Hace unos días me encontré con una feligresa por la calle. Me abordó como una exhalación para soltarme a bocajarro que cómo es posible que en la parroquia hiciéramos unos funerales tan sosos…
Me contó su experiencia. Cada año encarga una misa por un familiar fallecido hará doce o catorce años. En esas misas normalizas por un difunto lo que hacemos es nombrarlo en el memento y si acaso en las peticiones. Pues por lo visto no es bastante. Porque esta buena señora lo que me pedía era que en cada misa por su familiar hubiera homilía amplia contando lo buena persona que era el difunto e incluso que recogiésemos anécdotas o que algún familiar dijera unas palabras.
Esto me lleva a poner de manifiesto un enorme peligro que estoy observando en algunos funerales, y que consiste en convertir la misa de exequias en una especie de show de exaltación del finado donde la familia aprovecha la misa para hacer un panegírico completamente desproporcionado.
El ritual de exequias es claro al respecto. Los funerales deben ser celebraciones expiatorias para el difunto y de exposición de la realidad de la muerte y ánimo en la esperanza para los vivos. Es cierto que al final de la celebración se contempla la posibilidad de que algún familiar o amigo diga unas palabras de agradecimiento a los fieles por la asistencia y la oración.
Lo malo es que lo que debería ser no es, mientras que lo que no debe ser se abre camino a pasos de gigante.
En cuanto te descuidas te puedes encontrar con una monición de entrada larga contando las maravillas del difunto, una homilía en la que en lugar de explicar la palabra de Dios se aprovecha para explicar que el fallecido está en el cielo y lo buenísimo que era. Ofrendas tengo vistas de siete u ocho cosas. Doce o catorce peticiones. Y al final, e lugar de las breves palabras agradeciendo la oración de los presentes, más cosas hablando del que se fue entre las que se puede ver de todo.
Lo peor de todo es cuando al final te dicen los familiares: “qué bonito ha estado todo” cosa que me pone de los nervios porque lo que significa es que hemos cambiado la fe y la celebración por la pura estética. Estética dudosa, por cierto, porque aquí cada cual tenemos nuestras virtudes y nuestros defectos, y a veces da vergüenza ajena escuchar ciertas cosas de ciertas personas.
Un funeral es para encomendar al difunto, afianzar nuestra fe en la resurrección futura y dejar su vida en las manos de Dios, y es para que nos ayude a pensar en la realidad de la muerte y nos ayude a vivir mejor como cristianos.
Los sacerdotes no siempre lo tenemos fácil. Porque las familias, que a lo mejor han estado en misas de esas tan “bonitas” quieren que hables de los bueno que era don Francisco, lo mandes directamente al cielo y facilites todo tipo de escritos, cartas y testimonios familiares. Decirles que no, que es otra cosa, es duro, pero hay que hacérselo notar.
Y a los fieles deciros que no pidáis lo que no puede ni debe ser. Os aseguro que saldréis ganando en el cambio.
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