–María, madre de gracia, madre de misericordia…
–Defiéndenos del enemigo ahora y en la hora de nuestra muerte.
Vivimos hoy en la Iglesia tiempos tormentosos. Siempre la barca de la Iglesia, a través de los siglos, navega en medio de las continuas tormentas del mundo hostil. Ya lo profetizó Jesucristo: «si fueseis del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por esto el mundo os odia… Si me persiguieron a mí, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,19-20; cf, Vat.II, Gaudium et spes 13b; 37b).
Pero cuando la tormenta se da dentro de la misma Iglesia, como es el caso actual, el combate entre la Iglesia y el mundo introducido en ella –guerra entre luz y tinieblas–, la situación histórica se hace especialmente grave y peligrosa. Son muchos, sin embargo, los que no reconocen la realidad de estas batallas que está combatiendo la Iglesia frente al mundo y dentro de sus propias fronteras visibles. No se enteran, o incluso niegan que estemos librando «los buenos combates de la fe» (1Tim 6,12), pues los interpretan simplemente de modo buenista como meros enfrentamientos entre conservadores y progresistas. Los santos, sin embargo, de nuestro tiempo –Padre Pío, Juan Pablo II, etc.– han entendido con gran lucidez las graves amenazas contra la moral y contra la misma fe católica que hoy sufre el pueblo cristiano.
Hace ya bastantes decenios que vive la Iglesia en esta situación de confusión y guerra interna, como los santos que citado, y no pocos más, señalaron en su tiempo. San Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975), al final de su vida, escribe a sus hijos del Opus Dei tres últimas cartas, Tres campanadas. Dos de ellas en la primavera de 1973 y la tercera en febrero de 1974. En esta última les decía:
«Tiempo de prueba son siempre los días que el cristiano ha de pasar en esta tierra. Tiempo destinado, por la misericordia de Dios, para acrisolar nuestra fe y preparar nuestra alma para la vida eterna. Tiempo de dura prueba es el que atravesamos nosotros ahora, cuando la Iglesia misma parece como si estuviese influida por las cosas malas del mundo, por ese deslizamiento que todo lo subvierte, que todo lo cuartea, sofocando el sentido sobrenatural de la vida cristiana. Llevo años advirtiéndoos de los síntomas y de las causas de esta fiebre contagiosa que se ha introducido en la Iglesia, y que está poniendo en peligro la salvación de tantas almas».
* * *
El Papa Francisco estableció el Año Jubilar de la Misericordia, que iniciado el 8 de diciembre de 2015, al amparo de la Inmaculada Concepción, terminará el 20 de noviembre de 2016, en la solemnidad litúrgica de Jesucristo, Rey del universo. Un Año Santo o Jubilar es tradicionalmente un año de perdón y reconciliación. El último fue el Jubileo del año 2000, convocado por San Juan Pablo II. Un jubileo extraordinario puede ser convocado por el Papa motivado por una intención especial, como ha sido el caso del Año de la Misericordia. Ya al final de la Oración compuesta por el papa Francisco para esta ocasión, se expresa la realidad espiritual de este Jubileo como un tiempo de gracia, de indulgencia y de perdón, especialmente confiado a la intercesión de la Virgen María, Mater misericordiae:
«Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres, proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a los ciegos. Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
* * *
–María ha conocido y experimentado la misericordia de Dios como ninguna persona humana. Así lo declaraba San Juan Pablo II: «María, de un modo totalmente singular y extraordinario –como nadie más–, conoció la misericordia…, habiendo experimentado la misericordia de manera extraordinaria» (1980, enc. Dives in misericordia, 9). Como canta el prefacio de la Misa votiva dedicada a Santa María, Reina y Madre de misericordia, «Ella es la Reina clemente, que habiendo experimentado la misericordia [de Dios] de un modo único y privilegiado, acoge a todos los que en ella se refugian y los escucha cuando la invocan» (Misas de la Virgen María, CEE 1988, 183).
–Nadie ha cantado y profetizado la misericordia de Dios como María. Dos veces la afirma gozosamente en el Magnificat que en Vísperas rezamos cada día: «Su misericordia llega a sus fieIes de generación en generación», y siempre «auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre» (Lc 1,50).
* * *
Lex orandi, lex credendi
–Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genetrix - Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios, es la más antigua oración a María, o más exactamente, la primera que alcanzó en la Iglesia una difusión universal. Sabemos que fue asumida en la liturgia copta (Egipto), bizantina, ambrosiana y en las liturgias del rito romano. El texto hallado más antiguo está escrito en griego, sobre un papiro que data aproximadamente del año 250. Y en esa oración, tan antigua y venerable, el pueblo cristiano se acoge el amparo misericordioso de María, invocándola como Santa Madre de Dios (Theotokos), el título más excelso de María, declarado como dogma de fe dos siglos más tarde, en el Concilio de Éfeso (431). «Virgen gloriosa y bendita».
–Salve Regina, Mater misericordiae. Esta oración es quizá entre los fieles la más conocida y estimada, después del Avemaría. Y en ella se inspira especialmente la preciosa misa votiva dedicada a Santa María, Reina y Madre de misericordia (Misas de la Virgen María, 181-184).
Reina de misericordia. De su divino Hijo se dice que, junto al Padre y el Espíritu Santo, «vive siempre para interceder por nosotros (Heb 7,25). Ella, igualmente, «ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte» (Avemaría). Ella responde con fiel misericordia al ruego que hace muchos siglos se le hizo a la reina Ester: «invoca tú al Señor, habla al Rey en favor nuestro y líbranos de la muerte» (Est 4,8).
Madre de misericordia. Ella es «salud de los enfermos, refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, auxilio de los cristianos» (Letanías lauretanas). Ella, intercediendo ante Jesús por los esposos de Caná, provoca la acción benéfica y milagrosa de su Hijo (Jn 2,1-11). Ella, inmaculada, llena-de-gracia, imagen perfecta de Dios, nos revela y comunica plenamente la misericordia divina dándonos al Verbo encarnado. Así lo confiesa el Concilio Vaticano II:
«Queriendo Dios, infinitamente sabio y misericordioso, llevar a cabo la redención del mundo, “al llegar la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, nacido de mujer… para que recibiéramos la adopción de hijos” (Gal 4,4-5)» (Lumen gentium 52). Ella, pues, realmente «es nuestra Madre en el orden de la gracia» (61). Y por eso ahora, «asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, sin embargo, ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada nada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador.
«Jamás podrá compararse criatura alguna con el Verbo encarnado y Redentor. Pero así como el sacerdocio de Cristo es participado tanto por los ministros sagrados cuanto por el pueblo fiel de formas diversas, y como la bondad de Dios se difunde de distintas maneras sobre las criaturas, así también la mediación única del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas diversas clases de cooperación, participada de la única fuente.
«La Iglesia no duda en confesar esta función subordinada de María, la experimenta continuamente y la recomienda a la piedad de los fieles, para que, apoyados en esta protección maternal, se unan con mayor intimidad al Mediador y Salvador» (62).
* * *
Oración colecta (Misa votiva: Santa María, Reina y Madre de misericordia)
Dios misericordioso, escucha las plegarias de tus hijos que, inclinados por el peso de sus culpas, se convierten a ti e invocan tu clemencia. Movido por ella, enviaste a tu Hijo al mundo como Salvador y nos diste a la Virgen santa María como Reina de misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo.
José María Iraburu, sacerdote
Publicar un comentario