Cuentan que una noche de Navidad se le apareció en su cueva Jesús y le dijo: Jerónimo (1),¿qué me vas a regalar en mi cumpleaños? Él lo pensó un poco, y le respondió: Señor, te regalo mi salud, mi fama, mi honor, en suma, mi vida, para que dispongas como mejor te parezca. Pero Jesús le respondió: Como tal, la vida te la regalé yo.
¿Qué tienes tuyo para darme? San Jerónimo le replicó: Señor, te entrego mi sabiduría, mi tiempo dedicado al estudio de la Sagrada Escritura. Jesús volvió a decirle: Jerónimo: la sabiduría, el tiempo de tu vida, en realidad, también te los di yo. Entonces, como ya no sabía qué ofrecerle y como se había dedicado a la penitencia con tanto tesón, le dijo: Señor, te ofrezco mis penitencias, mis ayunos, mis sacrificios.
Jesús le contestó: Valoro tu penitencia, pero ¿no tienes algo más tuyo como para ofrecerme? Jerónimo, ya sin saber qué responderle, le dijo: Señor, no sé qué te puedo ofrecer, pídeme lo que quieras. Entonces, Jesús le dijo: Dame tus pecados para que los pueda perdonar. Tus pecados son verdaderamente tuyos, y yo entregué mi vida para salvarte de tus pecados. El santo, al oír esto, se echó a llorar de emoción y exclamó: ¡loco tienes que estar de amor, cuando me pides esto!
(1) San Jerónimo es un gran santo de la antigüedad. Natural de Dalmacia –en la actual Croacia–, su familia lo envió a Roma para que se formara en los clásicos. Pronto destacó en los estudios por su aguda inteligencia, pero también por su fuerte carácter. Secretario del papa san Dámaso, destacó por sus estudios en la Sagrada Escritura y por su traducción al latín del texto hebreo de la misma. La dureza de su carácter y los numerosos enfrentamientos que le acarreaba le llevaron a retirarse a una cueva cerca de Belén, donde llevó una estricta vida de penitencia durante sus últimos años.
Fulgencio Espá
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