–Apenas sabía yo nada de lo que ha escrito.
–Es sabido que su ignorancia bien puede calificarse de enciclopédica.
San Ildefonso (606-667) nace en Toledo de una familia noble visigoda. Dejándolo todo, profesa muy joven como monje en Agail, monasterio próximo a la ciudad. Sobrino del Arzobispo de Toledo, San Eugenio III, recibió una excelente educación teológica, espiritual y literaria. Fundó un monasterio femenino con los bienes de su herencia. Fue elegido Abad del monasterio hacia el año 650, y su firma aparece entre los Abades asistentes a los Concilios VIII y IX de Toledo. A la muerte de San Eugenio fue elegido Arzobispo de Toledo, donde desarrolló una gran labor catequética, enriqueciendo también la liturgia con las súplicas y alabanzas que la Iglesia bizantina y otras orientales dedicaban a la gloriosa Virgen María. Dejó escritas dos obras muy valiosas, una De virginitate Sanctae Maria contra tres infideles. Y otra Liber de cognitione baptismi unus). Su cuerpo fue enterrado en la basílica toledana de Santa Leocadia, y posteriormente trasladado a Zamora.
Conocemos bien su biografía porque pronto fue escrita por su segundo sucesor en la Sede toledana, San Julián de Toledo: Beati Ildefhonsi Elogium (PL 96,43-44), y también por la Vita vel gesta S. Ildephonsi sedis toletanae episcopi, atribuida a Cixila, Obispo de Toledo (774-783: PL 96,44-88).
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Inicia San Ildefonso su tratado sobre La virginidad perpetua de María (Madrid, BAC 320) con estas palabras que recuerdan a las del arcángel San Gabriel y al saludo de Santa Isabel:
«Señora mía, dueña y poderosa sobre mí, madre de mi Señor, sierva de tu Hijo, engendradora del que creó el mundo, a ti te ruego, te oro y te pido que tenga el espíritu de tu Señor, que tenga el espíritu de tu Hijo, que tenga el espíritu de mi Redentor, para que yo conozca lo verdadero y digno de ti, para que yo hable lo que es verdadero y digno de ti y para que ame todo lo que sea verdadero y digno de ti. Tú eres la elegida por Dios, recibida por Dios en el cielo, llamada por Dios, próxima a Dios e íntimamente unida a Dios. Tú, visitada por el ángel, saludada por el ángel, bendita y glorificada por el ángel, atónita en tu pensamiento, estupefacta por la salutación y admirada por la enunciación de las promesas» (ib., 49).
San Ildefonso expresa con elocuencia angélica su devoción a María
«He aquí que tú eres dichosa entre las mujeres, íntegra entre las recién paridas, señora entre las doncellas, reina entre las hermanas. He aquí que desde ese momento te dicen feliz todas las gentes, te conocieron feliz las celestes virtudes, te adivinaron feliz los profetas todos y celebran tu felicidad todas las naciones. Dichosa tú para mi fe, dichosa tú para mi alma, dichosa tú para mi amor, dichosa tú para mis predicciones y predicaciones. Te predicaré cuanto debes ser predicada, te amaré cuanto debes ser amada, te alabaré cuanto debes ser alabada, te serviré cuanto hay que servir a tu gloria.
«Tú, al recibir sólo a Dios, eres posterior al Hijo de Dios. Tú, al engendrar a un tiempo a Dios y al hombre, eres antes que el hombre hijo, al cual, al recibirle solamente al venir, recibiste a Dios por huésped, y al concebirle tuviste por morador, al mismo tiempo, al hombre y a Dios. En el pasado eres limpia para Dios, en el presente tuviste en ti al hombre y a Dios, en el futuro serías madre del hombre y de Dios; alegre por tu concepción y tu virginidad, contenta por tu descendencia y por tu pureza y fiel a tu Hijo y a tu esposo. Conservas la fidelidad a tu Hijo, de modo que ni Él mismo tenga quien lo engendre. Y de tal modo conservas fidelidad a tu esposo, que él mismo te conozca como madre sin concurso de varón. Tanto eres digna de gloria en tu Hijo cuanto desconoces todo concurso de varón, habiendo sabido lo que debías conocer, docta en lo que debías creer, cierta en lo que habías de esperar y confirmada en lo que tendrías sin pérdida alguna» (ib. 50-52).
