Vaya por delante que, aunque yo no sea nada monárquico, el rey Felipe VI me cae bien. Creo que el pobre no ha escogido su puesto de trabajo y hace las cosas lo mejor que puede. Además, considero que es buena persona.
Pero, claro, no podía dejar pasar la ocasión de decir algo acerca de la decoración en la que dio el discurso de Navidad. Del discurso en sí mismo no puedo decir nada. En mi casa, nunca se ha escuchado el discurso del rey; siempre se cambiaba de canal. De todos es sabido que es preferible cualquier sermón de aldea, a ese discurso frío y aséptico.
Pero lo que me sorprendió era lo feo que era ese marco, ese falso cuarto de estar. Cuando cobras 292.752 euros anuales, tu salón de estar es más bonito. A no ser que por motivos de trabajo (como es el caso de Felipe), tengas que tener un salón de estar políticamente correcto; esto es, más barato. Pero los que hayan tomado un té con pastas en casas de gente que gana 300.000 euros mensuales, ya saben bien como son sus salones de estar: el lujo chorrea por las cuatro paredes, el techo y el suelo. Por eso, ese decorado de cartón piedra tenía nula credibilidad.
Después, para aparentar pobreza, el árbol de Navidad con la decoración más pobre que pueda imaginarse a este lado de la galaxia. Cualquier centro comercial de Nigeria cuenta con un árbol de Navidad mil veces mejor. Evidentemente, tenían en las cajas la decoración de las navidades pasadas. Pero compraron algo que pareciera pobre. Toma esto, y compra algo que parezca pobre, le debieron decir al decorador. A mí la decoración de ese infeliz árbol me recordaba al robot Tobby de El planeta prohibido (1956).
Y por último estaba el belén, que es a lo que quería llegar. En realidad, todo este post ha estado ideado para llegar al belén. Pero del Belén hablaré mañana.
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