Cayó del lado del suizo, pero el partido fue tan bello, vibrante y disputado que el trofeo pudo caer a cualquier lado de la red. La final del Abierto de Australia que ayer disputaron Roger Federer y Rafa Nadal en el Rod Laver Arena fue un monumento al tenis, una obra de arte en cinco set labrada, tanto a tanto, por los dos jugadores más talentosos de lo que va de siglo, dos genios que a fuerza de clase y coraje han convertido sus duelos en míticos, a la altura de un Alí-Foreman o de cualquier otra rivalidad deportiva proverbial.
Tras cuatro horas de batalla, Federer lograba su decimoctavo Grand Slam, a los 35 años, consolidando su condición de leyenda del tenis, impulsado quizá por el hecho de que en su carrera ha tenido enfrente a un deportista tan excepcional como Rafa Nadal, un héroe nacional para los españoles, tanto en la victoria (lleva doce grandes) como en la derrota.
El regreso del balear a una final de un grande supone una extraordinaria noticia, tanto para él, que encara con ilusión la temporada de tierra, como para el circuito. Porque, como concluyó ayer Federer en sus agradecimientos: «Eres un competidor increíble. Sigue jugando, Rafa, el tenis te necesita».
abc.es
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