A mis hermanos sacerdotes estoy seguro de que les ha pasado más de una vez. Estás en el despacho y aparece alguien desconocido o muy poco habitual en la parroquia que te plantea alguna necesidad muy concreta: bautizo, comunión, boda, celebración familiar.
Si es bautizo, exactamente tal día y a tal hora para que coincidan los primos de Burgos, los suegros de Alicante y unos cuñados argentinos que casualmente pasarán por Madrid tres días. Por supuesto los padres no pueden venir a reuniones.
Los problemas de la comunión suelen venir de la mano de los centímetros del niño, sobre todo de la niña que va a parecer una novia, de los dos hermanitos que se llevan un año y nos hace ilusión que hagan la comunión juntos (de paso nos ahorramos una pasta), y de falta de tiempo para la catequesis, así que hemos pensado que mejor se prepare en un año aunque tenga que venir dos días o sino ya le prepara usted personalmente.
Las complicaciones de la boda vienen del cursillo y de la celebración, que los novios últimamente pretenden montar a su aire y a la que tienes que decir que no, que no puede ser.
Luego están todas las celebraciones particularísimas que no sé por qué tienen que ser con misa en horario especial y a ser posible en el chalet de la abuela: bodas de plata y de oro, los ochenta años del abuelo o el cumpleaños de Vanessa.
Evidentemente a estas cosas uno procura responder amablemente y explicando el asunto. Vano intento. Tienen sus planes y no va a venir ahora el cura a aguar la fiesta. Por eso es inútil hablar de horarios de bautizo y preparación de los padres. Nada. Ni explicar el proceso de la catequesis de infancia. Inútil. La boda ya se sabe que dicen que es suya, y como es suya la organizan a su aire. Y en cuanto a celebraciones especiales como bodas de plata y de oro suelo decir que por qué no aprovechar una misa parroquial y de paso dan testimonio de amor, fidelidad y vida familiar. Se ponen como basiliscos.
Pues no se lo explican, porque ellos entienden que uno está para atraer a la gente a la iglesia y claro, entienden que atraer a la gente tiene que hacerse a costa de una permanente bajada de pantalones del señor cura correspondiente según la cual, con tal de que vengan, todo vale: bautizos en cualquier momento y lugar y sin preparación ni nada, comuniones exprés, bodas de cualquier manera y misas cuando quieran, donde quieran y para lo que quieran.
Es fácil llenar la iglesia y sacar dinero. Basta poner un cartel que diga que se dan primeras comuniones sin preparación y cualquier día del año, que se bautiza cuando se quiera y sin aguantar charlas, bodas a gusto del consumidor y que me alquilo por horas para celebraciones de lo que sea y en donde sea. La parroquia llena y servidor se forra.
Claro que todos queremos que la gente se convierta a Cristo y regrese a la Iglesia para vivir su fe. Pero una cosa es la conversión del hombre a Cristo y otra el bautizo de Kevin Johnatan justo el martes, sin preparación y sin conocer a los padres, solamente porque están los primos de Buenos Aires. Eso no es regresar a la Iglesia. Es… otra cosa.
Publicar un comentario