.

Durante el curso de este segundo viaje fue encargado de visitar y consolar a los fieles de Tasalónica (Fil. 2,22; Act. 16,3-18,22).

También acompañó a San Pablo en la tercera expedición misionera, y estuvo con él cerca de tres años en Éfeso, desde donde partió para Macedonia, enviado por el Apóstol para realizar una delicada misión (1 Cor. 4,17; 16,10-12).

Allí en Macedonia esperó a su maestro y juntamente con él visitó Corinto y Tróade y, finalmente, ambos volvieron a Jerusalén.

No sabemos si Timoteo estuvo con San Pablo durante su prisión en Cesarea y el viaje a Roma para asistir al proceso imperial.

Lo que está fuera de duda es que estuvo junto a él durante la primera prisión romana, ya que encontramos su nombre en la inscripción de las cartas que en aquella ocasión escribió el Apóstol (Col 1,1; Filem. 1).

Cuando Pablo recobró la libertad, después de la absolución dictada por el tribunal del César, volvió a llevar consigo a Timoteo en las correrías apostólicas, cuya identificación nos es hoy difícil de precisar.

Estamos en los primeros meses del año 65. Pablo vuelve a Éfeso, donde pasa una temporada de duración desconocida, tras de la cual abandona la metrópoli asiática, dejando allí a Timoteo con amplios poderes de inspección.

Desde Macedonia, a donde se había trasladado inmediatamente, el Apóstol escribe su primera carta a Timoteo, en la que le recuerda los consejos que de viva voz le había dado al dejarle encomendada la floreciente cristiandad de la gran ciudad. A través de este maravilloso documento paulino podemos conocer la gran estima que el Apóstol tenía del que había sido su más fiel auxiliar en la predicación del Evangelio: “Que nadie desprecie tu juventud. Al contrario, muéstrate un modelo para los creyentes, por la palabra, la conducta, la caridad, la fe, la pureza” (1 Tim. 4.12).

E incluso, conociendo la austeridad de su discípulo, le ordena que afloje un poco en su penitencia, ya que su salud no se lo soportaba: “Deja de beber sólo agua. Toma un poco de vino a causa de tu estómago y de tus frecuentes achaques” (1 Tim. 5,23).

Hemos de suponer que Timoteo siguió en su cargo de “epíscopo” o inspector de las cristiandades de Asia, desde su residencia en Efeso hasta la segunda prisión romana de San Pablo.

En estas circunstancias supremas del Apóstol no podía faltarle la presencia de su querido hijo Timoteo, al que reclama con acentos emocionantes, desahogándose tiernamente con él: “Apresúrate a venir a mi lado lo más pronto posible, pues Demas me ha abandonado por amor del mundo presente. Se ha ido a Tesalónica: Crescente, a Galacia; Tito, a Dalmacia. Sólo Lucas está conmigo. Toma a Marcos y tráetelo contigo, pues me es un elemento valioso en el ministerio. Cuando vengáis, traeos la capa que dejé en Tróade, en casa de Carpo, así como los libros, sobre todo los pergaminos. Alejandro, el herrero, me ha hecho mucho daño. El Señor le dará según sus obras. Tú también desconfía de él, pues ha sido un adversario encarnizado de nuestra predicación. La primera vez que tuve que presentar mi defensa, nadie me ha apoyado. ¡Todos me han abandonado!” (2 Tim. 4,9-16).

He aquí la verdadera grandeza de Timoteo: él fue constituido en albacea y heredero del gran Apóstol. Su último escrito fue esta segunda carta a Timoteo, que bien pudiéramos llamar su testamento y última voluntad: “He aquí que yo he sido ya derramado en libación y el momento de mi partida ha llegado. Yo he luchado hasta el final. La buena lucha, he consumado mi carrera, he guardado la fe. Y ahora he aquí que está preparada para mí la corona de justicia, que en recompensa el Señor me dará en aquel día, Él, que es justo juez; y no solamente a mí, sino a todos los que habrán esperado con amor su aparición (2 Tim. 4,6-8).

De la vida posterior de Timoteo tenemos sólo breves noticias. Según Eusebio (Hist. eccies. 3,4), continuó en su cargo de obispo de Efeso y cuasi metropolitano de toda el Asia Menor.

Finalmente, según sus propias Actas martiriales, que Focio pudo todavía leer, en tiempos ya de Domiciano fue martirizado en la misma ciudad de Efeso por haber intentado apartar al pueblo de una fiesta licenciosa.

