Martes 31 de Enero de 2017
San Juan Bosco, presbítero
(MO). Blanco.
Martirologio Romano: Memoria de san Juan Bosco, presbítero, el cual, después de una niñez áspera, fue ordenado sacerdote y en la ciudad de Turín, en Italia, se dedicó con todas sus fuerzas a la formación de adolescentes. Fundó la Sociedad Salesiana y, con la ayuda de santa María Dominica Mazzarello, el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, para enseñar oficios a la juventud e instruirles en la vida cristiana. Lleno de virtudes y méritos, voló al cielo en este día en la ciudad de Turín, en Italia (1888). Fecha de canonización: 1 de abril de 1934 por el Papa Pío XI.
Antífona de entrada cf. Sal 131, 9
Tus sacerdotes, Señor, se revistan de justicia y tus fieles exulten de alegría.
Oración colecta
Dios nuestro, que elegiste a san Juan Bosco, presbítero, para que fuera padre y maestro de la juventud, concédenos que, animados por esa misma caridad que ardía en su corazón, busquemos el bien de las almas y vivamos entregados a tu servicio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Oración sobre las ofrendas
Recibe, Señor, la ofrenda que presentamos en tu altar en la conmemoración de san Juan Bosco, y así como a él lo glorificaste por estos misterios, concédenos a nosotros tu bondadoso perdón. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Antífona de comunión cf. Mt 24, 46-47
Feliz aquel servidor a quien su señor, al llegar, lo encuentre velando; les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes.
Oración después de la comunión
Te pedimos, Dios todopoderoso, que la participación en la mesa celestial robustezca y aumente las fuerzas espirituales de quienes celebramos la fiesta de san Juan Bosco; para que guardemos con integridad el don de la fe y recorramos el camino que él nos señaló. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Lectura Heb 12, 1-4
Lectura de la carta a los Hebreos.
Hermanos: Ya que estamos rodeados de una verdadera nube de testigos, despojémonos de todo lo que nos estorba, en especial del pecado, que siempre nos asedia, y corramos resueltamente al combate que se nos presenta. Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora “está sentado a la derecha” del trono de Dios. Piensen en Aquel que sufrió semejante hostilidad por parte de los pecadores, y así no se dejarán abatir por el desaliento. Después de todo, en la lucha contra el pecado, ustedes no han resistido todavía hasta derramar su sangre.
Palabra de Dios.
Comentario
En esta carta la fe se ha mostrado como una decisión que compromete toda la vida. Y a la vez un camino que no se hace solo. Hoy, volviendo a tener presente estas palabras, miremos a tantos testigos que, quizás sin ser conocidos por todos, sabemos que caminan junto a nosotros.
Sal 21, 26b-28. 30abcd. 31b-32
R. ¡Los que te buscan te alabarán, Señor!
Cumpliré mis votos delante de los fieles: los pobres comerán hasta saciarse y los que buscan al Señor lo alabarán. ¡Que sus corazones vivan para siempre! R.
Todos los confines de la tierra se acordarán y volverán al Señor; todas las familias de los pueblos se postrarán en su presencia. R.
Todos los que duermen en el sepulcro se postrarán en su presencia; todos los que bajaron a la tierra doblarán la rodilla ante él. R.
Hablarán del Señor a la generación futura, anunciarán su justicia a los que nacerán después, porque esta es la obra del Señor. R.
Aleluya Mt 8, 17
Aleluya. Cristo tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades. Aleluya.
Evangelio Mc 5, 21-43
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía.
Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’». Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?». Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.
Palabra del Señor.
Comentario
Este hombre y esta mujer nos enseñan a creer cuando todo parece muerto. Y esta fe se manifiesta, muchas veces, en contra de las reglas establecidas: el hombre sale de la sinagoga, de su fe tradicional y familiar, para abrirse a la novedad del Reino. Y la mujer, sin importarle las normas de la pureza, que le impedían tocar a un hombre cuando tenía derrames de sangre, se lanza también hacia lo único que le queda: confiar en Jesús. Dos ejemplos, dos actitudes que dicen mucho a nuestra misma conducta.
Oración introductoria
¡Qué infinito es tu poder y tu misericordia! Jesús, tú que te apiadas de todos, te pido que me permitas en esta oración contemplar tu Sagrado Corazón. Quiero enamorarme más de Ti para ser un propagador de tu amor entre todos los hombres.
Petición
Jesús, ayúdame a corresponder a tu amor y misericordia.
Meditación
Hoy el Evangelio nos presenta dos milagros de Jesús que nos hablan de la fe de dos personas bien distintas. Tanto Jairo —uno de los jefes de la sinagoga— como aquella mujer enferma muestran una gran fe: Jairo está seguro de que Jesús puede curar a su hija, mientras que aquella buena mujer confía en que un mínimo de contacto con la ropa de Jesús será suficiente para liberarla de una enfermedad muy grave. Y Jesús, porque son personas de fe, les concede el favor que habían ido a buscar.
La primera fue ella, aquella que pensaba que no era digna de que Jesús le dedicara tiempo, la que no se atrevía a molestar al Maestro ni a aquellos judíos tan influyentes. Sin hacer ruido, se acerca y, tocando la borla del manto de Jesús, “arranca” su curación y ella enseguida lo nota en su cuerpo. Pero Jesús, que sabe lo que ha pasado, no la quiere dejar marchar sin dirigirle unas palabras: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad» (Mc 5,34).
A Jairo, Jesús le pide una fe todavía más grande. Como ya Dios había hecho con Abraham en el Antiguo Testamento, pedirá una fe contra toda esperanza, la fe de las cosas imposibles. Le comunicaron a Jairo la terrible noticia de que su hijita acababa de morir. Nos podemos imaginar el gran dolor que le invadiría en aquel momento, y quizá la tentación de la desesperación. Y Jesús, que lo había oído, le dice: «No temas, solamente ten fe» (Mc 5,36). Y como aquellos patriarcas antiguos, creyendo contra toda esperanza, vio cómo Jesús devolvía la vida a su amada hija.
La fe de una persona puede mover hasta el corazón del mismo Dios. Ésta es una condición que todo cristiano debe tener bien afirmada.
Dos grandes lecciones de fe para nosotros. Desde las páginas del Evangelio, Jairo y la mujer que sufría hemorragias, juntamente con tantos otros, nos hablan de la necesidad de tener una fe inconmovible. Podemos hacer nuestra aquella bonita exclamación evangélica: «Creo, Señor, ayuda mi incredulidad» (Mc 9,24).
Propósito
Pedir la fe todos los días, para mover el corazón de Jesús, que espera de nosotros que le pidamos lo que más necesitamos. Si se lo pedimos con fe, entonces Él con más gusto nos la dará.
Diálogo con Cristo
Jesús, mi corazón, y el de mis hermanos, está siempre sediento de tu amor. Ayúdame a buscarte siempre en la Eucaristía.
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