La protestantización de la cultura
P. Javier Olivera Ravasi
“Lutero es el prototipo
de las edades modernas” (Fichte)
El P. Cantalemessa, predicador cuaresmal y pontificio, nos ha dejado en este año 2016 unas palabras que han traído, entusiasmo por un lado y desconcierto por el otro:
«El mundo cristiano nos prepara a celebrar el quinto centenario de la Reforma en el 2017. Es vital para el futuro de la Iglesia no perder esta ocasión, permaneciendo prisioneros del pasado, o limitándose a usar un tono más conciliador en el establecimiento de los aciertos y errores en ambos lados. Es el momento de hacer, creo, un salto de calidad, como cuando una barca llega a la compuerta de un río o de un canal que le permite proseguir la navegación a un nivel superior».
Consideramos -hay que decirlo- bastante desafortunada la frase utilizada par referirse a la Reforma. “Celebrar” implica “festejar”, “recordar con alegría”, “halagar”… y, así como nadie en su sano juicio “celebra” la muerte de un ser querido, la separación de un cónyuge, o la enfermedad de un amigo, tampoco debería hacerse lo propio con el episodio quizás más doloroso de Historia de la Iglesia, que no sólo quebró la unidad de la Cristiandad sino que, según algunos, se llevó las mejores de sus partes.
El cardenal Koch, presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos (alguien a quien no puede tildarse de “tradicionalista”) ya había expresado en 2012 que no era posible “celebrar un pecado” pues “los acontecimientos que dividen a la Iglesia no pueden ser llamados un día de fiesta”[1]. Al parecer cuatro años después, los vientos de cambio hicieron recapacitar al prelado suizo quien, terminó alentando la celebración de un acto ecuménico en Suecia para “conmemorar” no la “división sino la renovación de la Iglesia” querida por Lutero[2].
Sea como fuere, consideramos interesante la invitación analizar “aciertos y errores de ambos lados” como decía el predicador pontificio, a fin de comprender las consecuencias que, de parte del luteranismo, afectan la cultura hodierna. Para ello partimos de la base de que la mal llamada “Reforma” protestante, vista ya en perspectiva histórica, no fue otra cosa que una ruptura doctrinal en el seno mismo de la Iglesia. Y decimos “ruptura doctrinal” porque, hoy ya ningún historiador serio, con los escritos de Lutero a la vista, dirá que el motivo de la separación se basó en los abusos del clero o la predicación de las indulgencias en orden a construir la Basílica Vaticana; de lo contrario, el mismo Lutero estaría allí para desmentirlo:
“Yo no impugno la inmoralidad y los abusos, sino la sustancia y la doctrina del Papado (…). Yo nunca dejé de atacar las dos columnas del Papado: los votos monásticos y el sacrificio de la misa”[3].
Dicha “reforma” (valga el término equívoco), tuvo su raíz en la desbordante y avasalladora personalidad de Martín Lutero. No es nuestro propósito entrar aquí en las causas o en su desarrollo; ni siquiera en las intenciones del monje agustino[4], a las cuales se refirió el actual pontífice. Para ello existen hoy magníficas obras de resumen y eruditos trabajos[5]; nos propondremos más bien, intentar ver en qué medida el fenómeno protestante ha influido en la cultura contemporánea, para lo cual, luego de analizar someramente algunos principios del Protestantismo, veremos qué consecuencias trajeron aquellos barros hacia estos lodos.
Pero digamos en primer lugar qué entendemos por el término “cultura”.
1. La cultura
Remontándonos a la sabiduría greco-romana, los antiguos hacían derivar la palabra cultura del verbo latino colo, colis, colere, colui, cultum, que, etimológicamente, posee tres acepciones[6]: cultivar la tierra, habitarla, y venerar a los dioses. Dichos significados, lejos de oponerse, se complementaban en el mundo clásico buscando siempre el perfeccionamiento del orden natural: se cultivaba una planta y brotaba la flor; se cultivaba el hombre y surgía un héroe o el sabio que no olvidaba a sus dioses.
