“Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?” (Hch 2,1-11)
Llegamos al final del tiempo pascual, con la fiesta de Pentecostés.
El tiempo del Resucitado.
Y comenzamos el tiempo ordinario.
El tiempo del Espíritu Santo.
Y comenzamos no ya el tiempo del grupo de los discípulos reunidos.
Sino el tiempo de la Iglesia de puertas abiertas al mundo y a todas las razas y culturas y lenguas.
Juan describe el don del Espíritu Santo y sus efectos en la transformación de los once.
Lucas describe el don del Espíritu Santo actuando ya en la Iglesia.
Con el Espíritu comienza el tiempo del anuncio.
Con el Espíritu comienza el tiempo de la misión.
“Como el Padre me envió así también os envío yo”.
Primero es preciso “llenarse del Espíritu Santo”.
Y luego, será el Espíritu Santo el que:
Abre las puertas.
Abre las ventanas.
Abre las lenguas.
Y luego será la “universalidad de la Iglesia”.
“Se encontraban en Jerusalén devotos de todas las naciones de la tierra”.
Aquí comienza la verdadera “catolicidad” de la Iglesia:
Una Iglesia para todos los pueblos.
Una Iglesia para todos los hombres.
Una Iglesia hablando todas las lenguas.
Una Iglesia para todas las culturas.
Una Iglesia que no excluye a nadie.
Una Iglesia que es para todos.
Una Iglesia “una” en la multiplicidad y variedad.
Una Iglesia que habla una lengua nueva.
Que habla la lengua del Espíritu.
Que es la lengua del amor.
Que es la lengua que todos entienden.
Que es la lengua que no necesita traductores.
Porque es la lengua de la unidad y la universalidad.
Porque es la lengua de la “Buena Noticia”, el Evangelio.
Pentecostés pone en camino a la Iglesia.
Pentecostés saca a la Iglesia de sus seguridades.
Pentecostés saca a la Iglesia de sus propios intereses.
Pentecostés saca a la Iglesia de los despachos.
Pentecostés regala a la Iglesia una nueva alma y un nuevo dinamismo.
“El Espíritu Santo” tantas veces prometido por Jesús.
Y que ha llegado su hora. La hora de:
“Habitar en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un templo”
“Orar en ellos y dar testimonio de su adopción como hijos”
“Guiar a la Iglesia a la plenitud de la verdad”
“Unificarla en la comunión y el ministerio”.
“Instruirla y dirigirla con diversos dones jerárquicos y carismáticos”.
“Embellecerla con sus frutos”
“La hace rejuvenecer, la renueva constantemente y la conduce a la unión consumado con su Esposo”. (LG. 4)
Gracias al Espíritu Santo:
La Iglesia está llamada no a “envejecer”, sino a “rejuvenecer”.
La Iglesia está llamada a “renovarse constantemente”.
El Espíritu no quiere una Iglesia que se queda en el ayer.
El Espíritu Santo quiero una Iglesia en constante despertar primaveral.
¿No es esto lo que el Papa francisco nos está diciendo cada día?
La Iglesia está llamada a vivir en constante Pentecostés”.
Sin Pentecostés la Iglesia se marchita en la anemia espiritual.
Sin Pentecostés la Iglesia se hace inútil porque no tiene nada nuevo que decir.
Clemente Sobrado C. P.
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