De la Feria.
PRIMERA LECTURA
Año I:
Del libro del profeta Oseas 13,1-14,1
ÚLTIMA SENTENCIA DE REPROBACIÓN
Cuando Efraím hablaba, era respetado en Israel; pero se hizo reo de idolatría y murió. Y ahora repiten el pecado: se funden ídolos de plata, imágenes de artesanos, obras de escultores. Les dirigen oraciones, ofrecen sacrificios humanos, adoran a los toros. Por ello serán como nube matutina, como rocío temprano que pasa, como tamo arrebatado de la era, como humo por la ventana.
Pero yo soy el Señor, Dios tuyo desde Egipto; no reconocerás a otro Dios que a mí, ni tendrás otro salvador fuera de mí. Yo te escogí en el desierto, en tierra árida. Cuando pacían se hartaban, se hartaban y se engreía su corazón, y así se olvidaban de mí. Seré para ellos como león, los acecharé como pantera en el camino. Los asaltaré como una osa a quien roban las crías, despedazaré su pecho, los devoraré como un león; las fieras los descuartizarán.
Te matan, Israel, porque sólo en mí está tu auxilio. ¿Dónde está tu rey para salvarte en todas tus ciudades?; ¿dónde tus gobernantes, a quienes pedías: «Dadnos un rey y príncipes»? Airado, te di un rey, y encolerizado te lo quitaré.
La iniquidad de Efraím está registrada, está archivado su pecado. Le asaltan dolores de parto: hijo necio, que a su tiempo no sabe colocarse en la matriz. ¿Los libraré del poder del abismo, los rescataré de la muerte? ¿Dónde están tus plagas, muerte, dónde tus fiebres, abismo? El consuelo se aparta de mi vista.
Aunque germinaba entre sus hermanos, vendrá el viento solano, el huracán que sube del desierto: aridece el verde, se seca el manantial; saquean los tesoros, los enseres preciosos. Samaría expiará la rebelión contra su Dios: caerán a espada, sus hijos serán estrellados, abrirán en canal a las preñadas.
Responsorio Os 13, 4-5
R. Yo soy el Señor, Dios tuyo desde Egipto; no reconocerás a otro Dios que a mí, * ni tendrás otro salvador fuera de mí.
V. Yo te escogí en el desierto, en tierra árida.
R. Ni tendrás otro salvador fuera, de mí.
Año II:
Del libro de Ester 5, 1-5; 7, 2-10
CASTIGO DE AMAN
Al tercer día, una vez acabada su oración, se despojó Ester de sus vestidos de penitencia y se revistió de reina. Recobrada su espléndida belleza, invocó a Dios, que vela sobre todos y los salva, y, tomando a dos siervas, se apoyó blandamente en una de ellas, mientras la otra la seguía alzando el ruedo del vestido. Iba ella resplandeciente, en el apogeo de su belleza, con rostro alegre como de una enamorada, aunque su corazón estaba oprimido por la angustia. Franqueando todas las puertas, llegó hasta la presencia del rey.
Estaba el rey sentado en su trono real, revestido de las vestiduras de las ceremonias públicas, cubierto de oro y piedras preciosas y con aspecto verdaderamente impresionante. Cuando levantó su rostro, resplandeciente de gloria, y vio que la reina Ester estaba de pie en el atrio, lanzó una mirada tan colmada de ira que la reina se desvaneció; perdió el color y apoyó la cabeza sobre la sierva que la precedía.
Mudó entonces Dios el corazón del rey en dulzura; angustiado, se precipitó del trono y la tomó en sus brazos y, en tanto ella se recobraba, le dirigía dulces palabras, diciendo:
«¿Qué ocurre, Ester? Yo soy tu hermano, ten confianza. No morirás, pues mi mandato alcanza sólo al común de las gentes. Acércate.»
Y, tomando el rey el cetro de oro, lo puso sobre el cuello de Ester, y la besó, diciendo:
«Háblame.»
Ella respondió:
«Te he visto, señor, como a un ángel de Dios y mi corazón se turbó ante el temor de tu gloria. Porque eres admirable, señor, y tu rostro está lleno de dignidad.»
Y, diciendo esto, se desmayó de nuevo. El rey se turbó, y todos su cortesanos se esforzaron por reanimarla. El rey le preguntó:
«¿Qué sucede, reina Ester? ¿Qué deseas? Incluso la mitad del reino te será dada.»
Respondió Ester:
«Si al rey le place, venga hoy el rey, con Amán, al banquete que le tengo preparado.»
Respondió el rey:
«Avisad inmediatamente a Amán, para que se cumpla el deseo de Ester.»
Así, el rey y Amán fueron al banquete preparado por Ester y, durante el banquete, dijo el rey a Ester:
«¿Qué deseas pedir, reina Ester?, pues te será concedido. ¿Cuál es tu deseo? Aunque fuera la mitad del reino, se cumplirá.»
Respondió la reina Ester:
«Si he hallado gracia a tus ojos, ¡oh rey!, y si al rey le place, concédeme la vida -éste es mi deseo- y la de mi pueblo -ésta es mi petición-. Pues yo y mi pueblo hemos sido vendidos para ser exterminados, muertos y aniquilados. Si hubiéramos sido vendidos para esclavos y esclavas, aún hubiera callado; mas ahora el enemigo no podrá compensar al rey por tal pérdida.»
