¿Por qué aún Isabel la Católica no es santa? Los conversos y conclusión 7-7

Hemos realizado un veloz recorrido por los puntos fundamentales acerca del drama de los judíos en España y su final expulsión bajo el reinado de Isabel I, de Castilla.

De la mano de la Comisión Histórica encargada de la investigación para el proceso canónico de la Reina, hemos podido advertir que no se encuentra en el accionar de la reina acción alguna digna de reproche; y que por lo tanto, los vidriosos temas de la Inquisición y la Expulsión de los Judíos no conforman motivo alguno para frenar su beatificación.

Pero quisiéramos brevemente arriesgarnos más aún, y comprobar cómo la multitud de virtudes que Isabel la Católica guardaba en su alma se ven reflejadas en estas dos medidas de gobierno.

Si la suspensión del permiso de residencia en los reinos castellanos y la instauración de tribunal inquisitivo se ven colmadas de bondades y de virtudes de nuestra reina, no solo no son un motivo para frenar su causa sino que son dos escalones más hacia los Santos Altares.

Para realizar la tarea que nos proponemos, nos basaremos principalmente en la Positio histórica que venimos siguiendo hasta el momento. Dicho, pues, esto introduzcámonos en lo que nos compete.

Su conducta con los judíos, un acto de fe

Resalta el P. Anastasio Gutiérrez que no se descubre en la vida de la reina presencia de fenómenos místicos como revelaciones privadas, milagros o visiones. Siendo así, la fe de nuestra reina pasa ser más valiosa aún, porque sin la menor certidumbre divina, estuvo siempre dispuesta a obedecer los designios de Dios que oscuramente se presentaban ante sus ojos.

Esta fe viva de Isabel, se advierte al momento de instalar el Tribunal Inquisitivo, el cual fue implantado con el único objeto de preservar la santa fe católica de la “herética pravedad judaica”. El celo por la fe de España, fue lo que en definitiva la llevó a tomar tan difícil decisión.

Por otro lado el postulador advierte que la decisión fue un acto de fe en la Iglesia de Cristo, que desde hacía tanto tiempo venía advirtiendo el problema de los judaizantes en Castilla: “A nuestra Reina le costó trabajo entrar por la Inquisición, pero cuando Fr. Hernando de Talavera la convenció que no cabía otro remedio, la adoptó y la apoyó por todos los medios[1].

Más tarde vendrán leves roces con el Papa Inocencio VIII, a causa de ciertos rumores que algunos obispos provenientes del judaismo habían hecho llegar a Roma. Aquí la entereza, la prudencia y la humildad con que la Reina defiende el Tribunal que la Iglesia misma le había pedido implantar, serán asombrosas. A tal punto que el mismo Papa le reconocerá el acierto del siguiente modo: “Ten buen ánimo y no dejes de hacer con gran devoción y diligencia tan pía obra, para Dios y para nosotros tan grata[2].

El postulador advierte: “La Reina escribió cuatro veces al Papa; las cartas son de un coraje único al enfrentarle con sus responsabilidades, al mismo tiempo que modelos de respeto y veneración[3].

Respecto a la expulsión de los judíos de España, la Reina intentó por todos los medios antes de su expulsión acercarlos a la santa fe, que tanto amaba. Las predicaciones de Fr. Hernando de Talavera y el catecismo del Cardenal Mendoza, no tenían otro fin que expandir la fe hacia este sector de la sociedad castellana que aún no la había conocido.

Pero al ver tan pocos resultados de estas medidas, los reyes se decidieron por pedir a los judíos que abandonaran España, con el principal fin de salvaguardar la pureza de la santa fe cristiana y lograr la unidad del reino que exigía el Bien Común, del cual como legítimos gobernantes, eran custodios.

Este fervor por la salvaguarda del Bien Común, constituye a nuestra Reina en un excelente modelo de gobernante.

Esto nos da un nuevo motivo para creer en la conveniencia de su canonización.

