“Dijeron a Jesús los fariseos y los escribas: “Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber”. Jesús les contestó: “¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos?” (Lc 5, 33-39)
Siempre es más fácil ver lo que hacen o dejan de hacer los demás.
Siempre es más fácil exigir que hagan lo que nosotros hacemos.
Tenemos la manía de:
Pensar que somos los únicos que tenemos la verdad.
Pensar que somos los únicos que cumplimos con la Palabra de Dios.
Pensar que somos los únicos que somos buenos.
Pensar que lo que nosotros hacemos lo tienen que hacer los demás.
Los discípulos de Juan ayunan.
Los de los fariseos ayunan.
Los tuyos “a comer y beber”.
El ayuno ha sido visto como penitencia, para ganarnos a Dios.
El ayuno ha sido visto como penitencia, que expía nuestros pecados.
El ayuno lo hemos visto como algo estomacal.
El ayuno lo hemos visto como privación penitencial.
Jesús ofrece una visión distinta de nuestras relaciones con Dios.
El ayuno podrá tener su valor ascético.
Pero se puede ayunar a vivir “farisaicamente”, “hipócritamente”.
¿De que sirve ese ayuno?
¿De que sirve tener el estómago vacío si, mientras tanto, llevamos el corazón lleno de resentimientos, de egoísmos y de indiferencia ante las necesidades de los demás?
Jesús no viene a establecer la “religión del estómago”.
Sino la “religión del corazón”.
Sino la “religión del amor”.
Dios no es alguien que está enfadado e irritado contra nosotros.
Dios no es alguien que está enemistado contra nosotros.
Dios es “un novio enamorado” de nosotros.
Dios es “un novio que comparte su amor con nosotros”.
Dios es “un novio que nos invita a la boda donde se come bien y se bebe mejor”.
Dios quiere otro tipo de ayuno que no sea precisamente el estomacal.
¿Qué gana Dios viéndonos con el estómago vacío?
El ayuno que Dios nos pide tiene que ser manifestación del amor.
El ayuno que Dios quiere:
Es dejar de comer nosotros, para que otros coman lo nuestro.
Que mientras yo ayuno, tú puedas comer bien.
Es renunciar a nuestras satisfacciones gastronómicas, para que otros puedan comer rico hoy.
Es renunciar a hablar mal de los demás, hablando bien de ellos.
Es vaciar nuestros corazones de resentimientos, y llenarlo de fraternidad.
Es vaciar nuestras mentes de juzgar y criticar, y pensar bien de los demás.
Es dejar de dominar a los demás, y ayudarles a ser libres.
Es privarme de mis gustos, para que los otros se sientan mejor.
Es dejar de descansar, para que tú descanses.
Es hacer que los demás se sientan felices.
Es hacer que los demás descubran su fe como una fiesta.
Es no querer decirlo yo todo, y escuchar lo que dicen los demás.
Es hacer que los demás se sientan más importantes.
Es hacer que los demás sientan el gusto y el sabor de la vida.
El ayuno que Dios espera de nosotros es “dejarnos amar por El”.
Es que le amemos a El como a nuestro enamorado y novio.
Es que celebremos nuestra vida como una boda con Dios.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo C, Tiempo ordinario Tagged: alegria, amor, ayuno, coherencia, cristianos, penitencia
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