1. Hechos 20, 28-38
a) La segunda parte del discurso de despedida de Pablo, antes del emocionante adiós junto al barco, se refiere al futuro de la comunidad y a la actuación de sus responsables.
La primera frase es muy densa: «Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo». O sea:
- la comunidad o la Iglesia es de Dios Padre,
- que se la ha adquirido o comprado con la Sangre de su Hijo, Jesús,
- ha sido el Espíritu quien ha puesto a estos presbíteros como responsables y pastores de la comunidad,
- y tienen que tener cuidado de ellos mismos y del rebaño a ellos confiado.
El protagonista es Dios Trino, por una parte: «ahora os dejo en manos de Dios y de su palabra, que es gracia».
Y por otra, la comunidad. Los pastores han sido nombrados para que cuiden de ella, librándola de los peligros que la acechan: lobos feroces deformarán la doctrina e intentarán arrastrar a los discípulos. Los buenos pastores deberán estar alerta, como lo había estado siempre el mismo Pablo. Además, deberán mostrarse desinteresados en el aspecto económico. De nuevo se pone Pablo como ejemplo, porque nunca quiso ser carga para la comunidad. Y cita unas palabras de Jesús que no aparecen en los evangelios: «más vale dar que recibir».
b) El cuadro que traza Pablo de una comunidad cristiana sigue teniendo una actualidad admirable.
Su punto de referencia tiene que seguir siendo Dios: «os dejo en manos de Dios». Pero también en manos de unos pastores responsables, que tienen que dedicarse, con vigilancia y amor, a cuidar de la comunidad, animándola, defendiéndola de los peligros, dando ejemplo de entrega generosa.
Toda la comunidad, basada en la Palabra y la gracia de Dios, sintiéndose animada por el Espíritu de Jesús, debe tender a «construirse» y «tener parte en la herencia de los santos», con un sentido de pertenencia mutua y de corresponsabilidad.
¿Tenemos esta visión dinámica y conjunta de nuestra comunidad? Todos somos llamados a la tarea común, en la que entra el apoyo en Dios, pero también la vigilancia contra los errores y desviaciones, y el amor generoso en la entrega por los demás.
Como menos conocidas, por no estar en los evangelios, tendríamos que hacer hoy nuestras las consignas de Jesús que nos recuerda Pablo, y que pueden dar sentido a nuestro trabajo en y por la comunidad: «Más vale dar que recibir. Más dichoso es el que da que el que recibe».
2. Juan 17,11-19
a) Jesús, en su oración al Padre, se preocupa de sus discípulos y de lo que les va a pasar en el futuro.
Igual que durante su vida él los guardó, para que no se perdiera ni uno (excepción hecha de Judas), pide al Padre que les guarde de ahora en adelante, porque van a estar en medio de un mundo hostil: «no ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal».
Sigue en pie la distinción: los discípulos de Jesús van a estar «en el mundo», son enviados «al mundo» («como tú me enviaste al mundo, así los envio yo al mundo»), pero no deben ser «del mundo» («no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo»).
Jesús quiere que sus discípulos, además, vivan unidos («para que sean uno, como nosotros»), que estén llenos de alegría («para que ellos tengan mi alegría cumplida») y que vayan madurando en la verdad («santifícalos en la verdad»).
b) También el programa de Jesús para los suyos es denso y dinámico. Y está hablando del futuro de su comunidad. O sea, de nosotros.
Estamos en este mundo concreto, al que tenemos que saber ayudar, sin renegar de él.
No pedimos ser sacados del mundo. Es a esta nuestra generación, no a otras posibles, a la que tenemos que anunciar el mensaje de Cristo, con nuestras palabras y sobre todo con nuestras obras. El Vaticano II nos ha renovado la invitación a dialogar con el mundo, en el que los laicos, por ejemplo, están más sumergidos, pero también los religiosos y los ministros ordenados.
Eso si: se nos encomienda que no seamos «del mundo», o sea, que no tengamos como mentalidad la de este mundo que para el evangelista Juan es siempre sinónimo de la oposición a Dios-, sino la de Cristo. Que no sigamos las bienaventuranzas del mundo, sino las de Cristo. Nuestro punto de referencia debe ser siempre la Verdad, que es la Palabra de Dios. No las verdades a medias o incluso las falacias que a veces nos propone el mundo.
En la Eucaristía, y siempre que rezamos el Padrenuestro, pedimos a Dios: «no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal». Que puede traducirse también «del Maligno».
Andamos empeñados en una lucha entre el bien y el mal. Con la confianza puesta en Dios, todos deseamos vernos libres del mal y ayudar a los demás a unirse también a la victoria de Cristo contra el pecado y la muerte. Sobre todo cuando recibimos en la comunión al «que quita el pecado del mundo».
«Concede a tu Iglesia vivir unida en el amor, según tu voluntad» (oración)
«Más vale dar que recibir: más dichoso es el que da que el que recibe» (1ª lectura)
«El Espíritu os recordará todo lo que os he dicho» (aleluya)
«Que ellos tengan mi alegría cumplida» (evangelio)
«No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal» (evangelio)
«La participación en esta Eucaristía, aumente, Señor, nuestra santidad» (poscomunión)
Publicar un comentario