Líbranos del Maligno (VIII)


Última petición del Padrenuestro, "líbranos del mal".


Pero sabemos que el mal no es algo abstracto, sino que se refiere, directamente, al Malo, al Maligno, al diablo. Envidioso de los bienes del hombres, lleno de soberbia y arrogancia, busca apartarnos del Amor de Dios y de la Comunión con Él. Sufre de vernos felices, santos, limpios, puros, creyentes.



Es una batalla continua contra Satanás y sus ángeles donde hemos de revestirnos de la armadura de Dios (cf. Ef 6). Renunciamos a Satanás en el bautismo, cada año lo hacemos en la santa Vigilia pascual y con esta petición se inculcaba a los catecúmenos el sentido de esa futura renuncia y su lucha contra el Maligno.


Pero Cristo vence a Satanás. El Señor encadena al Maligno y no le otorga poder alguno contra quienes viven en gracia.



"n. 10. Líbranos del mal. Esta petición puede formar un todo con la anterior. Para que entiendas que se trata de una sola frase, suena así: No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal. Añadió el mas para mostrar que ambas frases forman un solo pensamiento: No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal. ¿Cómo? Las voy a presentar por separado: No nos dejes caer en la tentación. Mas líbranos del mal. Librándonos del mal no nos deja caer en la tentación; no dejándonos caer en la tentación nos libra del mal.


n. 11. Pero la gran tentación, amadísimos, la gran tentación de esta vida consiste en ser tentados en aquello que nos merece el perdón si alguna vez somos víctimas de cualquier otra tentación. Tentación horrenda la que nos priva de la medicina con que sanar las heridas de las restantes tentaciones.


Veo que aún no habéis comprendido. Para comprender, poned toda la atención de vuestra mente.


Pongamos un ejemplo: uno es tentado por la avaricia y es vencido en alguna de esas tentaciones, pues cualquier luchador, aun el mejor, es herido alguna vez. A ese hombre, pues, aunque bravo luchador, le venció la avaricia e hizo algo, no sé qué, propio de un avaro. Pasó la concupiscencia sin arrastrarlo al estupro ni hasta el adulterio. Aun cuando existe el deseo, el hombre ha de retraerse ante el adulterio. Pero vio una mujer con ojos codiciosos, se deleitó con el pensamiento algo más de lo debido; se entabló lucha y hasta el mejor luchador cae herido; con todo, no consintió; rechazó el movimiento lascivo, lo refrenó con la amargura de la mortificación, le asestó a su vez un golpe y triunfó. Mas en la medida en que había caído, tiene motivos para decir: Perdónanos nuestras deudas.


¿Cuál es, pues, aquella tentación a que me referí, tentación horrenda, dañina, digna de ser temida y evitada con todas las fuerzas y con todo el empeño? ¿Cuál es? La que trata de inducirnos a la venganza. Tentación horrenda. Pierdes en ella lo que te podría procurar el perdón para los restantes delitos.


Si en algo hubieras pecado mediante los demás sentidos o llevado por otros deseos, tu medicina consistiría en decir: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Quien te induce a la venganza, te echa a perder eso que ibas a decir: Como nosotros perdonamos a nuestros deudores.


Perdido esto, te quedarán todos los pecados; ninguna absolutamente se te perdona".


(S. Agustín, Serm. 57, 10-11).



01:24

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