Su total consagración personal a la Santísima Virgen María, la esclavitud mariana, nace en San Ildefonso de la visión deslumbrante que, por obra del Espíritu Santo recibe de la santidad, la belleza, la grandeza de la humilde María, la Doncella de Nazaret, Madre de Cristo y de su cuerpo, Madre por tanto de la Iglesia. En otros santos –Bernardo, Luis María Grignion de Montfort, Maximiliano Kolbe– hallamos otras expresiones semejantes de consagración amorosa a María. Pero quizá ninguna es tan temprana en la historia de la Iglesia y tan bella como la de San Ildefonso de Toledo, «el capellán de la Virgen».
«Por esto yo soy tu siervo, porque mi Señor es tu Hijo. Por eso tú eres mi Señora, porque eres esclava de mi Señor. Por esto yo soy esclavo de la esclava de mi Señor, porque tú, mi Señora, has sido hecha Madre de mi Señor. Por esto yo he sido hecho tu esclavo, porque tú has sido hecha Madre de mi Hacedor» (ib., 148). […]
Glorificar a María es glorificar a su hijo Jesucristo
«Yo, como siervo de Dios, deseo que ella sea mi Señora. Para que su Hijo sea mi Señor, me propongo servirle; para probar que soy siervo de Dios, deseo para mí el testimonio del Señor de su Madre; para ser siervo devoto del Hijo del Padre, deseo fielmente el servicio de la Madre. Pues así se refiere al Señor lo que sirve a la esclava, así redunda en honor del Hijo lo que se tributa a la Madre, así alterna en el Hijo lo que se emplea en la Madre, así pasa al Rey el honor que se emplea en el servicio de la Reina» (ib., 152).
Glorificar a María es glorificar a Cristo y a todo el género humano
«Por eso deben ser rechazados los que niegan que nuestro Señor Jesucristo tuvo por madre a María en la tierra, puesto que ese plan honró a ambos sexos, masculino y femenino, y demostró que era de la providencia de Dios, no sólo preparando al varón a quien asumió, sino también a aquel por quien asumió naciendo de mujer» (El conocimiento del Bautismo: BAC 320, 283).
Recibe de la Virgen María una casulla y el título de Capellán suyo
Por primera vez aparece por escrito este suceso en la Vita de San Ildefonso atribuida al arzobispo Cixila, ya mecionada. Entrando en la iglesia San Ildefonso acompañado de otros para rezar a la Virgen, vieron todo iluminado por una luz extraordinaria, que hizo huir espantados a todos. Quedaron con el Santo sus dos diáconos. La Virgen María estaba sentada en la sede arzobispal y les hizo señas de que se acercaran. Y fijando sus ojos misericordiosos en Ildefonso le dijo: «Tú eres mi capellán y fiel notario. Recibe esta casulla que me Hijo te envía de su tesoro». La Virgen misma se la invistió, mandándole usarla solamente en las fiestas litúrgicas dedicadas a su honor.
Esta escena fue creída tan firmemente que el concilio de Toledo instituyó una fiesta propia en el Calendario litúrgico local para guardar su memoria perpetua. Aparece narrada en el Acta Sanctorum, y es narrada en numerosos libros antiguos, como en el Libro de los milagros de María, escrito a principios del siglo XV en Etiopía, y por orden del Negus pasó a integrarse como lectura en la liturgia. Los árabes, que en el Corán veneran a María, cuando tomaron Toledo y convirtieron en mezquita su catedral, continuaron honrando el lugar donde fue la aparición de la Virgen. No es, pues, este evento una mera leyenda medieval piadosa, como tantas otras, que apenas tienen un refrendo histórico fiable. Pasó a la tradición de los fieles con base firme. Murillo y otros grandes pintores ilustraron en sus lienzos la investidura de San Ildefonso con la casulla de la Virgen.
«Dios todopoderoso, que hiciste a San Ildefonso insigne defensor de la virginidad de María, concede a los que creemos en este privilegio de la Madre de tu Hijo sentirnos amparados por su poderosa y materna intercesión. Por nuestro Señor Jesucristo» (Colecta de la Misa).
José María Iraburu, sacerdote
Post post.–Lamentablemente el texto elegido en la Liturgia de las Horas para el Oficio de Lecturas no está tomado de la obra de San Ildefonso sobre la Virginidad de María, sino de su libro Sobre el bautismo, en el que se dice lo mismo que en el NT y que en cualquiera de los SSPadres se encuentra con frecuencia.
Índice de Reforma o apostasía
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