Recordemos que:

Cuando la Iglesia canoniza un fiel no quiere solamente asegurar que el difunto está en la gloria del cielo, sino que lo propone como modelo de virtudes heroicas. (…) Para ser considerado santo debe haber ejercitado las virtudes heroicas en el cumplimiento de su misión (…) (lo cual) implica su santidad no sólo en la vida privada, sino también en la vida pública, o sea el ejercicio heroico de la virtud en el cargo que le es propio”[4].

Atendiendo a esto, no podemos menos que reconocer que también en este aspecto nuestra Sierva de Dios ha sobresalido considerablemente, ya que no sólo cumplió su rol de reina como debía, sino que es un modelo seguro de gobernante.

Su conducta con los judíos un acto de caridad

 Ya hemos mencionado las bondades de Isabel y las constantes consideraciones que siempre tuvo hacia el pueblo elegido por Dios, pasando por alto muchas veces las leyes castellanas que tan estrictas eran para con ellos[5].

También comentamos el extremado cuidado que tuvo nuestra Reina cuando los judíos estaban por dejar sus Reinos, de que nadie los maltratase ni abusara de ellos en su salida, permitiendo el regreso a los judíos que quisieran abrazar la fe de Cristo[6].

El postulador remarca al respecto la humanidad del Decreto y las muy amplias garantías para su salida: “ya hemos visto ante todo, que (el edicto) fue justo y bien justificado; pero hay que añadir que fue una caridad de la Reina para la Comunidad israelita, en la substancia y en el modo”[7].

En cuanto a las garantías remitámonos a lo proscripto en el edicto:

Por la presente los tomamos e recibimos so nuestro seguro e amparo e defendimiento real e los aseguramos a ellos e a sus bienes para que… puedan andar e estar seguros e puedan entrar e vender e trocar e enajenar todos sus bienes… e que durante dicho tiempo no les sea fecho mal ni daño ni desaguisado alguno en sus personas ni en sus bienes contra justicia so las penas que cayen e incurren los que quebrantan nuestro seguro real (…) E asimismo damos licencia a facultad de dichos judíos e judías que puedan sacar fuera de todos los dichos nuestros reynos e señoríos sus bienes e haciendas por mar e por tierra[8].

Respecto a la Inquisición, recordemos que se tomó como última medida, y que después de haber obtenido la bula para instaurarla se esperaron dos años para ponerla en actividad. Los procedimientos se realizaron con suma escrupulosidad y las penas de muerte fueron mínimas.

Vale destacar, que tanto la expulsión de los judíos como la Inquisición fueron medidas tomadas para salvaguardar la fe de Cristo y la Reina las tomó, movida por un ferviente amor a Dios, a su fe y a su Iglesia; y este amor es el más perfecto de todos y su práctica conlleva a la caridad más acabada.

Su conducta con los judíos un acto de prudencia

Tal vez sea esta la virtud que más sobresalga en el accionar de la Reina respecto al pueblo hebreo. Muchos de los que desaprueban la expulsión de los judíos, la “comprenden” por las difíciles circunstancias en que fue tomada y consideran que en ese momento fue una medida prudencial que produjo en España grandes frutos.

Respecto a esta virtud dice el postulador:

-          Que fue prudente por las posibles reacciones en la Comunidad cristiana: “En aquel tiempo existía un grave estado conflictivo entre judíos y cristianos, tanto que algunos ilustres escritores creyeron  en que fue éste el motivo (…) de la expulsión[9].

-          Que hubo una reflexión previa a la decisión de expulsar a los judíos sobre los motivos que llevaban a los Reyes a actuar de tal manera:

Otra garantía de prudencia la encontramos en la maduración lenta y progresiva de una motivación largamente comprobada; aquí lo fue la comunicación de cristianos y judíos y el pertinaz proselitismo de estos. Tales precisos motivos aparecen ya en los primeros decretos de separación, se repiten en las cortes de Toledo de 1480 y se acentúan en la expulsión de Andalucía (…) No hubo pues precipitación, ni fue fruto de improvisación ante el hecho particular, o de pasión, o de sectarismo, o de antisemitismo que era desconocido.

La separación de los judíos y cristianos como estrategia para salvar la fe del cristianismo, venía siendo exigida por los Concilios y era conforme al principio paulino: “Guardaos de los que se hacen circuncidar”[10].

