Homilía para el IV domingo durante el año A
La mayoría de las personas buscan la felicidad en un país extranjero llamado “otro lugar”. El pobre sueña con la felicidad de los ricos, los que sufren aislamiento con la felicidad de los que están rodeados de amigos. La felicidad está en una región en la que siempre hace calor, pero no demasiado. Es el vecino que tiene una casa más grande, una mujer más hermosa, más talento artístico, y cuyos logros son apreciados. Es decir nos cuesta conformarnos con lo que somos y tenemos. Mi abuela decía: “siempre falta cinco para el peso”.
No hay nada malo con la construcción de una vida ideal en París (la frase de la película Casablanca: “We’ll always have Paris” siempre tendremos París), con tal de que no tratemos de vivir allí. Pero la parte triste es que fácilmente se transpone la actitud que acabo de describir a grandes rasgos en la comprensión del mensaje del Evangelio.
Jesús vino para que tengamos vida y para que la tengamos en plenitud, ahora y siempre. Nos dijo que nos había dicho todo lo que había oído de su Padre, para que nuestro gozo sea cumplido; pero a menudo nos contentamos con esperar sólo la felicidad después de la muerte, en una especie de otra parte que llamamos cielo, lo cual es correcto, pero el cielo ya comienza aquí cuando aceptamos el Reino y nos alimentamos de la eucaristía “pignus futurae gloraiae” anticipo de la vida futura.
Muchas veces interpretamos, con demasiada facilidad, las Bienaventuranzas (que acabamos de escuchar) de la siguiente manera: Bienaventurados los pobres, porque después de su miserable vida en la tierra van a recibir el reino de los cielos como herencia; Bienaventurados los que sufren, porque ellos serán consolados en el cielo; Bienaventurados los que tienen hambre, porque después de haber muerto de hambre van a disfrutar de una deliciosa comida en el cielo, etc. etcétera
Y el siguiente paso, en la lógica de tal interpretación, es decir a los pobres: “Tú debes saber, que tienes una verdadera suerte, eres más feliz que los ricos, por lo que no creas problemas a nuestra sociedad que no debe tratar de revertir esta situación. O decir a los hambrientos de justicia: Como tienen el privilegio de ser víctimas de la injusticia, p el reino será de ustedes en cielo y entonces no hacer esfuerzo por conseguir la justicia aquí abajo, porque puede perder su recompensa en el cielo … y nos ocasionarías demasiados problemas “… Como si todas estas situaciones fueron destinadas a permanecer sin cambios hasta el llamado “fin del mundo”, después de lo cual se invertirán los papeles.
Todo esto no es la enseñanza de Jesús. Su enseñanza es continua con la de los profetas del Antiguo Testamento que anunciaban el reino del Mesías como un reino en el que, finalmente, se haría justicia a los oprimidos, la buena noticia es predicada a los pobres, las lágrimas se limpiarán de las mejillas de todos los que lloran y la felicidad sería ofrecida a todos. Y Jesús no dijo, ¿”no he venido para abolir la ley, sino para cumplirla”? Por lo tanto, cuando dice: “El reino de los cielos ha llegado”, significa lo que significan estas palabras. No anuncia una felicidad que estará disponible después de la muerte (allí lo estará en plenitud), si pasamos nuestro examen. Él dijo que el pobre es feliz, porque vino a librarlo de su pobreza; Dijo que los que lloran serán felices, porque él vino a limpiar sus lágrimas; él dijo bienaventurados a los hambrientos, porque vino a librarlos de su hambre.
El reino de Dios, donde los cojos andan, donde se curó al leproso, donde se perdona al pecador, donde los poderosos son expulsados de sus tronos y son exaltados los humildes, donde los hambrientos son alimentados, no va a pasar al final de tiempo. Este reino es el final de los tiempos. Este reino se debe realizar aquí en la tierra, o nunca existirá. Si se hace aquí en la tierra, va a durar para siempre, porque es una realidad divina, porque es la realización de la dimensión divina del hombre, creado a imagen de Dios.
Las Bienaventuranzas no son, por tanto, un tranquilizante espiritual para que nosotros aceptemos los desafíos de esta vida a la espera de una mejor. Son una llamada y una misión que nos ha sido confiada a los que hemos recibido el Evangelio.
¿Cómo realizar esa misión? – Por el simple hecho de hacer lo que dice Jesús en el Sermón de la Montaña, inmediatamente después de las Bienaventuranzas: “Se dijo: No matarás. Pero yo digo no insultes a tu hermano, ni siquiera lo hagas llorar injustamente (a veces las lágrimas salen del otro por soberbia al no aceptar una verdad) Se dijo: no cometerás adulterio, pero yo les digo que mirar impuramente es adulterar en el corazón. Se dijo ojo por ojo, diente por diente yo te digo que no respondas a la violencia con violencia. Se dijo también ama a tu prójimo y odia a tu enemigo, Yo te digo: ama a tu enemigo como a ti mismo …
Cuando todos los cristianos – todos nosotros – vivamos de acuerdo con estos principios, y lo hagamos de una manera contagiosa, no habrá más pobres, hambrientos y afligidos. El Reino de Dios se hará realidad. Este será el fin de los tiempos, porque el tiempo alcanzará la eternidad y se fundirá en ella
Que la Virgen María nos ayude a entender esto, que es el corazón del Evangelio.
Publicar un comentario