“Jesús atravesaba un sembrado; sus discípulos arrancaban las espigas y, frotándolas con las manos, se comían el grano. Unos fariseos le preguntaron: “¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido? Y añadió: “El Hijo del hombre es señor del sábado”. (Lc 6,1-5)
Siguen las peleas de los fariseos con Jesús.
Se puede tener hambre en sábado.
Ese no es problema.
Pero no se puede moler entre las manos unas espigas para comer.
Se puede tener el estómago vacío en sábado.
Pero no se puede regalar un pan para llenarlo porque es sábado.
Se puede morir de hambre en sábado.
Pero no se puede dar de comer, para que viva, en día de sábado.
Es preferible no tener ninguna religión a convertir la religión en enemiga del hombre.
Es preferible no tener religión alguna, pero dar de comer al que tiene hambre.
Porque lo peor no es la religión.
Lo peor es cuando entendemos mal la religión.
Lo peor no es la religión.
Lo peor es una religión que justifica el hambre con motivos religiosos.
Lo peor no es el Evangelio y sus exigencias.
Lo peor es leer el Evangelio en contra del hombre.
Lo peor no es el Evangelio.
Lo peor es justificar con el Evangelio el hambre y la injusticia social.
Lo peor no es la Iglesia.
Lo peor es cuando la Iglesia justifica con el Evangelio las desigualdades sociales y el hombre en el mundo.
Lo peor no es la Iglesia.
Lo peor es cuando la Iglesia se presenta como una provocación a los que sufren hambre.
Me encantó la frase de Francisco en su encuentro con los periodistas, recién elegido Papa cuando explicando la razón de su nombre Francisco:
“Cuando consiguió los 77 votos necesarios para convertirse en Papa, el Papa ha contado que los cardenales rompieron a aplaudir.”Humes me abrazó, me besó y me dijo: ‘No te olvides de los pobres’”. Esas palabras: los pobres. Pensé en san Francisco de Asís. Luego pensé en las guerras, mientras el escrutinio proseguía. Pensé en Francisco, el nombre de la paz. Y así entro ese nombre en mi corazón: Francisco de Asís. El hombre de los pobres, de la paz, que ama y custodia al creador”.
Como también me encantó lo que antes había dicho: “¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!”
Cuando la religión se hace intransigente:
Deja de ser la religión que Dios quiere.
Deja de ser la religión que anuncia el Evangelio.
Deja de ser la religión que anuncia Jesús.
Así se entiende a San Vicente de Paul cuando decía a sus monjas que: “si están en oración y un enfermo las necesita, dejen la oración para atender al enfermo”. Y añadía se trata de “dejar a Dios por Dios”.
No entiendo que ciertas teologías que abogan por el pobre y ponen al pobre que tiene hambre como una prioridad, sean tachadas de sospechosas.
Los discípulos tenían hambre en sábado.
Hoy son muchos los que tienen hambre toda la semana.
Hoy son muchos los que tienen hambre todos los días.
¿Qué sucedería si la Iglesia declarase un domingo al año “como día laborable, sin culto” para que todos trabajásemos ese día para que haya alguien que puede comer unos días?
Es posible que eso no se dé.
Como también es posible que no haga falta que así sea.
Pero, que al menos, nos escandalicemos menos de los que “luchan contra el hambre y hablan de la preferencia que los pobres han de tener en la Iglesia”.
Termino repitiendo la frase del Papa Francisco: “¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!”
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo C, Tiempo ordinario
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