Jesús dijo a sus discípulos: “No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir sino a dar plenitud”. (Mt 10,7-13)
Dios no destruye lo que hizo una vez.
Pero Dios tampoco deja las cosas como nacieron.
Dios es vida y como todo germen vivo hace que todo crezca.
Dios no destruye nada.
Pero lo renueva todo.
¿Hacer para destruir?
¡Qué mal gusto!
¿Hacer para que todo crezca?
¡Esa es sabiduría!
Dios no destruye la ley que un día nos dio.
Pero Jesús la lleva a su plena perfección.
Me encanta este actuar de Jesús.
No siempre podemos hacer las cosas perfectas.
Pero cada día podemos mejorarlas.
No siempre podemos hacer las definitivas.
Pero cada día podemos irles dando un retoque que las mejore.
El matrimonio no es perfecto el día de la boda.
Pero cada día podemos hacer que sea mejor.
Cada día nuestro matrimonio puede ser más bello.
En vez de esa manía que nos ha entrado de dar terminada nuestra unión.
Cada día podemos darle un toquecito y ser los dos más unidos.
Cuando comenzamos:
Nuestro amor no es perfecto.
Posiblemente tiene mucho de egoísmo.
Pero no solucionamos el problema separándonos.
Y podemos cada día afirmarlo, purificarlo, ahondarlo.
El mejor amor no es el de jóvenes.
Pero puede ser el de hombre y mujer ya maduros.
El amor no se solucionar renunciando a amarnos.
Sino empeñándonos en madurarlo en nuestra gratuidad y generosidad y servicialidad.
Nuestros hijos no son perfectos cuando nacen.
Pero cada día podemos hacer de ellos algo muy bueno.
Cada día podemos ayudarles a ser mejores.
No podemos desanimarnos de las deficiencias de niños.
Tenemos que ilusionarnos de la obra que podemos hacer ellos cuando crecen.
No es destruyendo que se construye.
No es destruyendo que las cosas mejoran.
Cuando me ordeno de sacerdote me creo bueno.
Pero con el caminar de la vida, mi sacerdocio va mejorando.
Nuestras vidas son como las del violinista o pianista.
Comienza tocando bastante bien.
Pero con el correr de los días va perfeccionándose.
Por eso me gusto lo que dice Jesús: No he venido a destruir la ley, sino a darle plenitud.
Esta debiera ser la actitud de cada uno de nosotros.
No destruyamos que lo imperfecto.
Pero dediquémonos a perfeccionarlo.
Nada nace perfecto.
Pero todo debiera morir perfecto.
Estoy seguro de que hoy soy bueno.
Pero más seguro de que mañana puedo ser mejor.
De malo puedo ser bueno.
De bueno, puedo ser mejor.
De mejor, puedo ser santo.
Y de santo hasta puedo ser más simpático.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo A, Tiempo ordinario Tagged: amor, cumplimiento, ley, mandamientos
Publicar un comentario