-          Que se buscó la información adecuada: “Los reyes se consultaron con otras muchas personas religiosas y seglares: “con el consejo y parecer de algunos prelados e grandes e cavalleros de nuestros Reinos y de otras personas de ciencia y conciencia de nuestro consejo, abiendo abido sobre ello mucha deliberación, acordamos mandar…”[11]

-          Que tuvo un fundamente jurídico: “Entre las motivaciones de garantizar la prudencia (…) es de señalar también  la razón de orden estrictamente jurídico (…) la Comunidad judía era simplemente tolerada, sin ciudadanía en el Reino; estaba de precario y siempre subordinada la cumplimiento del estatuto propio; el Soberano podía retirarla (…) sin hacer injuria[12].

-          Que en tal medida no se comprometió a la Iglesia:

Es notable que  para promulgar el edicto los Reyes no contaron para nada con el Papa, siendo así que no movían pie ni mano en las cosas religiosas importantes sin su intervención. Evidentemente consideraban el caso como estrictamente político, aunque llevase envuelta le religión. Parece un caso singular, primero por no querer comprometer a la Iglesia en este antipático asunto; segundo por la profunda unión que llevaba en el alma la Reina de lo religioso y lo político[13].

Su conducta con los judíos, un acto de justicia

La  perfecta justicia, que llegó por momentos a la misericordia de la Reina, respecto a su accionar con el pueblo judío, la hemos comprobado a lo largo de todo nuestro trabajo. Para no gastar palabras no volveremos a repetir todas las bondades de la Reina para con los hebreos. Baste recordar todos los favores que fueron dispensados a la comunidad judía antes de la expulsión, la justicia que se aplicó en la política de separación, lo justa que fue la reina al regular las leyes de la usura, la perfecta equidad de medidas que los reyes previeron al momento de la salida de los judíos del reino, en la forma del decreto de expulsión, en el cuidado con que se llevaron a cabo los procedimientos inquisitoriales, la justicia con los procesados sin importar su condición en el Reino y la inmensa cantidad de favores que la reina concedió siempre a los judíos y conversos.

Su conducta con los judíos, un acto de fortaleza

La fortaleza interior de la Reina, la podemos ver reflejada en la firmeza de las cartas que escribe a Inocencio VIII, con motivo de las disputas en torno a la Inquisición. Allí con absoluta modestia y discreción es capaz de defender lo que había puesto en práctica con la aprobación y siguiendo el consejo del anterior Papa, Sixto IV.

Con respecto a la expulsión de los judíos, nos dice el postulador que por un lado el edicto iba en contra de los sentimientos naturales de la reina que tenía de verdad estima hacia los judíos. Esto se ve reflejado en la cantidad de medidas previas a la expulsión que nuestra soberana puso en práctica.

Por otro lado la expulsión significaría una gran pérdida económica para los reyes, pues los hebreos pagaban los impuestos directamente a la corona. Esto no nos extraña si tenemos en cuenta que los reyes ya habían rechazado grandes sumas de dinero ofrecidas por ciertos judíos queriendo impedir su expulsión.

Esta fortaleza ante el soborno, aleja asimismo la sospecha de que la medida pudiera haber sido inspirada por un deseo de obtención de riquezas por parte de la corona, cosa que podría haber realizado decretando la expropiación de los bienes de los expulsados.

Isabel la Católica cumplió su deber como reina en el procedimiento con los judíos y conversos

 Nuestra Reina, al ser proclamada en Castilla había jurado ser fiel a los preceptos de la Iglesia, y defender todo lo relativo a la fe católica. Así lo explica Anastasio Gutiérrez:

“La expulsión de los judíos fue decretada por un deber religioso de conciencia. La Reina había jurado solemnemente ante el pueblo observar las leyes del Reino, y la “ley del Reino” era la fe cristina; atentar contra la unidad católica era atentar contra la “ley del Reino”. Además había consagrado su reinado a Dios ofreciéndole el estandarte por las manos de un sacerdote en la iglesia de S. Miguel, y había igualmente jurado obedecer los mandamientos de la Iglesia; por eso, retener en aquellas circunstancias a la Comunidad judía en el Reino, lo que dependía solo de ella, era contra el juramento y consagración”[14].

