“Mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío”. (Lc 14,25-33)
Tal vez sea el momento de recordar la primera Homilía del Papa Francisco al Colegio Cardenalicio: Allí afirma lo fundamental en este momento es volver a colocar “a Cristo en el centro”. “Sin él ni Pedro ni la Iglesia existirían y no tendrían razón de ser”. Y admitió que la Iglesia tiene “sus virtudes y sus pecados”.
Y añadió cómo el mismo Pedro que ha confesado a Jesucristo, le dice: “Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo.”
“Yo te sigo, pero no hablemos de Cruz. Esto no cuenta”.
“Te sigo con otras posibilidades, pero sin la Cruz”.
Cuando caminamos sin la Cruz,
cuando edificamos sin la Cruz y
cuando confesamos un Cristo sin Cruz, no somos Discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor”.
Es lo que nos viene a decir hoy el Evangelio.
Confesar a Jesús, como Pedro, pero “confesarle como el crucificado”.
Seguir a Jesús, como Pedro, pero “al Jesús crucificado”.
Para el cristiano, lo esencial es Jesús.
Pablo nos dirá: “No quiero saber entre vosotros otra cosa que Cristo y éste, crucificado”.
Todo lo demás queda relativizado, incluso los valores humanos más íntimos.
No por ser malo:
Porque ni los padres son malos.
Ni los hermanos son malos.
Ni la esposa es mala.
Sencillamente no son los valores esenciales.
Para el cristiano el valor esencial es Jesús.
Pero, no olvidemos que el verdadero Jesús de nuestra fe, es el Jesús que revela el amor supremo del Padre.
Y este no es otro que el “Jesús crucificado”.
Porque es en la cruz donde se revela la plenitud del amor.
Porque es en la cruz donde el cristiano se siente amado de verdad.
Porque es en la cruz donde el cristiano aprende a amar.
Porque es en la cruz donde el cristiano aprende la fidelidad al Evangelio.
Esto es lo que Pedro no quería entender.
Pero que Jesús ratifica enfáticamente: “Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío”.
Si el Jesús crucificado no es el centro de la fe del cristiano, “no es discípulo de Jesús”.
Si el Jesús crucificado no es el centro de la fe del Papa; el Papa no es discípulo de Jesús.
Si el Jesús crucificado no es el centro de la fe del Obispo, el Obispo no es discípulo de Jesús.
Si el Jesús crucificado no es el centro de la fe del Sacerdote, el Sacerdote no es discípulo de Jesús.
Lo dijo Jesús “no puede ser discípulo mío”.
Y lo vuelve a repetir Francisco en su primera Homilía en la Misa a los Cardenales.
Esto me ratifica:
En mi vocación cristiana.
En mi vocación religiosa.
En mi vocación Pasionista, llamado a proclamar la Palabra de la Cruz al mundo.
Además me ratifica en la intuición de mi Fundador: “Fundar una Congregación que hiciese memoria del misterio de la Cruz”.
Y que ahora el Papa vuelve a repetir lo mismo a la Iglesia.
El Papa quiere que la Iglesia:
Regrese a sus raíces.
Regrese al verdadero estilo de vida de Jesús.
Regrese a su identidad.
Regrese a su auténtica fidelidad desde las exigencias de la Cruz.
“Quisiera que todos, luego de estos días de gracia, tengamos el coraje, precisamente el coraje:
de caminar en presencia del Señor, con la Cruz del Señor;
de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, que ha sido derramada sobre la Cruz;
y de confesar la única gloria, Cristo Crucificado. Y así la Iglesia irá adelante.
Deseo que el Espíritu Santo, la oración de la Virgen, nuestra Madre, conceda a todos nosotros esta gracia: caminar, edificar, confesar Jesucristo”, termina diciendo el Papa.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo C, Tiempo ordinario Tagged: cruz, discipulo, fidelidad, sacerdocio, seguimiento, vida religiosa, vocacion
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