“Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo. Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo; porque no sólo abolía el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios. Jesús tomó la palabra y les dijo: “Os aseguro: El Hijo no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre”. (Jn 5,17-30)
Jesús se define a sí mismo en relación con el Padre, tanto el ser como en el obrar.
“no puedo hacer otra cosa que lo que veo hacer al Padre”.
“el Padre sigue actuando y yo también actúo”.
En la vida lo peor que nos puede suceder es carecer de un punto de referencia.
Es como un navegante sin brújula.
Es como una dar vueltas y más vueltas sin tener un rumbo a donde ir.
Para Jesús hay un modelo de vida.
Es la vida del Padre.
Es el hacer y actuar del Padre.
Y lo bueno es que Jesús no nos ofrece un Padre tumbado en la poltrona no haciendo nada.
El Dios de Jesús no es un Dios vago que se pasa la vida “matando el tiempo”.
Es un Dios dinámico, un Dios que “sigue actuando”.
El Dios de Jesús no es un Dios que hizo la creación y al hombre y los echó a la calle.
Es el Dios que sigue actuando en la creación nunca terminada.
Es el Dios que sigue actuando en el hombre, porque tampoco el hombre está terminado.
Y Dios sigue trabajando en el hombre para que éste logre día a día su plenitud.
De alguna manera, se nos está diciendo que no caminamos solos, sino que Dios y Jesús con él, siguen caminando a nuestro lado marcando y abriendo caminos.
No somos nosotros los que nos estamos haciendo, sino que es Dios y es Jesús, quienes cada día están haciendo su obra en nosotros.
Cada uno somos obra de nuestro esfuerzo.
Pero cada uno somos obra de Dios en nosotros.
Cada uno es el artífice y el artista de nuestras vidas.
Pero los verdaderos artistas que día a día van modelando nuestras vidas, aún sin percibirlo nosotros, son Dios y Jesús.
Todos admiramos las obras de los grandes artistas.
¡Y cuánto admiramos esa obra de arte de Dios que somos cada uno de nosotros!
Además, los artistas terminada su obra, la firman, la venden a los museos.
Es de ellos, pero ya es propiedad de los grandes museos.
En cambio Dios nunca da por terminada la obra en nosotros.
Nunca le pone la fecha de terminada.
Por eso tampoco la pone en venta.
Tampoco pasamos a ser obras de museos.
Lo maravilloso de ser hombre y mujer es que cada día estamos siendo.
Aquí sí vale aquel principio de la filosofía existencia: “estamos siempre den devenir”.
Siempre incompletos y siempre en camino de plenitud.
Dios terminará su obra en nosotros el día que lleguemos a ser como su hijo Jesús, a cuya imagen nos soñó, nos pensó y nos va haciendo en cada momento.
Somos obras de Dios.
Y Dios sigue moldeando cada día, y en cada etapa de nuestras vidas, la obra que un día inició.
Primero se ensució las manos con el barro del que nos sacó.
Luego nos regaló el soplo de la vida, para hacernos vivientes.
Luego nos regaló al otro artista invisible que se llama Espíritu Santo.
No somos tanto fruto de nuestro esfuerzo, sino del cariño y la ternura de Dios que nos va modelando cada día.
Dios no descansa en nuestras vidas.
Jesús, continuador de la obra del Padre, tampoco descansa.
Dios y Jesús trabajan no las ocho horas legales, sino las veinticuatro horas del día.
Y el caso es que Jesús no puede hacer otra cosa.
Lo único que sabe hacer en nosotros es lo que ha aprendido del Padre.
Amarnos, salvarnos, revelarnos el amor del Padre.
Y continuar los sueños de Dios en cada uno de nosotros.
Continuar la obra de Dios en ti y en mí.
Clemente Sobrado C. P.
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