Preguntó el rey Asuero a la reina Ester:
«¿Quién es y dónde está el hombre que ha pensado en su corazón ejecutar semejante cosa?»
Respondió Ester:
«Nuestro perseguidor y enemigo es Amán. ¡Ese miserable! »
Amán quedó aterrado en presencia del rey y de la reina. El rey se levantó, lleno de ira, del banquete y se fue al jardín del palacio; Amán, mientras tanto, se quedó junto a la reina Ester para suplicarle por su vida, porque comprendía que, de parte del rey, se le venía encima la perdición. Cuando el rey volvió del jardín de palacio a la sala del banquete, Amán se había dejado caer sobre el lecho de Ester. El rey exclamó:
«¿Es que incluso en mi propio palacio quiere hacer violencia a la reina?»
Dio el rey una orden y cubrieron el rostro de Amán. Jarboná, uno de los eunucos que estaban ante el rey, sugirió:
«Precisamente la horca que Amán había destinado para Mardoqueo, aquel cuyo informe fue tan útil al rey, está preparada en casa de Amán, y tiene cincuenta codos de altura.»
Dijo el rey:
«¡Colgadle de ella! »
Colgaron a Amán de la horca que había levantado para Mardoqueo y se aplacó la ira del rey.
Responsorio Cf. Est 10, 9; Is 48, 20
R. Israel clamó a Dios y el Señor salvó a su pueblo; * lo liberó de todos los males y obró grandes señales entre los demás pueblos.
V. Anunciad con voz de júbilo: «El Señor ha rescatado a su siervo Jacob.»
R. Lo liberó de todos los males y obró grandes señales entre los demás pueblos.
SEGUNDA LECTURA
Del Sermón de san Agustín, obispo, Sobre los pastores
(Sermón 46, 9: CCL 41, 535-536)
SÉ UN EJEMPLO PARA LOS FIELES
Al referirse el Señor a lo que buscan los malos pastores ya alude también a lo que descuidan; con ello quedan evidenciados los males que sufren las ovejas. Son muy pocas las ovejas bien alimentadas y sanas, es decir, aquellas a quienes no falta el sólido manjar de la verdad y se apacientan abundantemente con los dones de Dios. Pero los malos pastores ni a éstas perdonan; les parece poco descuidar a las enfermas y errantes, a las débiles y descarriadas, y llegan incluso a dar muerte a las que están fuertes y sanas. Y si estas últimas conservan la vida, viven, en todo caso, únicamente porque Dios cuida de ellas, pero por lo que se refiere a los pastores, éstos hacen lo posible por matarlas. Quizá preguntes: «¿Cómo las matan?» Pues las matan con su mala vida y con sus malos ejemplos. ¿Acaso piensas que se dijo en vano a aquel gran siervo de Dios, uno de los miembros más destacados del sumo pastor: Sé para todos modelo por tus buenas obras; y también: Sé un ejemplo para los fieles?
En efecto, con frecuencia, incluso las buenas ovejas, al ver la mala vida de los pastores, apartan sus ojos de los preceptos del Señor y se fijan más bien en la conducta del hombre, diciendo en su interior: «Si mi prelado vive de tal manera, yo, que soy simple oveja, ¿no podré hacer lo que hace él?» De esta manera el mal pastor lleva a la muerte incluso a las ovejas fuertes. Y, ¿qué piensas que hará con las demás el que, en lugar de fortalecer a las débiles, dio muerte, con su mal ejemplo, incluso a las que había encontrado robustas y sanas?
Os digo, pues, y os repito que si las ovejas viven y mantienen todavía la salud por la fuerza del Señor, recordando aquellas palabras que oyeron de su mismo Señor: Cumplid y guardad lo que os digan, pero no los imitéis en sus obras, sin embargo, el que vive mal en presencia del pueblo, en cuanto de él depende, mata a aquel que contempla el mal ejemplo de su vida. Que este tal pastor no se consuele, pues, pensando que la oveja no ha muerto; vive, sin duda, pero él es un homicida. Es igual que cuando un hombre impuro mira a una mujer para desearla: aunque ella persevere casta, él ha pecado, como lo dice claramente el Señor: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. No penetró ciertamente en su habitación para pecar con ella, pero pecó en el interior de su corazón.
Así también, todo el que vive indignamente ante aquellos que están bajo su cuidado, en cuanto de él depende, da muerte incluso a las ovejas sanas; pues el que lo imita muere, y el que no lo imita vive. Sin embargo, en cuanto de él depende, lleva a ambos a la muerte; por ello dice: Matáis a las mejor alimentadas, pero no apacentáis las ovejas.
Responsorio Lc 12, 48; Sb 6, 6
R. A aquel a quien mucho se le ha dado mucho se le exigirá; * y a quien más se le haya confiado más se le reclamará.
V. Un juicio severo les espera a los que mandan.
R. Y a quien más se le haya confiado más se le reclamará.
Oración
Señor Dios, creador y soberano de todas las cosas, vuelve a nosotros tus ojos de bondad y haz que te sirvamos con todo el corazón, para que experimentemos los efectos de tu misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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