Pero quizá, por encima de su propia aureola de mártir de la fe, brilla más alta y esplendente su calidad de discípulo predilecto, de auxiliar fidelísimo y de inmediato heredero de aquel que con justa razón podemos denominar el segundo fundador del cristianismo.

SAN TITO, OBISPO
(s. I)

De San Tito no tenemos otras noticias que las que San Pablo nos suministra; y a los datos del Apóstol hemos de acordar su biografía. El primer dato sobre Tito lo encontramos acompañando a San Pablo a Jerusalén con Bernabé. El objeto del viaje fue defender Pablo el Evangelio de Jesucristo frente a los doctores judíos que querían someter a los conversos a las ceremonias legales del Viejo Testamento, murmurando de San Pablo porque se oponía a semejante servidumbre. Hacía catorce años que Pablo se había ausentado de la ciudad santa donde estuvo a raíz de su conversión, tres años después de la misma. El viaje obedecía a una “revelación” que tuvo, donde se le ordenó subir allá a verse con las “columnas de la Iglesia”, como llamaban a San Pedro, San Juan y Santiago, a fin de confrontar su predicación con la de ellos; estando acordes en todo, en señal de lo cual se dieron las manos, a Pablo y a Bernabé se entiende, y no a Tito porque era gentil.

Los enemigos de San Pablo pretendían que los conversos se circuncidaran, ya que le oyeron decir que los cristianos no estaban obligados a aquella ceremo nia.Furtivamente espiaban a Pablo en estas predicaciones, y fue tal la defensa que hizo de su nueva teología, que “ni aun Tito, que me acompañaba, con ser gentil, fue obligado a circuncidarse” (Gal. 2,3). No era, pues, Tito judío. ¿Dónde,o en qué poblado o ciudad había nacido? ¿Creta, Corinto, Antioquía? Es inútil discurrir a este respecto. Era sencillamente, gentil. ¿Por qué, siendo gentil, acompañó a San Pablo? La palabra “gentil” se usaba para denominar a los griegos, según algunos expositores. En aquel entonces, Tito era cristiano. Venia del “gentilismo”, pero era cristiano, razón por la cual, juzgándose los judíos cristianos representantes de las dos leyes, la judía y la cristiana, pretendían que los conversos aceptasen la circuncisión, sosteniendo que sin ella no podían salvarse (Act. 15). El punto de partida de San Pablo para este viaje a Jerusalén fue Antioquía, donde había muchos discipulos del Señor. El y Bernabé “se quedaron allí mucho tiempo con los discípulos” (Act. 14,28). Apareciendo Tito con ellos en Jerusalén, por deducción, Tito debió ser antioqueno, convertido por San Pablo a la fe, tomándole desde entonces por “socio” y “coadjutor” suyo.

Como sujeto de toda garantía espiritual y de un celo grande semejante al suyo, San Pablo encomienda a Tito, en su tercer viaje a Tiro, Patara, Rodas, Esmirna, Tróade, Filipos, Tesalónica, Efeso, Antioquía, dos misiones delicadísimas a los corintios: la primera desde Efeso y la segunda desde Macedonia. Los corintios fueron evangelizados por San Pablo. Les cobró el Apóstol un cariño y una solicitud grandes; pero no faltaron disidentes y traidores a la causa de la fe. Algunos judíos conversos dieron nuevas a San Pablo del mal espíritu de algunos, y los mismos fervorosos cristianos le dirigieron una carta enterándole de los pecados y disensiones entre ellos. Ya en sus comienzos se vió en la necesidad de salir precipitadamente de Corinto porque los judíos le acusaron ante Galión, procónsul de Acaya, de que Pablo “persuade a los hombres a honrar a Dios contra la ley”, la ley antigua (Act. 18,13).

San Pablo hubo de embarcarse navegando a Siria, bajando después a Efeso. En Efeso estaba Tito. Con lo sabido por él mismo, las noticias que fueron llegando después de su partida, la carta que los corintios le dirigieron, consultándole diversos puntos, Pablo escribió su primera carta a los corintios, encomendando a Tito le sirviera de correo, a la vez que de apóstol y encomendero suyo para ver de poner paz entre los corintios y reducirlos a la concordia. El primer punto a coordinar era la división entre los conversos, llamándose unos discípulos de Pedro, otros de Apolo, otros de Cristo y otros de Pablo. “¿Está dividido Cristo? -les dice-. ¿O ha sido Pablo crucificado por vosotros?” (Cor. 1,13). Siendo Corinto ciudad internacional, a ella acudían no solamente los ricos comerciantes, sino los filósofos, los oradores, los sofistas. Vivían pagados de su sabiduría. “Los judíos piden milagros, los griegos sabiduría, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, más poder y sabiduría de Dios para los llamados, ya judíos, ya griegos” (ibid. 22-23).