Como vemos en sus medidas para con los judíos, Isabel no hizo sino cumplir con lo que había prometido a sus súbditos al momento de asumir la Corona de Castilla.

                                               *          *          *

Creemos, por todo esto que el accionar de la Reina Católica respecto a los judíos de su Reino estuvo siempre guiado por la virtud.

 No solo no hallamos falta en ellos, sino que creemos que conforman un elemento fundamental para su causa de beatificación, porque pudiendo haber sido mucho más dura en sus medidas sin perjudicar a la justicia, no lo fue.

El accionar de Isabel en este aspecto es intachable y creemos es un motivo más para que nuestra Reina ascienda a su merecido lugar en los Santos Altares.

 

Conclusión

Isabel la Católica,

 “Ipsa laudabitur”[15]

Las obras de cada uno han dado y darán testimonio de nosotros ante Dios y ante el mundo[16]. Son estas palabras de nuestra Reina, expresadas en cierta ocasión a su hermano Enrique IV. Al decirlas, quizá, ella nunca pensó que serían finalmente aplicadas a su vida y santidad.

Hemos visto a lo largo de este escrito cómo el mundo ha intentado silenciar las proezas de esta mujer sin igual. Tristemente reconocemos que los hombres no la hemos colmado con los títulos que merece.

Sin embargo, sabemos que esto no disminuye la grandeza de nuestra Reina; que su alma goza en la Eternidad de la visión beatífica, digna tan solo de los amigos de Dios y que nada aumentará más esa gloria. Sabemos también que su cuerpo yace, inmóvil bajo el gélido mármol granadino, coronado con el epitafio Ipsa Laudabitur.

Su urna, dice con más laudable entusiasmo que gusto de estilo el autor de las Memorias de las Reinas Católicas, debe ser adornada con extraordinarios relieves. (…). Manda hacer un gran plano de mármol en la frente de su urna para esculpir el epitafio; pero no te fatigues en discurrir elogios. Yo daré la inscripción. En toda esa gran tabla no has de esculpir más que esto: ISABEL LA CATÓLICA. Pero puedes añadir lo que el Sabio dijo de la temerosa de Dios: Ipsa Laudabitur: por sí misma será ella alabada[17].

Desde la quietud de su sepulcro ella sigue dando testimonio de sus obras ante el mundo. Ella y sus obras no pueden ser calladas.

No puede ser callada España, constituida hoy en Estado gracias a ella. No puede ser callado el infinito Océano que ruge desde el centro del mundo el nombre de quien lo mandara explorar. No puede ser callada América, que en cada palabra pronunciada en límpido castellano, habla de su Reina. No se calla Granada, cristiana por gracia de la Reina; no se calla Roma, defendida tantas veces por nuestra soberana, no se calla Gibraltar, llorando su cautiverio y recordando los días áureos en que formaba parte del Imperio Español.

Por más que los hombres intenten acallar su nombre, el mundo entero lo grita a los cuatro vientos.

Vaya a saber quién, con increíble intuición profética, hizo grabar en la tumba de Isabel el epitafio: Ipsa Laudabitur, que en español significa por sí misma será alabada. ¿Sabía el escultor que los hombres le negaríamos el titulo más merecido que nuestra Reina hubiera podido portar? Probablemente no. Pero, como suele suceder con los artistas, lo escribió dejando guiar su mano por Alguien que le dictada en silencio las atinadas palabras.

Pero, he aquí el misterio de la grandeza de Isabel, que sin sus títulos y honores el mundo la alabe por sí misma, por su alma incomparable, por su caridad ardiente, por su fe fortísima, por su magnanimidad inimaginada, por su corazón lleno de Amor profundo y sincero hacia Dios y hacia los hombres.

¡Qué extremadamente atinado epitafio!

¡Que extremadamente atinado el discurso que en su honor pronunciara don Fernando Brieva y Salvatierra[18] para el Centenario Isabelino en la Universidad de Madrid!

