“Recorría Jesús la Galilea, pues no quería andar por Judea porque lo judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de la tiendas. Después que sus parientes marcharon a la fiesta, entonces subió también él, no abiertamente, sino a escondidas. Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron: “¿No es este el que intentan matar? Pues mirad cómo habla abiertamente y no le dicen nada”. (Jn 7,1-2.10.25-30)
Ser valiente no significa ser imprudente.
Jesús es consciente del riesgo que corre en Judea.
Y decide irse a Galilea, tierra de gente sencilla y agrícola.
Llega la fiesta de las tiendas.
Fiesta de acción de gracias por la cosecha de la vendimia.
Todos suben a Jerusalén.
Jesús espera. No quiere llamar la atención.
Por eso sube media a escondidas.
No quiere armar alboroto ni provocación.
Tampoco quiere perderse la ocasión para anunciar el Reino a esta gente del campo.
Las cosas hay que hacerlas.
Las cosas hay que decirlas.
Pero no tenemos por qué hacerlo gritando.
Las verdades también se pueden comunicar sin sacar mucho ruido.
El ruido siempre quiere llamar la atención sobre uno mismo.
Jesús sube medio a escondidas, sin alborotar a la gente.
Con frecuencia no es lo que hacemos lo que llama la atención sino el modo como lo hacemos.
No hace falta organizar grandes manifestaciones.
Los caminos también se pueden hacer en silencio consigo mismo.
Sin dar sensación de grandes mítines.
Lo que importa es hacer lo que se tiene que hacer, pero cuidando los modos.
Pero llegado el momento:
Jesús cumple con su misión.
Cuando hay que hablar lo hace abiertamente.
Tampoco hemos de esconder la verdad.
Tampoco hemos de anunciar el Evangelio a escondidas.
Y por eso Jesús, llegado al templo, habla abiertamente.
La misma gente se extraña, pues sabe el peligro que corre.
Y hasta llegan a sospechar que los jefes se hayan convencido.
Una cosa es el triunfalismo y otra callar.
Jesús no vino para callar sino para hablar, anunciar, proclamar.
Es consciente del peligro que corre, pero no por eso va a callar.
Una buena lección para cuantos creemos en el Evangelio.
Tampoco hoy es fácil evangelizar en ciertos ambientes.
También hoy se corren riesgos y peligros hablando públicamente.
Más que aplausos es posible nos esperen silbidos.
Más que aplausos es posible nos esperen ataques.
Y en muchos sitios hasta es posible que pongamos la vida en peligro.
El anuncio del Evangelio exige prudencia.
Pero no cobardía y miedo.
Es posible que no nos escuchen.
Pero no por eso tenemos que callarnos.
Es posible que a muchos les fastidie.
Pero el Evangelio no es para adular a los demás.
Que perdemos amigos, pues nos ganaremos otros.
Que nos acusan de retrógrados, pero la verdad se impone por sí misma.
Que dicen que la Iglesia mejor se calla.
Pero una Iglesia en silencio traicionaría su misión.
A veces nos escucharán a gusto.
Otras nos escucharán con fastidio.
Es que, decir la verdad siempre es un riesgo para quienes no quieren abrir sus oídos.
Cristianos prudentes, sí. Pero cristianos decididos.
Prudentes, sí. Pero miedosos y cobardes, no.
Prudentes, sí. Pero capaces de afrontar el riesgo y el peligro.
Clemente Sobrado C. P.
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