El espíritu de partido, los pleitos entre los conversos, los vicios de la impureza, el incestuoso, etc., son temas de San Pablo. Por sabia que fuera la carta de San Pablo, el intérprete de la misma y el ejecutor habia de ser Tito. Qué tino, qué prudencia, qué sabiduría, qué don de gentes necesitaba el discípulo para llevar a cabo la paz y la concordia entre todos volviéndolos al verdadero cristianismo, que era Cristo. Deseando conocer San Pablo el éxito de su carta y de las gestiones de su ardoroso y fiel discipulo, le citó en Tróade a donde se dirigía San Pablo a predicar el Evangelio de Cristo. “En medio de haber abierto el Señor una entrada, no tuvo sosiego mi espíritu, porque no hallé a mi hermano Tito, y así, despidiéndome de ellos, partí para Macedonia” (2 Cor. 11,12-13). La inquietud de San Pablo estaba bien justificada por la ternura que sentía por los nuevos convertidos por él, por la dificultad creada por ellos en asuntos de gravedad y por el miedo que sentía por su querido discípulo, por si no lo habían recibido bien o no había tenido éxito en sus gestiones.

Llegó San Pablo a Macedonia y crecieron sus angustias por nuevas dificultades. Muy grandes debieron de ser. Tito no estaba allí. “Pues así como llegamos a Macedonia, no he tenido consuelo ninguno según la carne, sino que he sufrido toda suerte de tribulaciones, combates por fuera, por dentro temores” (2 Cor. 7,5). Las grandes penalidades del Apóstol en Macedonia tuvieron su recompensa con la llegada de Tito. “Pero Dios, que consuela a los humildes, nos consoló con la llegada de Tito y no sólo con su llegada, sino con el consuelo que de vosotros nos trajo, al anunciarnos vuestra ansia, vuestro llanto y vuestro celo por mí, con lo que creció más mi gozo”, La embajada de Tito fue cumplida y triunfante, hasta el punto de que el Apóstol, que se había manifestado duro con los corintios en su segunda carta a los mismos, se sincera un poco de su filípica anterior atenuando su rigor por contraposición al amor que les tiene.

El puro elogio que hace de Tito muestra bien a las claras el valor de su obra apostólica y del tiempo con que llevó a cabo su misión. “Que si en algo me glorié con él de vosotros, no he quedado confundido, sino que así como en todo os habíamos hablado verdad, así era también verdadero nuestro gloriarnos con Tito. Y su cariño por vosotros se ha acrecentado viendo vuestra obediencia y el temor y temblor con que le recibisteis. Me alegro de poder en todo confiar en vosotros” (ibid. 12,14-16).

Por si había quedado algún leño encendido entre los corintios, y ante las buenas nuevas traídas por Tito, San Pablo les escribe su segunda carta desde Macedonia, confiándola al mismo Tito, queriendo que el que tan buen éxito tuvo en su primera misión, acabara la obra en la segunda. El empeño era más fácil. Conocían los corintios a Tito y le amaban. Sabían los corintios el celo del discípulo de San Pablo por ellos y le recibirían y atenderían de mejor gana que en la primera. Así aconteció. “Y gracias sean dadas a Dios, que puso en el corazón de Tito esta solicitud para vosotros, pues no sólo acogió nuestro ruego, sino que solicitó por propia iniciativa partir a vosotros” (¡bid. 8,16). En esta segunda carta San Pablo cambia su técnica epistolar, manifestándose más humano y comprensivo, en atención a las buenas noticias que Tito le diera de ellos. Les muestra su deseo de ir a verlos, imposible de realizar por entonces, perdona al incestuoso, canta su libertad evangélica y se declara heraldo de la verdad…. hace un resumen de sus padecimientos por el apostolado de Cristo y pregona un elogio a los corintios. “Y así como abundáis en todo, en fe, en palabra, en ciencia, en toda obra de celo y en amor hacia nosotros, así abundéis también en esta obra de caridad” (ibid. 8,7). (Pide a los corintios hagan una colecta por los pobres de Jerusalén). No deja en el tintero su ascendencia judía y farisaica frente a la vanidad de los pseudo-apóstoles, a la vez que se absuelve de no haberles sido gravoso en nada ni querer nada para sí. En esta defensa incluye a Tito,. ¿Os he explotado acaso por medio de alguno de los que os envié? Yo animé a Tito a ir y envié con él al hermano. ¿Acaso Tito os explotó? ¿No procedimos ambos según el mismo espíritu? ¿No seguimos los mismos pasos?” (ibid. 12,17-18). Flaqueza ha sido en el sacerdocio antiguo el interés. Los nuevos apóstoles suplican algunas limosnas para los pobres, para ellos nada quieren. Tito sigue a San Pablo en su desinterés.