Ahora bien, desde el punto de vista filosófico podría decirse que cultura es:
“El conjunto de hábitos humanos que configuran una sociedad en cuanto expresivos de la racionalidad”[7].
Veamos:
1) Conjunto: porque no se reducen a una sola cosa, sino que son varios los hábitos que en él confluyen.
2) De hábitos: tomados en su raíz subjetiva (modos de pensar, modos de conducirse, de expresarse, etc.) y en su repercusión objetiva (lenguaje, arte, música, construcción, expresiones religiosas, etc.).
3) Que configuran una sociedad: es decir, la muestran, le dan un “rostro” a un período, a una civilización, a una etapa, a un lugar, etc.
4) Expresivos de la racionalidad: es la raíz próxima que explica, por un lado, cómo la cultura es un proprium del hombre, al plasmar el espíritu en el tiempo y en el espacio; por otro, explica la posibilidad de trascender la cultura (e incluso de modificarla) justamente por la capacidad reflexiva de la razón, de allí que el hombre, aun viviendo en determinado horizonte cultural, pueda no estar necesariamente absorbido por ella, pudiendo trascenderla si hace privilegiar en él la reflexión (no otra cosa sucedió con Lot y su familia en Sodoma).
Es decir, la cultura es un efecto, perdurable o no en el tiempo y en el espacio, que puede ir variando según la perfección o no del hombre mismo. De allí que la misma “cultura” pueda poseer gradaciones en un más o en un menos según aquél proprium racional.
Hasta aquí el ámbito estrictamente filosófico.
Hay sin embargo en el hombre, amén de su naturaleza racional, esa necesidad de “tributar a Dios el culto debido”, religándose con Él y restaurando la justicia infringida, según la sentencia de Santo Tomás[8]. Es por ello que existe una relación íntima entre religión, cultura y culto, en la cual la primera es fundante las restantes fundadas. Según la religión que se posea (no los actos externos, sino el contenido propio de la religión), habrá una cultura y, por ende, un culto. En este sentido puede decirse que el culto depende de la cultura de modo que,aquellos hábitos propios de los que hablábamos más arriba, si son elevados por la gracia y la virtud teologal de la Fe (de la verdadera Fe), producirán no sólo una cultura eximia, sino un “culto verdadero”, como preciosamente lo señala John Senior al decir:
“La cultura cristiana es esencialmente la Misa (…) y todo el aparato que la protege y favorece”[9].
Y, con palabras análogas el gran Josef Pieper:
“No hay nada por fundar. Para el cristiano hay algo que no ofrece lugar a dudas: que después de Cristo no hay sino una forma verdadera y valida de celebración del culto: la ofrenda sacramental de la Iglesia cristiana”[10].
Pero no nos adelantemos. Veamos primero las tesis fundamentales del Protestantismo que, a nuestro juicio hoy influyen en la cultura contemporánea. Y estas son tres: el principio de inmanencia, la fe personal y la predestinación fatalista.
(Continuará)
[3] Alfredo Sáenz, La Nave y las tempestades. La Reforma Protestante, Gladius, Buenos Aires 2005, 90. De especial interés es el prólogo del P. Horacio Bojorge.
[5] Heinrich Denifle, Lutero y el luteranismo, (trad. española de Fernández Álvarez), Tip. Pontif, Manila, 1920; Theobald Beer, Der fröhliche Wechsel und Streit. Grundzüge der Theologie. Martin Luthers, Johannes Verlag, Einsiedeln 1980.
[6] A. Érnout et A. Meillet, Dictionnaire étymologique de la langue latine. Paris, Klincksieck, 1959.
[7] Agradecemos la valiosa ayuda y la propuesta de definición del P. Christian Ferraro.
[8] Cfr. Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, II-IIae, q. 81, a. 2.
[9] John Senior, La restauración de la cultura cristiana, c. 2.
[10] Josef Pieper, El ocio y la vida intelectual, Rialp, Madrid 1979, 75
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