Melbourne, como cualquier otro rincón del planeta, vibra con Roger Federer, el tenista interminable, puede que lo mejor que se haya visto jamás en el deporte. Camino de las 36 castañas, al genio suizo se le aplaude porque ha regresado en la competición a lo grande, clasificado para las semifinales del Abierto de Australia después de unos días estupendos de tenis. Hay pocos jugadores que transmitan tanto en una pista, y a Federer siempre da gusto verle, un talento inagotable para detener el tiempo.
Por mucho que la edad le recuerde que está más cerca del desenlace, el helvético sigue exhibiendo una raqueta de seda. En cuartos, con una Rod Laver afónica de tanto griterío, desinfló el globo de Mischa Zverev (6-1, 7-5 y 6-2) y asume el reto de Stan Wawrinka (7-6, 64 y 6-3), que durante muchísimos años, antes de que estallara, fue el otro suizo. Bueno, en realidad puede que lo sea toda la vida.
Con casi 100 millones de dólares en premios acumulados durante su carrera (unos 92 millones de euros, en los que no se contabilizan los que genera en publicidad y otros asuntos), y 88 títulos en su historial, Roger Federer no tenía ninguna obligación en volver a las pistas después de estar medio año parado. «Me lesioné bañando a mis hijos. No es la manera que buscaba para retirarme del tenis», bromea el campeón de 17 grandes, padre de cuatro hijos y que le sacó un montón de lecturas positivas a su baja.
En 2016, compitió en siete torneos, no ganó ni un título y puso el freno después de Wimbledon, un parón necesario para recuperarse y descifrar los mensajes que le enviaba su cuerpo. Fue precisamente en Australia cuando, un día después de quedar eliminado, un «clic» en el menisco le llevó al quirófano y alteró por completo el curso. Volvió para pisar el pasto de Wimbledon y todavía duele su caída, pero caída literal, en las semifinales contra Raonic, más por el verle por los suelos que por el daño.
El Federer de Melbourne tiene momentos del Federer celestial, y, aunque no sea tan arrebatador como antes, parece improbable que vaya a perder la magia. «Me siento lleno de energía, me siento rejuvenecido. La verdad es que necesitaba un descanso. Estoy muy sorprendido por cómo estoy jugando, pero necesito cinco o seis torneos para poder dar una visión más realista». Con 35 años y medio, es el tenista más veterano en alcanzar las semifinales de un grande desde que Jimmy Connors lo hiciera en el Abierto de Estados Unidos de 1991.
abc.es
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