1.- Las flores comienzan siendo un capullo cerrado. Parecieran egoístas que sólo se miran a sí mismas. Pero sólo son flores de verdad cuando se abren. Mi egoísmo me convierte en capullo cerrado. Y sólo logro ser yo mismo cuando me abro a los demás.
2.- Las flores se abren generosamente y nos regalan con sus colores y perfumes. Recién entonces las sentimos cerca de nosotros. Es la generosidad de regalar la bondad que llevo dentro de mí la que me hará cercano a los demás hombres.
3.- Las flores se dejan robar el polen viajero en las alas y en las patas de los insectos. Pero es ahí donde ellas se hacen fecundas en otras flores. Quisiera que los demás pudieran llevar en las alas de sus vidas un poco del polen de mi bondad, y así fecundar al mundo con un poco más de bondad y belleza.
4.- Las flores se dejan cortar. No se quejan. No se lamentan. Cuando yo sea capaz de dejar que los demás se lleven pedazos de mi vida, aunque no sepa a dónde se van con ellos, sentiré que puedo servir y ser útil para los demás.
5.- Las flores todo lo dan gratis: su color, su perfume, su belleza. No cobran por el espectáculo. Mi vida florecerá de verdad cuando aprenda a darla totalmente gratis, sin cobrar intereses a nadie. Al fin y al cabo, dándome gratis a los demás, comienzo yo mismo a ser más.
6.- Las flores embellecen los jardines, las habitaciones de las casas, incluso hasta las Iglesias. Esto me hace pensar en la belleza que yo soy capaz de aportar a mi familia, a mi hogar, a mis hijos, al mundo y a la Iglesia. Ellos serán más bellos si mi corazón es más bello.
7.- Me dan pena las flores cuando las venden. Ellas lo dan todo gratis y otros hacen negocio con su belleza. Siento pena por aquellas personas a quienes se compra y vende por unos dineros. Se vende y se compra el cuerpo. Se vende y se compra la belleza de la gracia. La belleza del cuerpo que es regalo de Dios convertida ahora en mercancía de pecado… me da pena.
Clemente Sobrado C. P.
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