Lo que contienen los cincuenta días de Pascua


Hay una unidad sustancial, indivisible, en los cincuenta días de Pascua: es un único Misterio, la Pascua del Señor, con diversos acontecimientos salvadores.



No obstante, y pese a su unidad, a veces se vive y se celebra los cincuenta días de Pascua como una sucesión de fiestas aisladas entre sí y distintas: un día es Pascua, luego se afloja el ritmo espiritual hasta que de pronto es "el día" de la Ascensión y de pronto es "el día" del Espíritu Santo, como si nada tuvieran que ver entre sí.


La unidad de los cincuenta días de Pascua hace, en primer lugar, que cada día se viva, se celebre, se festeje, como si fuera domingo y esto en todos sus aspectos; en segundo lugar, el Misterio de la Pascua es uno e inseparable: resucita, es glorificado a la diestra del Padre y derrama el Don pascual, su Espíritu Santo. Resurrección - Ascensión - Pentecostés son tres partes del único Misterio de Pascua celebrado, gozosamente, durante cincuenta días.


Desde la Vigilia pascual hasta el mismo día de Pentecostés estamos en Pascua, recibiendo el don del Señor. Esta perspectiva, desde la misma Cuaresma, ha de estar presente en la liturgia, en la oración personal y hasta en la hipotética "programación pastoral" de una parroquia o comunidad, para no diluir los cincuenta días pascuales en días anodinos con algunas fiestas salpicando el calendario.


Así lo vive la Iglesia y así nos lo enseña la Tradición, por ejemplo, por boca de Tertuliano:


"Por otra parte, pentecostés [es decir los cincuenta días íntegros] es el tiempo gozosísimo [laetissimum spatium] para celebrar el baño sagrado [el bautismo].


Es este el tiempo en que el Señor resucitado se manifestó frecuentemente entre sus discípulos, el tiempo en que fue comunicada la gracia del Espíritu Santo y que hizo percibir la esperanza de la vuelta del Señor.


Fue entonces, después de su ascensión al cielo, cuando los ángeles dijeron a los apóstoles que él volvería del mismo modo que había subido a los cielos, también en pentecostés.


Cuando Jeremías dice: 'Yo los reuniré de los confines de la tierra en un día de fiesta', se refiere al día de Pascua y al período de pentecostés, el cual, propiamente hablando, es un día de fiesta" (Tertuliano, De baptismo, 19).



El tiempo pascual, cincuenta días hasta Pentecostés, es el tiempo del Señor glorioso y sólo del Señor glorioso y glorificado: se hace presente, se nos da, es glorificado y derrama su Espíritu Santo. Es el tiempo en que se insiste en un punto muy olvidado, la escatología, pues esperamos que el Señor vuelva en gloria, lo esperamos en Pascua.


Con el ejercicio de la Cuaresma nos preparamos para vivir como una gran fiesta estos cercanos cincuenta días. En ellos destaca el mismo Señor glorificado otorgándonos sus dones y alentando nuestra esperanza en su retorno glorioso.


Pero estos cincuenta días son, "propiamente hablando... un día de fiesta", un sólo y gran día de fiesta en cincuenta días.



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