La vida es el premio que Dios da a algunas personas buenas que saben vivir con serenidad y bondad en sus corazones. Así como la misma vida ya es el castigo de aquellos que acogen en sus corazones pensamientos de juicio, envidia, codicia y tantas otras cosas que conllevan una carga de sufrimiento.
Todo aquel que ha pasado los cuarenta años de edad, debería haber aprendido a valorar la grandeza de las cosas pequeñas, a perdonar, a agradecer cada día el don de la vida. Pero, desgraciadamente, veo cómo muchos son víctimas de los huevos del mal que ellos mismos han anidado en lo profundo de sus almas.
A los jóvenes no los incluyo entre los sabios. Por un joven sabio, hay mil completamente cegados por el egoísmo y las pasiones, regado todo ello abundantemente con el licor del dogmatismo. De vez en cuando, te encuentras con un joven maduro, profundo y humilde: excepciones.
Por eso hay que desconfiar de los partidos que sólo gustan a los jóvenes. Ciertas opciones políticas nacen de estados del alma, tales como la ira, la rabia y la total convicción de que antes de construir se impone destruir. Supongo que no debemos preocuparnos.
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