Quédese suspensa la pluma sin dar con el elogio de quien mereció tantas bocas e ingenios tan insignes y varones tan señalados que empleasen en alabarlo. Pero hablen por mí las cosas que acabó y sean pregones de su gloria. Hable la tierra señorial abatida y la realeza levantada; hable la justicia, tan oprimida antes, puesta en su punto y de altos y bajos, poderosos y humildes, recibiendo amoroso acatamiento; hablen las ciudades y los Reinos que, apagados los incendiados odios, volvieron a la paz y concordia; hable la Santa Fe, alumbrando como el sol nuestro cielo sin nieblas que lo oscurecen. Habla tú, Granada y regocíjate, que al cabo de siglos de cautividad, rotas las cadenas, volviste libre al hogar cristiano de la familia española… Hable esta fiesta y esta alegría que a todos nos llena; hable ese mundo, habitación e imperio del hombre, que hoy salta de gozo porque los dos pedazos de él, que por largas edades vivieron apartados, renuevan hoy y estrechan el abrazo de ha cuatrocientos años, cuando el gran Colón besó de rodillas la tierra ignota y clavó en ella la bandera de Castilla y la Cruz redentora. Obra fue este prodigio… de aquella mujer que no desfalleció donde tantos desfallecieron[19].

Vaya pues, nuestro más sincero e insignificante reconocimiento a la Reina  más grande que España haya tenido; a la mujer con culpa original más virtuosa que los cielos hayan visto; a la hija más fiel que la Iglesia haya deseado; a la Reina que albergara en su vientre a dos Continentes enteros; en fin, a Isabel I, Reina de Castilla, llamada por los Papas la Católica;  quien por sí misma es alabada.

Inmortal, el blanco mármol, nos lo sigue recordando.

Impasible piedra limpia que predijo el gran silencio

en que los hombres tendrían el gran nombre muy honrado

de quien fuera la más digna de el elogio perfecto.

Ni la historia, ni el idioma olvidarán tus portentos

ni los mares, ni los mundos por tus ojos encontrados;

ellos llevan en sí mismos tu nombre compenetrado

ellos laudan con su vida, lo que lloran los ingenuos.

Reina de ambas Españas, forjadora de mil pueblos

allí yaces bajo el mármol, impertérrito por tiempos.

Mutismo que habla a montones.

Sigilo que habla sin miedos.

Mudez de labios sellados, que pregonan el misterio.

Elipsis de mil palabras, ¡innecesarias por cierto!

¿A dónde buscar sonidos, en donde habla el silencio?

El silencio del tallado, del epitafio perfecto

Ipsa laudabitur, canta

para alabarte en el tiempo.

Prof. Magdalena Ale

para descargar el artículo completo, hacer clic aquí

[1] Ibídem, P. LXXI.

[2] Ibídem, P. LXXI.

[3] Ibídem, P. LXXII.

[4] Ambas citas corresponden a dos entrevistas realizadas durante el mes de abril de 2014 al reconocido historiador de la Iglesia, el italiano Prof. Roberto de Mattei.  Entrevista en Catholic Family News; y www.Ilfoglio.ithttp://www.conciliovaticanosecondo.it/. En estas entrevistas el historiador se refiere a la canonización de un Papa, mutatis mutandilo mismo debe decirse de la canonización de un gobernante: implica la santidad de vida en el cumplimiento de su misión propia como gobernante, o sea en la custodia y el logro del Bien Común.

[5] Ver P. 63

[6] Ver P. 71-72

[7] Ibídem, P. LXXXV.

[8] Ibídem, P. LXXXV.

[9] Ibídem, P. CIV.

[10] Ibídem, P. CV.

[11] Ibídem, P. CV.

[12] Ibídem, P. CV.

[13] Ibídem, P. CV.

[14] Ibídem, P. LXXII-LXXIII.

[15] Por sí misma será alabada.

[16] Positio historica super vita, P. LXXXII

[17]Lafuente, M., Historia general de España, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días,  TOMO III, PARTE II (Libro IV) [LOS REYES CATÓLICOS] Capítulo XIX. En:  http://efrueda.com.

[18] Catedrático de Historia de la Universidad de Madrid, preceptor de Historia de España del joven rey Alfonso XIII y promotor del Centenario Isabelino en la Universidad Madrileña.

[19] Ibídem, P. 938

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