“Le quedaba uno, su hijo querido. Y lo envió el último pensando que a su hijo le respetarían. Pero los labradores se dijeron: “Este es el heredero. Venga, lo matamos y será nuestra la herencia. Y, agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron de la viña”. ¿Qué hará el dueño de la viña”. (Mc 12,1-12)
¡Qué poco vale la vida!
Por una triste viña somos capaces de matar a medio mundo.
Incluso somos capaces de matar al heredero.
Matamos al heredero y nos convertimos en herederos y dueños.
Esa fue la suerte de Jesús.
A condición de hacernos dueños, no importa la vida de nadie.
Ni siquiera la vida de Jesús.
Porque, a decir verdad, a Jesús le mataron no por malo.
A Jesús, le mataron porque era un peligro para los dueños de la religión.
A Jesús, le mataron porque era un peligro para los dueños del templo.
A Jesús, le mataron porque era un peligro para nuestro prestigio.
A Jesús, le mataron porque era un peligro para los que se creían dueños de la verdad.
A Jesús, le mataron porque era un peligro para perder nuestro status, nuestro sillón.
Hace unos días veía en TV la película sobre Pablo escobar.
Mi conclusión fue muy clara.
¡Qué poco vale la vida cuando alguien se interpone en nuestros intereses!
¡Qué poco vale la vida cuando son un peligro para nuestras ansias de tener más!
Pero, al criticar a estos que son capaces de matar al mismo Jesús “para quedarnos dueños” del Templo y de la Religión, yo mismo me sentía acusado:
Porque nosotros no solo matamos al hijo.
Porque nosotros no solo matamos al heredero.
Porque nosotros somos capaces de matar al dueño mismo.
Dios nos ha regalado el donde la vida.
Pero nosotros nos queremos hacer dueños de ella.
Dios nos ha regalado el amor.
Pero nosotros nos queremos hacer dueño de él y hacer de él lo que nos venga en ganas.
Dios nos ha regalado la libertad.
Pero nosotros preferimos olvidarnos de Dios y ser libres a nuestro aire.
Dios nos ha regalado el don de la gracia.
Pero nosotros somos capaces de olvidarnos de Dios y vivir como nos viene en ganas.
Dios nos ha regalado un cuerpo.
Pero nosotros somos capaces de prescindir de Dios y hacer de él lo que nos da la gana.
Dios nos ha regalado el don de la sexualidad.
Pero nosotros somos capaces de olvidarnos de él y hacer ella una manera de utilizar a los demás a nuestro servicio.
Nos ha regalado una esposa, un esposo.
Pero nosotros somos capaces de olvidarnos de quién nos la regalado y vivir en la infidelidad.
Dios nos ha regalado una familia.
Pero nosotros somos capaces de olvidarnos de Dios y hacer de ella cualquier cosa.
Dios nos ha regalado el mundo.
Pero nosotros queremos sentirnos dueños de él aunque lo maltratemos.
Dios nos ha regalado la naturaleza.
Pero nosotros queremos sentirnos dueños de ella y estropearla.
Y estoy pensando en algo que me preocupa.
Dios ha puesto en nuestras manos la Iglesia.
Y nosotros queremos hacernos dueños de ella.
Dios nos ha regalado la Iglesia para que sea signo del Reino.
Y nosotros, con frecuencia, creemos que la Iglesia es nuestra.
Señor: me has regalado el don de la vocación religiosa.
Pero no para que la viva como si yo fuese el dueño.
Señor, me has regalado el don del sacerdocio.
Pero no para que lo viva como si fuese propiedad mía.
Señor, me has regalado este lindo Pueblo tuyo.
Pero no para que yo lo utilice en servicio mío, sino que yo esté a su servicio.
Nuestra ansia de “ser dueños de todo” es grande y a cualquier precio.
Que sepamos reconocer solo somos trabajadores de tu viña y los dueños.
Que sepamos reconocer que tú eres el dueño de nosotros y de todo y no nosotros.
Clemente Sobrado C. P.
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