En la segunda carta a Timoteo hay otra alusión a Tito, que ya hemos citado. “Date prisa a venir a mí, porque Demas me ha abandonado por amor a este siglo, desertó del apostolado y se marchó a Tesalónica, Crescente a Galacia, Tito a DalmInacia” (2 Tim. 4,9). ¿Otra misión delicada? Sin duda alguna; porque, al decir San Pablo que “Demas me ha abandonado”, haciendo después mención de Crescente y de Tito, no significa que estos dos últimos le abándonaran también, sino que hubieron de dejarlo por su misma voluntad. El viaje de Tito a Dalmacia y las razones del mismo las desconocemos. Es un inciso que San Pablo dejó en la oscuridad, mas, conociendo el celo del Apóstol por los cristianos, es de suponer que su envío allá sería por intereses grandes de los conversos y de la Iglesia.

Después de su prisión, San Pablo pasó por Creta. ¿Se encontraba en la isla Tito? ¿Acompañaba a San Pablo en su viaje a la isla? Las palabras de San Pablo en la carta que le escribe, desde Nicópolis, en el Epiro, da a entender que Tito trabaja en la viña del Señor de Creta. Dice el Apóstol: “Te dejé en Creta para que acabases de ordenar lo que faltaba y constituyeses por las ciudades “presbíteros” en la forma que te ordené” (1 Tim. l). “Te dejé en Creta. para que acabases de ordenar lo que faltaba…” indicación de que allí trabajaba llevando a cabo una obra que no se había terminado, ordenándole el Apóstol que la acabara”. Fue consagrado obispo de Creta por el mismo San Pablo. En la carta que le escribe le suplica que deje Creta tan pronto como lleguen Artemas o Tíquico, que él enviaba, y fuera a verle en Nicópolis, lo antes posible, porque tengo el propósito de pasar allí el invierno”. Tito le acompañaría en todo este tiempo. Se ha dicho ya que desde Nicópolis le envió a Dalmacia.

Resumiendo la carta que le escribe San Pablo, aparte de ser una distinción muy grande, a la vez propone en ella las perfecciones que ha de tener un obispo presbítero, todo lo cual hace comprender que el modelo vivo de los obispos era Tito: “porque es preciso que el obispo sea inculpable, como administrador de Dios; no soberbio, ni iracundo, ni dado al vino, ni pendenciero, ni codicioso de torpes ganancias, sino hospitalario, amador de los buenos, modesto, justo, santo, continente, guardador de la palabra fiel…”, “porque hay muchos indisciplinados, charlatanes, embaucadores, sobre todo, los de la circuncisión, los judíos a los cuales es preciso tapar la boca… Bien dijo uno de ellos, su propio profeta: Los cretenses, siempre embusteros, bestias malas y glotones” (Epiménedes de Cnosos. Siglo VI a. de J. C.). Vienen después los consejos por categorías según la edad y condición. Finaliza San Pablo la carta dando consejos al mismo Tito: “Evita las cuestiones necias, las genealogías y las contiendas y debates sobre la ley, porque son inútiles y vanas”. Un final muy ajustado a la doctrina del Evangelio, en lo social: ” … y que los nuestros aprendan a ejercitarse en buenas obras para atender a las necesidades apremiantes y que no sean hombres infructuosos”. Esta carta se escribía por los años 66-67. Una tradición registrada por el historiador Eusebio afirma que murió de muchos años en Creta, siendo enterrado en la catedral. Siglos después fue trasladado a Venecia, donde descansan sus restos.

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